Hidrium - La Orden Makin

Cautivo

Mi espalda estaba lastimada causa del golpe que me di en la pared contra la que choqué, por lo que no pude caminar bien, lo hacía completamente encorvado y con mi mano sostenía mi espalda, a causa del mismo dolor que sentía. La cosa que me causó eso, porque no quería llamarle Kijim, al menos ya no más, lo que quiera que fuera eso, definitivamente había cambiado; permanecía quieto, sin emitir ningún sonido y con su vista fija en mí, quizá me hirió por reflejo al verme portando a Sahame e intentar golpearlo, o quizás estaba esperando a que hiciera mi primer movimiento para después él hacer el suyo.

Lentamente me acerqué a él envainando a Sahame para que evitara pensar que quería herirlo, y con voz baja, intentando sonar lo más amigable posible, le dije: “Tranquilo”. Coloqué mis manos hacia delante en señal de “alto” y me acerqué demasiado despacio, no quería que aquella cosa me dañara o que pensara que yo lo quería dañar a él. Cuando le dije que se tranquilizara pareció ser que sí reaccionó, ya que noté cómo su cuerpo se direccionaba completamente hacia mí, aunque aún permanecía donde estaba. Me encontraba un poco cerca de él, quizás a 3 metros. En verdad era imponente aquel sujeto, su cuerpo cubierto en su totalidad de esa aura morada y negra que le recubría, y, parecía incluso, que a la vez le protegía de los daños; era como una armadura mágica. Sus ojos rojos y repletos de maldad, su cabello brillaba tenuemente a causa de la misma aura que lo recubría, y se movía como si una corriente de aire estuviera soplando; parecía no tener boca, aunque quizá solamente estaba cerrada. A pesar de no tener pupilas, podía notar cómo sus ojos estaban completamente inmersos en mí, sin apartar su mirada por más distractores que pudiera haber en el entorno, y de alguna manera me intimidaba aún más; pero mi objetivo era, además de verificar que esa cosa no hubiera poseído el cuerpo completamente de Kijim, también dar tiempo para que los demás huyeran del lugar. Era preferible que muriera uno a que murieran cuatro. No quise acercarme más de esos 3 metros, y desde esa distancia intenté dialogar con él:

-¿Kijim?, ¿estás ahí? -pregunté una sola vez, ya que no tuve necesidad de hacerlo de nuevo al recibir la respuesta que esperaba, más no la que quería.

 

-No -la voz que sonó era una combinación de la de Kijim con otra más demoniaca y aterradora, ligeramente similar a la que poseía Anya cuando se colocó la máscara de Ikeonwu, era como si estuvieran hablando dos personas del mismo cuerpo; después de todo, parecía que en realidad su boca había desaparecido porque no podía verla moverse o abrirse siquiera.

 

-¿Qué eres tú? -pregunté alejándome un poco de mi posición por si tenía que huir.

 

-No lo sé -la voz tenebrosa se sobrepuso sobre la de Kijim y se escuchó con más intensidad-. ¿Qué soy yo?, ¿quién soy yo?, ¿qué y quién eres tú?, ¿qué hago aquí?, ¿cómo llegué hasta aquí? ¿Por qué intentaste matarme?, ¿debo morir?, ¿por qué debo morir?, ¿por qué debes ser tú quien me elimine?, ¿por qué no puedes ser tú quien sea eliminado? ¿Y si te elimino? -no se detuvo de hacer preguntas aleatorias, con cada una que elaboraba se podía ver que esa cosa de cuerdo tenía aún menos que nada. La voz de Kijim había opacado por completo a la demoniaca y me dio cierto alivio al hacerme pensar que quizá todo estaba bien ya.

 

-¡Espera, nadie debe morir! -dije rápidamente al ver que sus preguntas se habían tornado completamente a una razón por la que él no debiera matarme a mí-. Mira a tu alrededor y dime qué es lo que ves.

 

-¿Alrededor? -volteó rápidamente en todas direcciones y con cada cosa que su vista fijaba la nombraba-: Columnas, sillas, cuadros destruidos, muerte, personas, maldad, maldad, maldad -era como si se hubiera quedado trabado repitiendo esa palabra: “maldad”, pero cada vez que la decía miraba hacia un lugar diferente, incluido yo-. Veo más maldad que otra cosa, y parece ser que tu especie es la que más tiene. Y, mirándome a mí mismo, yo estoy repleto de ella. ¿Qué debo hacer?

 

-Me hiciste una promesa hace tiempo, dime, ¿la recuerdas? -quizá si lo hacía recordar eso la mente de Kijim podría regresar y el posible peligro en el que nos encontrábamos desaparecería.

 

-¿Promesa? -la voz de Kijim se redujo un poco y tenuemente se escuchó aquella voz demoniaca que había desaparecido, dándome a entender que eso era una batalla contra lo que había poseído a Kijim y ganaría haciéndole recordar quién era.

 

-¡No, espera!, olvida eso -si continuaba intentando que lo recordara quizá me saldría el tiro por la culata-. Hace tiempo te dije que tú eres la esperanza del mundo, y sigo pensándolo, pero ahora estás en una pelea que debes ganar y en la cual te ayudaré a vencer.

 

-¿Pelea? -levantó sus manos mirándose y dándose cuenta de lo que estaba hablando, o al menos eso me hizo creer.

 

Al mirarse era como si un oso le hubiera rugido en la cara a un niño espantándolo de una manera realmente fuerte; comenzó a gritar con una fuerza espeluznante, con sus manos se arañó el cuerpo. Supuse que intentaba quitarse el aura que se había pegado a sí mismo, pero no podía hacerlo. Los gritos hacían que todo el interior del castillo temblara, e incluso, algunas columnas caían a causa del desgaste del mismo y de la fuerza de la voz. Yo no hallaba para dónde hacerme de modo que saliera vivo de esa, ya que si me acercaba a lo que quedaba de Kijim seguramente terminaría peor de lo que ya estaba.




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