Cyna me ayudó aquella noche a empacar, repitiendo que Lyssa estaría bien y que no me preocupara por Noemia, cada vez que me veía con la mirada perdida. Sin embargo, no eran precisamente ellas quienes llenaban mis pensamientos. Más o menos. Ciertamente me preocupaban, y hasta sentía culpa por lo sucedido, no obstante... mis pensamientos se resistían a dejar de lado lo que aquel viaje conllevaría.
Volver a las faldas de Quajk. Tan cerca y tan lejos del que fue mi hogar… y prisión.
Me repetí toda aquella noche, entre el escaso descanso que pude obtener, que sería sencillo aceptar la devastación en mi camino. Que no importaba lo horrible que podía parecer todo, que mi misión era más importante, y no fallaría por nada del mundo. Pero en el fondo, no hacía más que rogar a los Dioses por fuerza.
Cuando la mañana llegó y mi equipaje era cargado con las demás pertenencias que llevaríamos en los carros, esperaba a la hora de partida junto al corcel que me llevaría. Vistiendo pantalones de montar y un largo abrigo negro con capucha, de un material liviano que mantenía mi cuerpo a cierta temperatura agradable. La falta de descanso me pasaba la cuenta, llevándome a bostezar al menos cinco veces en menos de cinco minutos.
—¿Cansada ya, Macy?
Reprimí el escalofrío que la melodiosa voz de Noemia me causó.
Voltee a verle. Parecía estar bien, tal vez un poco pálida, pero al menos sonreía y estaba de pie. Su vestido ligero púrpura ondeaba con la brisa que entonces soplaba, y su largo cabello negro permanecía atado en una trenza tras su cabeza.
—¿Es-estás bien? —le pregunté.
—Lo estoy, y ya me informaron que tienes un arduo trabajo por delante.
Su cambio de tema no pasó desapercibido para mi mente somnolienta.
—Si…
—Bueno, pensé que te gustaría refrescar un poco la memoria —dijo, titubeando antes de extraer un pequeño libro de un bolsillo entre sus faldas—. Lo encante para que resista el clima.
Me lo tendió, con una sonrisa reticente y una sombra oscureciendo su mirada.
—Gracias. —Cogí el libro de sus manos y leí el título, resistiéndose inútilmente a la sonrisa que tiró de mis labios—. ¿La historia de los Dioses?
—Si. La primera lectura de todo niño —asintió, sonriendo con mayor vigor.
—Gracias, Noemia —dije, abalanzándome hacia ella para darle un abrazo, pidiendo a los Dioses por su bienestar y el de Lyssa.
Dejándome rodeada por los soldados y los corceles, listos para partir, Noemia volvió al laberinto que conforma el palacio de Radwulf sin mirar atrás. Un par de minutos después, Clim se hallaba a pocos pasos de mi, hablando con Lesson mientras yo montaba mi corcel, que entonces supe, se llamaba Rhym. Cuando sostenía las riendas con manos un tanto temblorosas, Lesson se acercó.
—Lady Amace, espero que los Dioses le cuiden —dijo, colocando una mano empuñada sobre el corazón, el típico gesto de honestidad.
Fije mi mirada sobre él, frunciendo el ceño en silencio con lo que esperaba fuese obvio mi disgusto. Tras un suspiró un tanto quejoso, acarició el crin de Rhym y se corrigió;
—Macy.
—Gracias —dije al fin, asintiendo mientras caía en cuenta del trasfondo de sus palabras—. ¿No irás?
Mi pregunta, prácticamente chillido, provino del renovado pánico retorciendo mi estómago, que la sola idea de no tenerle cerca durante semejante travesía alimentaba.
—No te preocupes, Garb les acompañara. Clim me ha ordenado encargarme del ejército desde el palacio en su ausencia —explicó con una pequeña sonrisa titubeante, sus ojos sobre Rhym.
—Ya, pero... ¿qué pasa si ya no quiero ir? —murmuré, forzando una sonrisa, temiendo su posible respuesta.
—¿No deseas ir? —inquirió, dirigiendo sus azules y serios ojos a los míos.
Un azul tan desconcertante. En el fondo, quizá de mi conciencia o quizá recuerdos, algo cosquilleo, lo sabía, aunque no comprendía el qué.
—Tengo que, no puedo quedarme de brazos cruzados —respondí.
Sonrió, y jalándome hacia él besó mi frente.
—Buen viaje, Macy. Sé que lo harás bien —murmuró antes de apartarse y despedirse de los soldados agitando una mano.
Trague a través del extraño nudo en mi garganta, tratando de llenar de aire mis paralizados pulmones. No tenía forma de saber la razón que me llevaba a sentirme así, ni porqué Lesson había besado mi frente con tanto descaro como familiaridad. Un gesto inesperado… y gentil.
Poco después, salimos del palacio.
Iba en medio de la comitiva, detrás de Clim, mientras Garb intentaba distraerme a mi lado derecho, y un reticente Wills medio ignorándolo a mi izquierda. Así, me centré en mantener a Rhym tras Clim, ocultándome de las miradas curiosas con la capucha del abrigo, y continuamos andando en dirección a Duhjía, hasta eso de mediodía. Momento en que tomamos un descanso junto al bosque que bordea el camino, con su verde reviviendo en medio de árboles petrificados que se alzaban cual garras hacia el cielo, y luego continuamos.
El aire se sentía tibio y la tierra fangosa a medida que nos acercábamos, pero no tenía tiempo ni corazón para vislumbrar más de lo necesario. Por lo que centré mi mente en el libro que me dio Noemia. Un ejemplar demasiado familiar de “La historia de los Dioses”. El libro que toda persona en Radwulf conoce, y que cuenta cómo se formó nuestro mundo, y la importancia de los Dioses en nuestra historia.