El crepúsculo prácticamente pasó desapercibido a nuestros ojos, puesto que las nubes cubrieron el cielo aquella tarde. La temperatura descendió y la tensión era palpable en el aire, mientras todos, absolutamente todos nos manteníamos alerta.
La urgencia de galopar hacia Duhjía, sin importar los pesados paquetes de suministros, era sumamente insistente. No obstante, sin toda aquella valiosa carga, no hubiésemos podido ni podríamos llevar a cabo la reconstrucción. Del centenar de carretones en la comitiva, al menos dos tercios eran elementos de construcción, y un cuarto de alimentos varios.
Siendo la segunda noche, y estando a un medio día más de llegar, el campamento emplazado a un lado del camino fue posicionado de forma que los carretones y el carruaje quedaron al centro, y los soldados cubrieron los alrededores.
Sentada junto a la hoguera que daba al sureste, contemplé las franjas de cielo estrellado que se colaba entre las nubes, conectando mi esencia con el mundo. Mis sentidos, estaban tan embotados en la vida que transcurría alrededor, que inconscientemente solo mantuve en mi rango a Verha. Sentado a eso de un metro, él tallaba un trozo de madera con una pequeña cuchilla que traía en su bota, mientras una fría brisa nos acariciaba... y entonces, asimilando como un peligro a la figura que se acercó, envolví sus pies en hielo, congelándole a eso de tres metros.
—¡¿Pero qué...?! —La voz de Wills me sacó del trance.
—Creo que atrapó un Wills. —Me dijo Verha, sin apartar su atención de la madera.
—¡Lady Amace, por favor!
Gire hacia el pobre soldado, quien ya se estremecía sin poder moverse del lugar. Un poco de calor cubrió mis mejillas, entretanto la atención de los soldados caía sobre él y estallaban en sonoras carcajadas.
—Lo siento, Wills. —Me disculpe, reduciendo el hielo con un solo pensamiento.
—Ya, ¿qué va? —se apresuró junto al fuego, quitando sus botas con tirones bruscos—. Un poco de hielo no me va a matar, ¿verdad?
—¿No escuchaste cuando advertí a todos que se mantuvieran apartados? —le preguntó Verha, inspeccionando su tallado más de cerca.
—Pues... no —murmuró, dirigiéndome una media sonrisa—. No recibí ni una maldita advertencia.
Su ligero humor ayudó a que cualquier atisbo de incomodidad se esfumara, dando paso a una fácil platica.
A pesar de una ligera bruma que se alzaba lentamente, las cálidas lumbres penetraban en la negrura de la noche, acariciando las estelas de plata que la Luna deslizaba entre las desnudas ramas de los árboles. E incluso así, la brisa traía consigo un regusto amargo... y oscuro.
Pero no ocurrió nada más. Absolutamente ningún otro incidente antes de que nos adentráramos por el camino terroso, que se abría hacia la calle principal de Duhjía.
La actividad de aquel día se contraponía a mis nebulosos recuerdos, de hace tan solo unas semanas. Al menos un centenar de hombres y mujeres labraban los campos colindantes, acarreando escombros y malezas. Otros tantos soldados les ayudaban, asistían y custodiaban, con sus espadas colgando a un lado de sus caderas. Y entre todo, varios niños y jóvenes recorrían las calles y callejones, repartiendo bebidas y bocadillos a aquellos que tomaban un descanso.
Pude vislumbrar, a través de la abertura en la pared de un segundo piso, a un puñado de personas quitando el deteriorado mobiliario con pañuelos atados sobre sus bocas y narices.
Cuando la plaza central de la ciudad fue visible con el palacete alzándose detrás, la gente comenzó a congregarse en torno a la caravana. Sus emociones visibles variando entre la curiosidad, la prudencia y la alegría, me provocaron un sobresalto que agradecí poder ocultar bajo la capucha de mi abrigo.
Los carros comenzaron a desviarse en diversas direcciones, y los soldados frente a mí abrieron el camino permitiendo que alcanzara a Clim y Lesson. La multitud creció, mientras rodeábamos el ancho podio a pocos metros de la entrada principal al palacete, y detenía a Rhym tras Lesson. Los murmullos fueron disminuyendo al mismo tiempo en que ellos descendían de sus corceles, y la inquietud me asaltaba con fuerza.
Me forcé a respirar con calma, recordando el concejo de Verha; no importa qué ocurra de aquí en adelante, debe dejar de lado sus sentimientos y centrarse en los hechos. Y los hechos, en ese momento, se centraban en que Clim se dirigió al podio y enfrentó a la gente, quienes sólo entonces guardaron silencio.
—Mi nombre es Clim de Kuejt, Comandante General de las fuerzas armadas de Radwulf. Estoy aquí como líder del ejército y custodio de nuestra primera virreina, Amace de... —Un creciente murmullo interrumpió sus palabras.
Sentí las miradas sobre mí, quemando a través de la capucha... Pero, más allá de las terribles emociones que ello me provocaba, sentí una fuerte urgencia de apoyar a Clim. Necesitaba ir a su lado y enfrentar mis temores. Así que ignoré la vocecita temerosa en mi cabeza, y me dirigí hacia el podio mientras bajaba la capucha.
Los murmullos se detuvieron entretanto subía los pocos escalones, dirigiendo mi mirada a la de Clim. Una sombra de sorpresa cruzó sus facciones, ocultándose antes de dirigirse nuevamente a los ciudadanos.
—Como bien sabéis, Hazel de Duhjía se ha convertido en nuestra nueva reina. Por lo cual, sus compromisos para con Duhjía debieron ser legados —continuó—. Lady Amace aceptó la responsabilidad de continuar con la reconstrucción, no como una obligación forzada, sino como una misión personal con Radwulf.