Hi Canadá

3. Tijeras, cejas y uno que otro insulto.

Tres días después del incidente del “café asqueroso”, creo que ya estoy a salvo. La asistente de la secretaria del demonio no me ha hablado, y Marry sigue sin conseguir novio. Todo en orden.

Hasta que llego a la peluquería.

Trabajo aquí medio tiempo desde hace unos meses. Es una peluquería mixta, famosa y cara. Se llama Midas Touch, porque al parecer todos aquí se creen reyes Midas, menos yo, que solo quiero llegar a fin de mes sin matar a nadie con unas tijeras.

Estoy acabando de arreglarle la barba a un influencer que huele a perfume de mango cuando la recepcionista grita desde el otro lado:

— ¡Cliente VIP sin cita! ¡Sala uno, Sasha, te toca!

Me limpio las manos, respiro hondo y camino hacia la sala privada. Seguro es otro ejecutivo estresado con cara de que no caga desde 1998.

Abro la puerta… y se me cae el alma al suelo.

Es él.

Alexander Scott. El jefe.

El mismo que dijo que mi café sabía a muerte.

Trago saliva. Cierro la puerta como si no pasara nada. Él ni me mira.

— ¿Tú eres la peluquera? —pregunta, sin levantar mucho la vista del móvil.

— ¿Y usted el cliente o viene a inspeccionar si la peluquería tiene jabón?

Silencio. Ni se inmuta. Ni me reconoce.

— Quiero un corte simple. Nada “creativo”, nada que grite que lo hizo alguien con… sobrepeso y problemas de autoestima.

Me río por dentro. Qué lindo es ser llamado gorda sin que te digan “gorda” directamente.

— Entonces le haré el corte más normal del mundo. Le va a gritar “aburrido” desde tres metros.

Le coloco la capa negra y empiezo. Él sigue con el móvil como si estuviera salvando Wall Street.

Voy con cuidado. Mucho. Hasta que llego a la parte de las cejas. Solo tengo que darle forma. Nada complicado.

Pero en un segundo de distracción —justo cuando él se gira un poquito y yo intento ajustar la luz—, ¡zas! La cuchilla pasa demasiado cerca. Un milímetro más… y voilà.

Le hago una raya en la ceja izquierda.

RAYA. LE HICE UNA MALDITA RAYA A LA CEJA. La ceja de mi jefe que supuestamente no sabe que soy una empleada.

Congelo. Me quedo paralizada.

Scott levanta el espejo, se mira… y ladea la cabeza.

— ¿Me acabas de rayar la ceja?

Lo impresionante es la forma neutral que actúa, como si no estuviera para nada sorprendido.

— Es un diseño exclusivo. Lo llaman “toque con carácter” —me rasco el cuello con nerviosismo.

— Pareces una artista frustrada con sobrepeso. ¿Así cortas a todos los clientes o solo a los que están por encima de tu nivel?

Ya valió verga pensar que él es comprensible.

Me muerdo el labio. Pero sonrío. No le voy a dar el gusto de verme dolida.

— No todos los días tengo la suerte de arreglarle la cara a un jefe con el ego de un edificio. Aproveché la oportunidad.

Él me observa. Frunce los labios como si estuviera decidiendo si reírse o demandarme.

— Tienes actitud. Para ser tú.

— Y usted tiene suerte. Esa ceja le quedó sexy. Si le afeito la otra, se enamoran de usted por la calle.

Scott se pone de pie, se acomoda la chaqueta como si acabara de cerrar una fusión empresarial, y saca un billete.

— ¿Tienes cambio de cien?

— ¿Tiene cambio de personalidad?

Me lanza una última mirada. No sé si es de burla, de amenaza o de interés.

— Nos volveremos a ver.

Y se va. Como si acabara de protagonizar un comercial de colonia cara.

Yo me quedo en la sala privada con el espejo en la mano y el corazón a cien.

Dios mío… ¿qué acabo de hacer?

Aunque… admito que la ceja le quedó sexy.

Pero eso no significa que me cae bien.

Obvio que no.

Salgo de la peluquería como si acabara de escapar de un reality show de supervivencia. Me subo al bus, me pongo los audífonos sin música y me paso todo el trayecto repitiéndome: “No pasó nada. Fue solo un corte de ceja. Pequeñito. Pequeñitititito.”

Spoiler: sí pasó. Y no fue tan pequeñito.

Cuando llego al apartamento de Marry, Marry está tirada en el sofá con su pijama de unicornios y una bolsa de Doritos. Me mira con los ojos entrecerrados.

— ¿Y esa cara? ¿Te deportaron?

— Peor. Acabo de afeitarle la ceja al jefe.

Ella se atraganta. Literalmente.

— ¿QUÉ?

— Sí. Alexander Scott. CEO de cara cuadrada, el mismísimo. Vino a la peluquería. No me reconoció, gracias a Dios. Pero sí, le metí la cuchilla y le borré media ceja. Un Picasso involuntario.

Marry salta del sofá como si hubiera visto un espíritu.

— ¡NO PUEDO CONTIGO! ¿Cómo que le borraste la ceja?

— No fue toda. Solo… un pedacito. Una raya artística.

— ¿Y qué dijo?

— Que parezco una artista frustrada con sobrepeso.

Se queda callada. Por dos segundos. Luego:

— ¡JAJAJAJA! ¡Qué cabrón! ¡Te insultó y encima le pagaste el corte!

— ¡Me dio un billete de cien! ¿Tú te crees?

— ¿Lo aceptaste?

— Obvio. Pero le respondí. Le dije que tenía suerte, que ahora con esa ceja sexy hasta podía enamorar a alguien.

— Sasha, me vas a matar —dice, secándose una lágrima de risa—. Este hombre te va a hacer famosa. Vas a salir en los memes de LinkedIn: “cómo no tratar a tu jefe”.

— A estas alturas, prefiero eso antes que seguir sirviéndole café. Ahora que le corté la ceja, técnicamente estamos a mano.

Rodamos por el sofá riéndonos. Un poco de nervios, un poco de orgullo, y bastante de “no tengo idea en qué me estoy metiendo”.

¿Aman a Sasha tanto como yo?!!!

Déjenme saberlo comentando !!!




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