Hi Canadá

13. No siempre se tiene que ser fuerte

POV. SASHA

Subimos al coche en silencio.

No me pregunta adónde quiero ir, no pone música, no conduce rápido, solo… maneja, callado, presente.

Después de unos minutos, estaciona en un mirador que da a toda la ciudad.

La vista es impresionante. Las luces. El cielo. La calma.

Pero él no mira nada de eso.

Mira al volante.

— ¿Sabes qué es lo peor de los funerales? —pregunta de pronto—. Que cuando se acaban… todos se van. Y tú te quedas solo con el dolor. Como si ya fuera suficiente tiempo para superarlo.

No digo nada.

—Mi abuelo era la única persona que… que creía en mí incluso cuando yo no creía en mí mismo. —Traga saliva—. A veces era un maldito controlador, sí. Pero siempre estuvo. Hasta que dejó de estarlo.

Silencio.

Yo no hablo, solo pongo mi mano sobre la suya.

Él no la aparta.

La aprieta.

Fuerte.

—Hoy… vi su nombre en la lápida. Alexander William Scott. —Su voz se quiebra—. Y sentí que algo dentro de mí… murió también.

Me acerco.

Solo un poco.

Y él se gira hacia mí.

Nos miramos.

Se inclina hacia mí y apoya su frente en mi hombro, no hay beso, no hay caricia.

Solo eso. Su cuerpo rendido. Su orgullo hecho trizas. Su corazón sangrando.

Y yo… simplemente lo sostengo.

Minutos después, me dice en voz baja:

—Quiero que vengas conmigo esta noche.

—¿A dónde?

—A donde sea. Solo… no quiero estar solo.

—Está bien —respondo.

Nos quedamos en el coche un buen rato, sin hablar, sin necesidad de palabras.

Solo nosotros.

En medio del frío.

Con el alma temblando.

Después de diez minutos, llegamos a un edificio alto, oscuro, privado.

Aparca.

Me mira.

Sería una gran mentira si dijese que no estoy nerviosa. Ahora mismo siente has los bellos invisibles de mi culo temblar.

Nunca nunca nunca en mi vida, he dormido en la casa e un chico.

Peor aún si él chico me mira como si fuera un gran tesoro.

Subimos.

El apartamento huele a limpio.

A madera y perfume caro.

Pero no hay música.

No hay luz.

Solo una lámpara cálida en el salón.

— ¿Quieres agua? —pregunta.

—Solo si me lo sirves con dignidad, como si fuera vino.

Eso le arranca una sonrisa. Pequeña. Casi rota. Pero sonrisa al fin.

— Eres la única que logra hacerme reír ahora mismo.

Le sigo con la mirada mientras se mueve por la cocina. Está descalzo.

Cuando me alcanza el vaso, sus dedos rozan los míos.

Hay electricidad.

Pero también cansancio.

—Gracias por llamarme —dice, bajito.

—Gracias por venir a buscarme —respondo.

Después, nos sentamos en el sofá.

No hay televisión.

Ni música.

Solo la ciudad parpadeando más allá de la ventana.

Scott se pasa la mano por el cabello.

Cierra los ojos.

Me acerco. Despacio. Sin invadir.

Pero él… él gira la cabeza y me mira.

Y por primera vez desde que lo conozco, Alexander Scott no parece invencible.

Entonces pasa lo que jamás imaginé, se levanta, se arrodilla frente a mí. Y apoya su cabeza sobre mi regazo, como un niño buscando casa, como un hombre sin refugio.

Mis dedos, por puro instinto, empiezan a acariciar su cabello.

— Sasha…

—Estoy aquí.

— No sé qué soy ahora.

—No necesitas saberlo esta noche.

—Tengo miedo.

— Yo también.

Él alza la cabeza. Sus ojos están húmedos.

— No sé cómo sostenerme.

— Entonces déjame hacerlo por ti.

Nos miramos.

Largo.

Y entonces… nos acercamos, no por deseo, por necesidad, por alivio.

Su frente roza la mía.

Sus labios están cerca, pero no cruzan el límite.

Mi nariz roza su mejilla.

Su aliento huele a vino tinto y vacío.

—Me gustaría visitar Guinea Ecuatorial—me dice.

Y por primera vez, entiendo que este hombre de trajes, sarcasmo y éxito…

También necesita que lo abracen.

Aunque sea solo por esta noche.

POV. SCOTT

Despierto antes del amanecer, o tal vez no dormí del todo.

Lo primero que siento es calor.

Después, un peso contra mi pecho, y luego… su respiración.

Sasha.

Nos quedamos a dormir en el cama sofá.

Está dormida sobre mí, su rostro escondido entre mi cuello y clavícula, una pierna sobre la mía, y su brazo, sujetándome.

A mí.

No debería estar así, pero no me muevo.

No quiero.

No puedo.

Me quedo inmóvil, observando el techo, sintiendo, pensando.

Anoche, ella fue mi única paz.

Y lo odio, porque significa que necesito algo, alguien.

Yo no necesito a nadie.

Y sin embargo…

Ella me vio romperme, y no salió corriendo, no dijo una palabra cursi, no fingió lástima.

Solo se quedó.

Y eso…eso fue peor que si me hubiera besado.

Mis dedos rozan su espalda, por instinto., por querer memorizarla.

No entiendo cómo llegamos a esto.

Ella no es parte del plan.

No estaba en mis cálculos.

Es mi asistente.

Molesta, Sarcástica, Ecuatoguineana y graciosa.

Y esta noche, en medio de un mundo que me aplaude por cosas que no me importan,

Ella fue el único lugar en el que pude respirar.

Se mueve lentamente, su cabeza se hunde un poco más en mi cuello.

— Hmm… ¿ya es de día? —murmura, con la voz rasposa del sueño.

— No —respondo, casi en un susurro—. Todavía no.

— Entonces no me muevo —dice, y suena tan segura que me arranca una sonrisa muda.

Yo tampoco quiero que te muevas, Sasha.

Pero no lo digo.

Ella vuelve a dormirse.

Y yo me obligo a levantarme muy despacio, con el corazón apretado.

Me voy al baño, me mojo la cara, me miro al espejo. Y por primera vez… No sé si estoy decepcionado de mí o agradecido con ella.

¿Cómo alguien como yo terminó necesitando a una mujer que ni siquiera es mi tipo?

No es delgada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.