Hidrium - La Orden Makin

Talismán

Con mucha tranquilidad, ella empezó a contarme algo, o dicho de otra forma: a aumentar la información que el Rey de Hidrium me había dicho antes.

 

-Lo que estoy a punto de contarte es algo de lo que nadie, excepto un mago del reino en el que estás ahora conoce historia, quizás incluso, habrás escuchado su nombre: Kriniton.

 

Y justo como dijo, efectivamente había escuchado antes ese nombre, pero hice como si fuera la primera vez para ver si podía explicarme un poco más sobre él. No me culpen por sentir curiosidad, si era el mago más poderoso del reino…

 

“A pesar de ser una deidad en este mundo, como seguramente te habrán dicho -continuó Higlemeni-no fui la única y seguramente tampoco la última, ¿has oído hablar de Xutyenek?; podríamos decir que somos iguales él y yo, aun y cuando somos dos partes diferentes, pero sin una no puede existir la otra. En tiempos pasados ha habido más como nosotros, y al igual como lo hicimos, aquellos pelearon entre sí, ¿la razón?, muerte.

Nosotros somos inmortales, pero no a todos les gusta la inmortalidad, y la única forma de matar a un ser como nosotros es si el otro lo hace. Si intentases herirme y lo lograras, aun usando a Sahame solo llegarías al punto de hacerme sangrar, y no importa cuánta sangre termines por sacarme, nunca podrías matarme. Un humano, orco, elfo, bestia o lo que sea, no puede hacernos morir, solo puede hacerlo otro como nosotros, una “deidad” como nos han llamado los humanos desde que nos conocieron. La pelea eterna de Xutyenek conmigo es porque él odia su inmortalidad y yo la acojo con gratitud. Puedes pensar que lo que busca es que yo le mate, pero como he dicho antes, sin uno no puede existir el otro… Si uno de los dos llegase a morir, el otro lo haría irremediablemente, aun y cuando su cuerpo no tuviera heridas; somos básicamente la misma alma dividida en cuerpos diferentes. ¿A qué voy con esto? Nuestras peleas no son comunes al ser seres claramente diferentes. En un lugar de este reino habita un sitio sagrado para nosotros, al cual, irónicamente no podemos acceder, y en ese punto descansa todo el poder de las generaciones de “dioses” que han peleado con anterioridad a nosotros; cada golpe que yo recibo, así como cada golpe que doy, es poder que recae en aquel lugar y es abonado a un talismán que descansa esperando a aquel que haya sido elegido por el destino; y, en caso de que lo hayas pensado, lamento decirte que aquel “elegido” no eres tú, sin embargo, creo que tienes un papel muy importante y por eso Sahame te eligió. Espero que aceptes lo que quiero que hagas, dime: ¿aunque sea lo escucharás?”

 

“Un talismán que conserva todo el poder de peleas generacionales por seres que sin lugar a duda no son humanos… Esto se está poniendo aún más extraño de lo que ya era, pero… en fin, no mentiré diciendo que no me interesa en qué acabara todo esto”.

 

-Claro, dímelo… -le respondí a ella intentando ocultar mi curiosidad.

 

-Bien -dijo Higlemeni levantándose y extendiendo su mano hacia mí-. Lo que quiero que hagas es que encuentres al elegido.

 

“Que… ¿lo encuentre?”, pensé. “¿Es que acaso está loca esta mujer?, cómo se supone que voy a encontrar a alguien que no sé cómo es, en un mundo que no conozco y que además no sabré si es esa persona hasta que vayamos al mugroso talismán y éste intente agarrarlo…”

 

-Déjame ver si entiendo… ¿Quieres que vaya de pueblo en pueblo, ciudad en ciudad, reino en reino, etc., buscando a una persona que nadie sabe siquiera cómo es? No creo que tenga suficientes años de vida como para lograr lo que me pides. O, ¿sabes a quién debo buscar? -estaba un poco decepcionado porque pensé que mi labor en ese mundo sería algo… mejor.

-No, no sé a quién debes buscar, pero estoy segura de que podrás lograrlo -respondió ella muy seria pero con un rostro amable.

 

-Por muy “diosa” que seas, la verdad es que no quiero hacer lo que me pides, es algo claramente fuera de mis capacidades -respondí haciéndome hacia atrás, negando con la cabeza y manos repetidas veces.

 

-De acuerdo, no puedo obligarte a hacer algo que no quieres y que yo misma sé que puede resultar casi imposible. Agradezco que hayas aceptado verme y escuchar mis palabras, joven Rubén; quisiera conversar más contigo, pero lamentablemente no puedo mantener más tu alma en este lugar, deberás volver -estas últimas palabras las dijo con algo de dificultad, parecía que en verdad su “poder” se estaba agotando mientras me mantenía ahí.

 

-En realidad no es como que yo haya querido venir… Fui absorbido (otra vez) por algo -respondí haciendo muecas con la boca. Ella rió levemente y agregó:

 

-Nunca hubiera podido traer tu alma a este lugar si no quisieras verme, joven. Tu alma sintió que la estaba llamando, e inconscientemente aceptaste venir.

 

Su imagen de pronto se quedó pausada, no se movía en absoluto, ni siquiera el mundo en el que había aparecido, era como si literalmente alguien hubiera apretado el botón de pausa de algún control. Después ella comenzó a desvanecerse, y los muros del gran salón, el piso, columnas, toda la estructura, se veía cómo se construía nuevamente, poco a poco. Una vez habiéndose construido en su totalidad, yo me encontraba en aquel gran salón con mis pantalones cerca de la pantorrilla parcialmente incinerados, y un guardia real al lado mío sosteniendo una antorcha encendida, diciendo una y otra vez: “¡Lo siento!, ¡lo siento!, tenía curiosidad…” “¿Curiosidad de qué?, ¿acaso este baboso fue el que quemó mi ropa?, ¿y qué demonios estaba queriendo probar?, ¿si soy inflamable?”




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