Hidden

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──[Capítulo uno: "La llamada"]──

5 de Febrero de 2009
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El viento movía las ramas provocando que choquen contra el vidrio de la pequeña ventana de la habitación de Giselle, la luz de la televisión en silencio era lo único que iluminaba el lugar.
La puerta se abrió y unos pies descalzos ingresaron tratando de hacer el menor ruido posible, se trataba de Verónica, su hermana menor.

—Giselle —dijo en apenas un susurro. Se acercó a la pelinegra y apoyó su mano en el hombro de la otra y la movió con cuidado—. Giselle...Giselle, despertate...

La joven tapó su rostro con la sábana color lila y se movió inquieta, estaba decidida a no levantarse.

—Mierda, Giselle —la movió nuevamente pero esta vez más fuerte. Su hermana abrió los ojos y frunció el ceño.

—¿Qué carajos quer... —no pudo terminar la oración ya que Verónica cubrió su boca con una de sus manos y a la otra que tenía libre la apoyó en sus labios indicándole que guardara silencio.

Giselle la miró preocupada.

—Hay alguien en la casa —susurró aterrada.

Cinco palabras fueron suficientes para helar su cuerpo, sintió una fuerte punzada en su pecho pero no era de dolor sino de miedo. Y es que sus padres habían salido y no volverían hasta mañana por la mañana.

—¿Cómo que hay alguien en la casa? —preguntó confundida y algo alarmada—. No estoy para soportar alguna de tus bromas —esta vez habló más fuerte.

Un jarrón rompiéndose contra el suelo las hizo sobresaltar, Giselle se puso de pie y corrió para asegurar la puerta de su habitación, acto seguido encendió su teléfono celular para poder llamar al 911. Verónica comenzó a llorar.

—Es él, lo vi...es él —dijo entre sollozos.

—¿Él quién? Verónica, ¿De qué estás hablando?

La miró por unos segundos pero no podía recibir respuesta alguna por parte de la otra.

—Ya dejá de llorar...no va a pasar nada, no voy a dejar que nadie te lastime —la tomó por los hombros y le dio un corto abrazo.

Unas pisadas en las escaleras comenzaron a sonar cada vez más fuerte y más rápido que las anteriores, un escalofrío se paseó por la espalda de la mayor provocando que los bellos de sus brazos y de su nuca se erizaran por completo.
El pecho de Verónica subía y bajaba con gran velocidad, presionó la mano de su hermana con fuerza.
De repente en el lugar no hubo más que silencio, las fuertes pisadas se habían acabado y lo único que se oía era la pesada respiración de ambas jóvenes.
Verónica soltó a su hermana y se acercó hacia la puerta.

—Vení acá, es peligroso —susurró Giselle.

La muchacha se recostó en el suelo e intentó ver por el pequeño espacio que había entre el suelo y la puerta.

—No hay nadie —dijo mientras se enderezaba.

—¿Estás segura? —su hermana asintió—. Voy a llamar a la policía de igual manera.

—Me parece bien, deberías de...—la puerta se abrió de par en par empujando y haciendo que Verónica cayera al suelo y permitiéndole a la otra ver a aquel hombre robusto.

Giselle no supo cómo reaccionar, sentía que sus pies estaban pegados con cola en el suelo de su habitación; que sus piernas no eran más que unos débiles y temblorosos fideos; en su estómago sentía un revuelo que claramente no era provocado por mariposas sino por tijeras; y en su pecho no sentía más nada que los fuertes latidos de su corazón, que parecía que en tan solo unos segundos dejaría de latir; en su cuello sentía como si dos fuertes manos la estrujasen con todas sus fuerzas.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas al ver el rostro de aquel hombre acercándose a ella, traía puesto una máscara oscura que le cubría gran parte de este y aunque solo se veian sus ojos era bastante intimidante, en esa oscura mirada veía todo el daño que quería hacerle.

Él soltó un grito -que más bien pareció un rugido- antes de empujar a la joven contra la pequeña mesa ratona que estaba a un lado de la cama. Comenzó a patalear al momento en el que se lanzó sobre ella, el tipo era pesado y demasiado fuerte, con solo una mano pudo sostenerla de ambas muñecas y colocarlas arriba de su cabeza y con la otra presionó su cuello, tal era la presión que su piel comenzó a tornarse roja y luego algo morada, sentía que sus ojos ardían demasiado y temía por que se salieran.

—Te voy a hacer sufrir, zorra —le susurró al oído.

Los párpados de Giselle amagaban con cerrarse, pero entonces recordó a cada una de las víctimas de hombres como él, no debía terminar así, debía luchar por ella, por Verónica, por Joaquin, por sus amigas y por todas las demás personas que no pudieron hacerlo.
Juntó todas sus fuerzas y alzó su cabeza para poder darle un cabezazo en la nariz que logró hacerla safar de su agarre, tomó una gran bocanada de aire, lo empujó a un lado e intentó correr pero la tomó del tobillo arrastrándola hacia atrás. La pelinegra buscó con la mirada a su hermana menor, pero no pudo hallarla.
Intentó girarse para empujarlo y sacárselo de encima suyo pero le resultó imposible.

—¡Sos un hijo de puta! —gritó finalmente cuando el rostro del hombre estaba a tan solo unos centímetros del suyo.

Él la tomó del cabello con una sola mano, entrelazando algunos mechones con sus dedos, su cabeza comenzó a alzarse unos centímetros del suelo, la levantó aún más y la chocó contra el suelo. El golpe fue fuerte, tanto que sintió un pitido en los oídos, aun así levantó sus brazos y rasguñó la cara de su atacante,nuevamente la levantó y la chocó contra el suelo, el segundo golpe fue más fuerte que el primero, sus ojos comenzaron a nublarse y uno se cerró por lamitad.

—¡Soltala! —gritó Verónica a espaldas de su hermana. Tomó impulso y pateó la cara del tipo como si fuera una pelota de fútbol.




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