Las primeras semanas de entrenamiento me dejaban agotada hasta los huesos. Desde la mañana hasta la tarde, corría por los alrededores del atrio, practicaba con dagas y espadas sin filo, el arco y movimientos de defensa cuerpo a cuerpo, o estudiaba con Noemia diversos temas. Entre geografía e historia, la ubicación de pasillos y recovecos del palacio y los estatutos que el maestro no había terminado de enseñarnos, y mi control. Mientras tanto, Clim hacía de mi sombra, siempre manteniendo cierta distancia.
Solo gracias a él no congelaba todo a mi paso. Mi control continuaba quebrado, lo que no era nada bueno.
—Solo céntrate en ti misma. Olvida tu alrededor —repetía Noemia.
Me hallaba sentada en medio de uno de los salones con reparaciones pendientes, lo suficientemente lejos de cualquier soldado, noble o plebeyo que pudiese resultar herido por accidente. Clim, en esos momentos, se hallaba a cierta distancia fuera del lugar, dejando que mi fuerza se extendiera alrededor de dos metros. Dos metros cubiertos de hielo. Dos metros tan fríos que Noemia era incapaz de mantenerse cerca.
—Céntrate, Macy. No lo estás haciendo —medio gruñó.
—Lo intento —suspiré.
Intente despejar mi mente, centrándome en el hielo a mi alrededor, ordenándole desaparecer. Mi estómago se llenó de nudos, mi garganta se secó y mis músculos se tensaron… pero el hielo continuaba ahí.
Frustrada, di un golpe de frío hacia el frente, recorriendo los seis metros de desgastado suelo hasta golpear la endeble pared. Tras ver la desgastada madera y piedra cayendo, los pasos y la fuerza de Clim se acercaron con rapidez.
—Es suficiente —gruñó a pocos pasos, derritiendo el hielo mientras se acercaba.
—¡Clim, aún no...!
—¡Suficiente! —le gritó a Noemia, para luego inclinarse y agarrar mi brazo con brusquedad, comenzando a jalarme tras él.
—¡Libérala en este momento!
Nos siguió hacia la puerta, pero antes de que continuase y terminará en una nueva pelea con Clim, agite mi cabeza negando y rogándole con la mirada que se detuviera. No tenía ni ánimos ni fuerzas para eso.
Su última mirada estaba cargada con pesar.
Siendo arrastrada por los pasillos sin oponer resistencia, pensaba en la comodidad que suponía para mi futura vida el tener a Clim junto a mi... cuando había ansiado durante años aquello. Pero era tan obvio como cierto, que ello no era una buena idea. Frente a las puertas de mis habitaciones, Clim se detuvo y con brusquedad abrió la puerta y me empujo dentro, cerrando tras de mí con fuerza.
Tratando de respirar a través del nudo en mi garganta, me dejé caer en el sofá y cogí el libro que ocultaba entre las almohadas. Ojee la página en que había quedado, respirando y tragando, inmune al frío que traía la tarde y sintiendo todo.
Una parte de mi deseaba morir.
La otra, más sensata y llena del valor que alguna vez poseí, luchaba por conseguir el control. Por volver a ser dueña de su destino, por alzarse y permitir que su corazón roto encuentre nueva luz.
—¿Milady? —dijo una de mis doncellas, Cyna, acercándose delante de Lyssa mientras cargaba una bandeja—. ¿Le apetece cenar?
Dejó la bandeja sobre la mesa junto a las ventanas, sonriéndome entretanto cerraba las cortinas.
—¿Tomará un baño, milady? —preguntó Lyssa.
Asentí a ambas, necesitaba un baño y comida, mucha comida.
Después de que me ayudasen con el baño, comí mi cena mientras Cyna secaba mi cabello y Lyssa cogía un vestido rosa pálido, e insistía en que un paseo por el jardín me vendría bien. Aunque yo dudaba que Clim fuese feliz con la idea.
En compañía de ambas, me aventure fuera de mis habitaciones con la certeza de su presencia. Él estaba al otro lado del pasillo, observando hacia la fría noche del exterior.
—Lady Amace, su abrigo.
Cyna me alcanzó primero, ayudándome con el abrigo que había olvidado, de un profundo rojo oscuro. No que lo necesitase realmente. Titubeante, me dispuse a comenzar el paseo con ambas doncellas a mis lados, viendo que Clim ni siquiera dirigía una mirada en mi dirección. Me pregunté si algún día volvería a notarme… Ahogando las lágrimas tras mis párpados, avance por el pasillo.
Mis claros cabellos atados en una estrecha trenza, se agitaban sobre el rojo del abrigo, contrastando con la oscura noche y las luces de las antorchas. Mis pasos entre el par de gentiles doncellas retumbaban en mi pecho. Los de él, se hallaban en las sombras, a varios metros detrás. Casi podía sentir sus ojos sobre mi.
—La modista traerá nuevos vestidos mañana. —Me recordó Cyna, con una sonrisa.
—Si, y nuevos pantalones —murmuró Lyssa, rodando los ojos.
—¡Oh, Dioses! ¡Lady Amace, no puede realmente preferir esas ropas! —chilló Cyna.
—Bueno... —susurré.
Me era difícil contener una sonrisa. Ambas sabían que si me daban a escoger, siempre ganarían los pantalones por lo prácticos.
—Por todos los Dioses, Lady Amace. Una dama no debe utilizar…
—Ya, ya Cyna. Lady Amace ya lo sabe.