Hidrium - La Orden Makin

Sahame Sord

“Y heme aquí, caminando nuevamente, solo, extrañando a Ipuy, mi mejor amigo, a quien perdí desde que entré a este mugroso lugar… Espera, ¿qué? ¡Mi mascota!, ¡lo había olvidado por completo, después de todo lo que me ha pasado no tuve tiempo para detenerme a pensar en él! ¿Qué le habrá pasado?, ¿dónde está? ¡Demonios!, esto no puede ser… El único amigo que he tenido en toda mi vida y ahora él ya no está”, me dije mientras lloraba en el suelo por la pérdida de mi amigo. Y si piensan que esta es una historia feliz donde lo encuentro después de haberlo mencionado, no es así, no lo encontré. Ipuy estaba desaparecido, yo estaba solo, hambriento, sin alguien con quien hablar y en un lugar que desconocía completamente. A lo lejos solo se veían montañas y más montañas, y a lo cerca, se veía algún que otro árbol… En serio, no tenía idea de a dónde iba, el mago inútil ni siquiera tuvo la decencia de decirme hacia dónde caminar, solo dijo: “Ve al castillo”, como si yo fuera de ese reino y supiera hacia donde rayos tenía que ir.

Esperen… quizá sí… “No puede ser, yo definitivamente no soy de este mundo, digo, tengo 20 años, sé perfectamente de dónde vengo y ese lugar, sin duda, no es aquí”. Repitiéndome eso, seguí pensando por varios minutos que en realidad yo sí pertenecía a ese lugar, al menos eso parecía, el mago se veía muy convencido de que yo tenía que llegar. Todo ese cuento de los Makin y que pensaron que yo era uno (que claro que no lo era), pero igual me dejaba duda. Por suerte para mí, poco más adelante había un pequeño río y recordé cuando iba de pesca con mi abuelo; eso me puso en un estado muy melancólico, puesto que mi abuelo murió cuando yo era apenas un niño y él era quien mejor me entendía de todos mis familiares; platicaba de todo con él y le contaba todos mis secretos. Me dirigí a ese río para recordar aquellos momentos y pescar un poco, jamás había pescado solo así que no sabía qué hacer, ya que todo lo hacía mi abuelo y yo solo veía; pero para mi suerte, en ese mismo río estaba un señor de aspecto humilde el cual casualmente estaba pescando, me acerqué a él y le pregunté si podría enseñarme a pescar.

-¿Quieres aprender a pescar? -dijo en tono sarcástico mientras sacaba un pescado del río -podría enseñarte, claro, aunque…, ¿qué ganaría yo?

 

-Soy un forastero, así que no tengo mucho que ofrecerle señor, pero podemos hacer algo: usted me enseña cómo pescar y yo pescaré en su lugar, y de lo que saque, usted se queda con la mayoría de los peces; por ejemplo, si saco 10 peces usted obtiene 7 y yo 3, de esa manera ambos ganamos (claro, yo estaría perdiendo un poco más, pero con tal de aprender a hacerlo esta primera vez, creo que valdría la pena) -le dije de manera en la que yo pensaba que podría persuadirlo.

 

-Me parece perfecto. Bien, te enseñaré a pescar, pero tienes que pescar por lo menos el resto del día, si no aceptas esta condición entonces busca a otro que te enseñe -comentó mientras se rascaba la espalda de una forma un poco brusca.

 

Al no tener opción y puesto que así comería al menos ese día y demás días futuros si lograba aprender adecuadamente, acepté la condición que el señor me impuso. Pasó al menos una hora explicándome de manera convincente y entendible cómo hacerlo, logré entender y “tomarle el truco” a la forma en que, al menos él lo hacía, porque recordaba que mi abuelo se movía un poco diferente; pero sin darle importancia a los detalles comencé mi trabajo pescando por el resto del día. Bien dicen que de la teoría a la práctica el cambio es bastante, tres horas y ni un solo pescado salió del río. Estar pescando únicamente con una lanza fabricada a mano y puros reflejos…, para una persona que no era la mejor en deportes físicos, sin duda era algo muy difícil. Al ver mi fracaso como pescador, el señor se acercó a mí, me ofreció un vaso de agua y me dijo:

 

-¿Es que acaso no prestaste atención a lo que te expliqué?, si estás en una postura como esa jamás vas a lograr atrapar un solo pescado, es más, ni siquiera se acercarán a ti; separa las piernas y levanta la lanza, no la dejes en el agua, tienes que ser más rápido que el pescado y lograr que la lanza esté en el agua para cuando el pescado intente pasar por entre tus piernas. Si intentas atrapar al pez con tus piernas eres aún más bobo que el idiota que me intentó vender una cabra en 300 kipe ayer -me dijo señalando con su dedo los defectos en mi postura.

 

-¿300 kipe? -le pregunté, supuse que así se llamaba la moneda que usaban en ese mundo, aunque nunca está de más cerciorarse respecto a cosas que se desconocen.

 

-¿Se puede saber de qué cueva saliste muchacho?, no sabes qué es un kipe, no sabes pescar, y eso es algo que hasta el más pequeño de los niños puede hacer por sí solo; el kipe es dinero, ¿qué otra cosa va a ser?, claro que es muy escaso y solo los de un estatus social medio alto comercian con él, pero puedo asegurar que, mínimo cada uno de los ciudadanos de este reino, han visto al menos uno en su vida, y, puesto que es una moneda de la realeza su precio es muy elevado -dijo en tono serio con un poco de sarcasmo.

 

“Así que esa es la moneda de este lugar… Es un nombre peculiar, sin duda. Espero algún día ver uno, tengo curiosidad por saber cómo son; pero bueno, al menos ahora sé qué estoy haciendo mal al pescar, ya podré, con un poco de suerte y mejorando la técnica, atrapar muchos más peces, igual aún es medio día, hay mucho tiempo para terminar o lograr algo decente”.




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