Abrí los ojos, me encontraba en un ambiente ajeno al que suelo ver por las mañanas cuando despierto, unos brazos rodeándome por encima de los hombros y también un olor diferente al de mis sabanas entró por mi nariz, era… ¿Perfume de hombre?
Me levanté de golpe dejando a los brazos pálidos cayeran sobre el cuerpo desconocido y entonces el dolor en mi cabeza insoportable se hizo presente, la borrachera de ayer fue bastante grande, recuerdo hasta haber vomitado; miré a mi alrededor y vi a Alex dormido sobre Frank, se veían tan tiernos, saqué mi teléfono y tomé una foto, después miré al otro sofá y estaban Mangel y Chetto, uno en cada extremo, con un hilo de saliva saliendo de sus bocas… Pero faltaba alguien.
En eso, me di cuenta que estaba sentada en algo, más bien, en alguien. Miré detrás de mí y ahí estaba Rubius con el cabello despeinado y labial en la boca, que al parecer era… Mío. Me sorprendí bastante al ver que todos tenían los labios rojos, un nudo se formó en mi estómago.
La jaqueca comenzaba a hacerse más fuerte, miré mi móvil que aún permanecía con la cámara encendida y cerré la aplicación, me encontré con un fondo de pantalla totalmente distinto al que tenía ayer, ahora era una foto mía y de Rubius… Besándonos. Y Alex de fondo con cara de querer matar a Rubius.
Me fijé en la hora, y madre mía, las dos de la tarde. De tanto moverme Rubius comenzó a despertarse, me levanté tan rápido como mi cuerpo fue capaz, las botellas se interpusieron en mi camino y tropecé cayendo en medio de los chicos con acento andaluz e hice que estos también comenzaran a moverse. Los tres chicos comenzaron a quejarse, causando así, que el otro par se despertara. Todos me miraron y después lo hicieron entre ellos, comenzaron a reírse.
—Tieneh la boca to’a roja —le dijo Mangel a Rubius mientras señalaba sus labios y comenzaba a carcajearse.
—Tú también, así que no jodas —empezó a sobarse la cabeza con una mueca de dolor en su rostro—. Hostia, me duele la cabeza, joder.
—¿Qué horas son? —Interrogó Frank restregándose un ojo.
—Son las dos y cuarto —respondí con la voz ronca, todos me miraron sorprendidos—. ¿Qué os pasa? —Hablé asustada.
—Irina viene en dos horas ¡joder! —Rubius se levantó y fue a la cocina, después regresó con pastillas y una botella con agua, nos pasó una a cada uno y después todos bebimos de la misma.
—Haber, yo te ayudo a limpiar —me paré y comencé a recoger latas y botellas y él se fue otra vez a la cocina.
Todos comenzamos a recoger y Rubén llegó con una bolsa negra y echamos todo, después de haber recogido todo, barrer, limpiar, y lavar el patio y los platos, la casa estaba decente, les dije a los chicos que les limpiaría el labial.
Ya empezaba a atardecer, eso significaba nada más y nada menos que la novia de Rubén llegaría en cualquier momento; terminaba de desmaquillar a Chetto cuando el timbre retumbó dentro del apacible lugar; mientras limpiábamos, Rubius nos pidió que no dijéramos nada de lo de anoche cuando su novia llegara.
—¡Vete al baño! —Le dije a Chetto y este corrió como si fuese Sonic, por suerte, él era el último que quedaba por desmaquillar.
Unos segundos y la rubia entró, todos la saludaron con dos besos y un abrazo, y dirigió su vista a mí, no era para nada amigable, me acojoné con tan solo tener que verla a los ojos, a leguas se notaba que mi presencia no era aceptada con la tan sola figura de otra mujer aquí, en este caso, de esa mujer.
—Irina —cortó el silencio Rubén—, ella es _____ —me señaló y traté de formar la mejor sonrisa que tenía, en cambio ella, sonrió con odio, ya está claro ¡señoras y señores! ¡A esta tipa, le caigo mal!
—Un gusto _____ —extendió la mano, os juro que tenía mil ganas de decirle: “No, Irina, lamento decepcionarte, pero no soy la puta que contrató Rubius ayer, es más, ni soy una puta”, pero, me contuve.
—Lamento si te di una mala impresión —sin más le estreché la mano, el ambiente comenzaba a ponerse tenso, los chicos nos miraban incomodos y en el momento menos esperado, mi estómago comenzó a rugir, por suerte, no de una manera audible—, soy la prima de Alex.
Su cara de sorpresa me dio risa, ¡qué va! Muchísima risa. No solté la carcajada en frente de ella, a eso mis niños, se le llama madurar. Estoy más que segura que debió haber pensado en lo tonta que fue al juzgarme antes de saber mi verdad; una sonrisilla traviesa se escapó de mis labios y entonces, solté su mano. No había nada mejor que saber que había ganado el “enfrentamiento” si así se le podía llamar.