(Presente…)
Esos hombres con sus panzas de cien kilos pensando que son sexy y esas damas flacuchas como bambú seco —habla Marry entrando en la habitación con una mueca de disgusto—. Cada dos por tres, el café está amargo, es muy dulce, quiero un latte, no pedí un expreso —dice haciendo mímica de voces para después dejarse caer en el sofá que tenemos—. Que vengan a hacerse ellos mismos sus propios cafés.
— Adoras quejarte —le digo mientras le doy un sorbo a mi botella de agua.
— El burro hablando de orejas.
Marry es una pelirroja total, tiene el pelo en un tono rojizo que parece teñido. Es prácticamente más baja que yo, y eso que yo mido 1.75 m. La conocí cuando empecé a trabajar aquí, así que nos volvimos amigas.
— Sigo sin entender por qué sigues trabajando como sirvienta de café cuando puedes hacer de peluquera —me arrebata mi botella de agua para darle un sorbo.
— La verdad es que yo tampoco sé porque estoy aquí, quizás esperando mi momento oportuno para vengarme del ogro de Scott.
La muy tonta se estalla de risa.
— ¿Sigues enojada porque dijo que tú café estaba asqueroso? —habla mientras se calma.
— Hice ese café con mucho amor —digo mientras me arreglo las puntas de mis trenzas—. Tan solo le dio un sorbo y ¡TRAS! —golpeo mi palma contra mi muslo—. Anda sacando conclusiones.
— Amiga olvídate de venganza, porque no way que te encuentres con el jefe.
En eso suena la campanita, indicando que los “big fishes” necesitan de nuestro café para continuar con su día. Marry se va con un montón de tazas de café sobre una bandeja. La ventaja de todo esto está en que hayan ascensores, imagina tener que subir más de veinte pisos en escalera, a ese paso yo ya habría perdido 50 kilos de mis 90 kilos.
Justo cuando estoy por emprender mi ruta, aparece frente a mí la que se supone que es la… “asistente de la secretaria del jefe”.
— El jefe quiere un expreso de inmediato —habla como si yo fuera su esclavo, ni siquiera se atreve a elevar su cara de la tablet para ver que… TENGO LAS MANOS OCUPADAS CON TAZAS DE CAFÉ.
— Disculpe señorita —intento sonar lo más dulce posible pero mi voz sale como la una piraña atragantada—. ¿Señorita? —vuelvo a llamarla y consigo su atención.
Eleva la vista y me observa sin expresión alguna.
— ¿Qué es lo que estás esperando? —se atreve a preguntar. Aaay, Jesús Cristo baja y aguanta mi corazón. Un insulto en fang empieza a picarme en la punta de la lengua pero me lo trago.
— Señorita, puede pedir a otra persona que se encargue del café, yo tengo que atender a otros —suelto pero conteniendo mi mal genio.
Estoy por pasar de ella hasta que vuelve a hablar.
— ¿No eres la que le hizo el café asqueroso al jefe?
Me freno en seco. Lo que faltaba, ya la empresa me recuerda como la que le hizo el café “asqueroso“ al jefe. Asqueroso sus huevos.
— Justamente por eso, evito hacerle otro café al jefe —no me doy cuenta que estoy apretando la bandeja con fuerza hasta que mis dedos empiezan a doler.
Estoy a punto de gritarle a la “asistente de la secretaria del jefe” (porque no sé si tiene nombre o solo título de villana secundaria), pero me contengo. Me imagino a mi madre gritándome desde el más allá —bueno, desde WhatsApp— “¡No hagas escándalo en el país de los blancos!”
Respiro. Cuento hasta cinco. Me sale humo por la nariz como si fuera un dragón de bajo presupuesto.
— Mira, cariño —le digo sonriendo como buena psicóloga frustrada—, si quieres que el jefe no vomite su café otra vez, será mejor que lo prepare otra persona. A mí no se me da bien leer la mente de ogros.
Ella parpadea. Una vez. Dos veces. Luego se va sin decir palabra, como si yo no existiera. Pero yo sé que existo. Y peso 90 kilos. Así que ni modo que no me haya visto.
Marry regresa al cuarto de las tazas (también conocido como nuestro escondite oficial).
— ¿Qué cara tenías cuando la bruja te habló? —pregunta con un brillo en los ojos.
— La de siempre: “me aguanto porque tengo cuentas que pagar”.
Nos reímos. Es ese tipo de risa que sabes que va a dolerte en el alma más tarde, cuando recuerdes que todavía te faltan seis horas de jornada y que tu jefe piensa que el espresso se hace con lágrimas de vírgenes italianas. Voy a entregar el café y luego vuelvo para encontrarme con Marry.
Más tarde, cuando por fin termino mi turno, mi espalda me grita y mis pies me insultan en todos los idiomas que conocen. Camino como un pingüino artrítico hasta la salida, me pongo la chaqueta más gorda del mundo y me preparo para enfrentar al monstruo del invierno canadiense. Otra vez.
Marry me acompaña hasta la puerta.
— ¿Segura que no quieres quedarte un rato más? —me pregunta—. Vamos a ir a tomar algo con unos chicos de contabilidad.
— No, gracias. Ya tomé suficiente amargura en esta oficina.
— Tu sarcasmo está evolucionando. Pronto será un superpoder.
Le guiño un ojo y salgo.
Y mientras el viento me golpea en la cara como si fuera ex novio despechado, camino hacia la parada del bus con una sola frase en mi mente:
“Algún día me vengaré de ese jefe… y lo haré con estilo.”
Y bueno hermosuras, esto fue todo por hoy, espero de corazón que lo disfruten tanto como yo.
Besos
#1039 en Otros
#362 en Humor
#3127 en Novela romántica
amor prohibido, comedia románticay novela juvenil, jefe millonario y asistente
Editado: 01.09.2025