Las chicas llegaron al atrio, buscándome con expresiones más preocupadas que molestas. Ya me sentía preparada para retomar mis deberes, aunque una ligera sombra de la realidad se asentaba sobre mi consciencia.
Mi carcelero seguía libre, impune de sus crímenes. Un hecho que no dejaba de erizar mi piel y llenaba de dudas mi mente. No obstante, también estaba el hecho de que no había dicho nada sobre la nota del maestro, y el pequeño detalle de aquello que la declaración de Tyrone plantó en la punta de mi lengua.
Si… los Dioses saben que lo tenía más que difícil conmigo misma.
Las chicas me acompañaron al comedor privado de la familia real, ya limpia y bien vestida, donde, me habían dicho, el rey y la reina habían pedido que los Bletsun se reunieran. Me dejaron en las puertas, desde donde pude divisar rostros familiares entre los extraños.
Sonriendo como mejor pude, mientras me dirigía al asiento libre entre el rey y Drave, vi de reojo a Clim y Noemia sentados en el lado contrario.
Todos los varones se pusieron de pie, incluso su majestad Ambón.
—Buenos días —saludé, inclinándome ligeramente ante sus majestades.
Los “buenos días” resonaron a mi alrededor, y tomé asiento sintiendo la mirada de Clim sobre mi.
—¿Ha descansado lo suficiente? —me pregunto el rey, tras hacerle una seña a Nana Bubilleu.
—Sí, más que suficiente —respondí.
Las doncellas y mozos comenzaron a servir el desayuno, y pronto me vi envuelta en una tranquila platica con Drave sobre las propiedades de los alimentos. Como el Bletsun de la Medicina y pese a sus breves catorce años, me enseñó pequeños sorprendentes datos, como el de las propiedades de los arándanos y las limas.
Al terminar, todos nos despedimos y me apresure en volver al palacete, queriendo encargarme de todo lo pendiente del día anterior. Teniendo en cuenta lo temprano que había ido a la cama, temía encontrarme con más de lo que pudiese manejar. Alton y Verha me seguían a pocos pasos, pero la voz de Clim nos detuvo.
—¡Amace!
Giré y, aunque esperaba simplemente ver qué necesitaba, él cogió mi mano jalándome más allá del recodo del siguiente pasillo.
—¿Qué pasa? —inquirí, algo más que sorprendida.
Parecía molesto. Tanto así, que los chicos no se atrevieron a seguirnos. Murmuró algo ininteligible, soltó mi mano y volteo, removiéndose con el ceño fruncido.
—¿Segura que estás bien?
Su sincera preocupación agitó mi vientre y amainó mis preocupaciones, recordándome que al menos podíamos ser “amigos”. Aún cuando nunca dijese las palabras encerradas en mi pecho, todavía tenía ese poco de él.
—Si, sólo… necesito algo de tiempo y ocuparme de mis deberes.
Mis palabras no le convencieron. Comenzó a rascar su nuca y clavó su mirada en mí como si quisiera desentrañar algún misterio. No que le estuviese mintiendo.
—¿Qué? Sé que debo confiar en mi misma. Ya no soy una niña, puedo continuar con mi vida sin desmoronarme por algo así. —Detuvo su mano, alzando una ceja en un gesto que parecía gritar “no te creo”—. Gracias por preocuparte, Clim. De verdad, no te imaginas lo agradecida que estoy de que podamos ser amigos otra vez.
—¿Amigos? —murmuró, relajando su postura.
—Si… ¿te parece si charlamos de esto luego? Quiero…
Sus manos sostuvieron mis mejillas cortando mis palabras, y antes de que pudiera asimilar el gesto por sobre su calidez… sus labios se posaron sobre los míos.
Una caricia tan inesperada… tan íntima.
El aire no entraba ni salía de mis pulmones. Paralizada durante un largo minuto, fui incapaz de procesarlo… su calor, la gentileza con que sus labios acariciaron los míos abriéndolos a su intrusión.
Cerré los ojos estremeciéndome por completo, sintiendo que mi piel se erizaba y el calor me envolvía. Ahogándome más allá de lo físico, mucho más profundo de lo que mi pecho debería ser capaz de albergar, mientras la agridulce emoción trataba de abandonar mi garganta.
Lo amo.
De repente, él se apartó.
Poco a poco abrí los ojos, enfocando los suyos mientras mi corazón comenzaba una desenfrenada carrera y mis mejillas ardían con intensidad.
Parecía… sorprendido.
La calidez que dejaron sus manos en mis mejillas y la dulce sensación sobre mis labios, borraron cualquier posibilidad de que todo hubiese sido un sueño. Un deseo tomando tanta fuerza que se sintiese real.
No, fue real.
Clim me beso.
Oh, queridos Dioses…
Él desvió la mirada, removiéndose incómodo. Un gesto que provocó una punzada en medio de mi pecho.
¿Acaso…?
—¿Por qué…? —murmuré antes de poder contenerme.
Tras lo que pareció una eternidad, él cerró los ojos y agitó la cabeza, soltando el aliento antes de volver a clavar su mirada en la mía.