Prólogo
"El hielo nunca perdona. No muestra piedad ni espera compasión. Es frío, implacable, y en su brillo cruel, revela cada grieta, cada miedo, cada verdad oculta.
Pero el fuego… el fuego es aún más peligroso. Arde por dentro, consume desde el alma, y deja una marca imposible de borrar.
Anya conocía ambos. Sabía lo que era caer y levantarse, saboreando la victoria y la derrota, el orgullo y la humillación. Pero nunca había sentido un fuego tan intenso como el que despertaba Lev Smirnov.
Él no era solo un rival en la pista. Era el choque de dos mundos, de secretos que ardían y heridas que sangraban. Era la razón por la que su corazón latía con fuerza y su cuerpo temblaba, incluso cuando no quería admitirlo.
En ese juego de hielo y fuego, había una sola regla: no bajar la guardia.
Porque en ese mundo, cualquier error podía quemarte. O congelarte para siempre"
Montreal – Campeonato Juvenil Nacional
Anya Andrejeva se ató los patines con rabia contenida, los dedos tensos, la mandíbula apretada. Podía escuchar la música de fondo del programa de Lev Smirnov, que aún no había salido a competir. El maldito siempre iba después. Siempre con ventaja.
Daniel, su pareja de temporada, se sentó a su lado, visiblemente nervioso. Ella no dijo nada. No podía permitirse más errores hoy.
Un portazo la sacó de su concentración. Lev había entrado al vestuario común como si fuera dueño del hielo.
—¿Ya estás lista para perder, Andrejeva? —soltó, con media sonrisa.
Anya se giró en seco.
—Prefiero perder que patinar con una Barbie de segunda. ¿Cómo se llama la de este mes? ¿Lina? ¿O ya la cambiaste?
—Al menos mis parejas no tienen que cargarme —dijo él, mirando de arriba abajo a Daniel, que se ruborizó y agachó la cabeza.
—Idiota.
—Niña.
—Egomaniaco con complejo de estrella.
—Palo de escoba.
—¡Lev! —tronó la voz de Dimitri desde la entrada—. Ya basta.
Lev le lanzó una última mirada a Anya, desafiante, y salió del vestuario rumbo al hielo.
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La competencia fue brutal.
Anya y Daniel abrieron con un arranque elegante, fluido, pero en el último giro doble él perdió el equilibrio y casi caen. No fue fatal, pero sí costoso.
Lev y Lina entraron con seguridad… hasta el final. Un pequeño error en el levantamiento le robó los últimos segundos de perfección.
Cuando el locutor anunció los resultados, el estadio estalló de murmullos:
—Primer lugar: Maxime Gauthier y Camille Lemoine.
—Segundo lugar (empate): Anya Andrejeva & Daniel Russo / Lev Smirnov & Lina Volkova.
Empate.
Anya tragó saliva. Daniel la felicitó. Ella apenas le respondió.
Lev pateó el hielo con impotencia. Lina intentó abrazarlo. Él se apartó. No hubo sonrisas.
Cerca de la zona técnica, Claire y Dimitri se reunieron, sonriendo. Orgullosos. Como si ser segundos fuera suficiente.
—¡Segundo lugar, empatados! Eso es impresionante —dijo Claire, emocionada.
—Felicidades a los dos —añadió Dimitri, sincero, extendiéndole a Anya un pequeño ramo de rosas blancas.
Ella se sorprendió, pero sonrió con sinceridad. Antes de que pudiera agradecerle, una mano apareció y le arrebató las flores.
—Estas te quedan grandes, Andrejeva —dijo Lev con burla, oliéndolas con descaro.
—¡Dámelas, imbécil!
—Ven por ellas —la retó, ya deslizándose hacia el centro de la pista.
Anya, sin pensarlo, se lanzó tras él. Ambos patinaban con agilidad feroz, como depredadores en danza. Lev giraba y se alejaba justo antes de que ella lo alcanzara. Anya fingía un salto, él la esquivaba. Ella estiraba la pierna, intentando hacerle tropezar, él saltaba limpiamente y sonreía con descaro.
—¿Eso es todo? —se burló él.
Ella aceleró. Se deslizó, giró sobre un solo pie, lo alcanzó por la espalda. Trató de arrebatarle las flores, pero Lev la empujó suavemente con el hombro, haciéndola girar sobre sí misma con gracia y rabia.
Finalmente, Anya saltó hacia él, le quitó el ramo de un tirón.
—¡Idiota! —gruñó, pero tropezó hacia atrás por el impulso. Estuvo a punto de caer, cuando Lev la sujetó por la cintura en el último segundo.
Sus caras quedaron muy cerca. Demasiado.
Silencio. Respiración agitada.
—¿Ya terminamos? —murmuró él.
—Eres insoportable.
Una carcajada retumbó desde las gradas casi vacías. Ambos se giraron de golpe.
Ahí estaba Nikolai Mirov, apoyado en la baranda, observándolos con los brazos cruzados y los ojos encendidos.
—Increíble, —dijo con voz grave—. Hace años que no veo fuego en el hielo.
Lev soltó a Anya de golpe. Ella cayó sentada sobre el hielo con un quejido y una mueca furiosa.
—¡Estás loco!
—¡Te soltaste!
—¡Me empujaste!
—¿Qué haces aquí? —preguntó Claire, acercándose a Mirov con los ojos entrecerrados.
—Observando. Y encontré algo mejor que el oro —dijo él, bajando lentamente—. Ustedes dos.
—¿Perdón? —dijeron Anya y Lev al unísono.
—Quiero entrenarlos. Juntos.
—¿¡Qué!? —gritó Anya, incorporándose.
—¿Yo patinar con ella? —rió Lev, incrédulo—. Она не девочка. Она пацан. Плоская как доска.
(No es una chica. Es un chico. Plana como una tabla.)
Anya se acercó y lo abofeteó sin dudar
Lev se quedó congelado. Solo sintió un bofetón.
Dimitri soltó una carcajada.
Claire, indignada, regañó a su hija:
—¡Anya! ¡No puedes golpear a tu compañero!
—¡No es mi compañero!
—¡Y tú no insultes a las mujeres en ruso! —tronó Dimitri, apuntando a Lev.
Mirov sonrió como quien ha encontrado petróleo bajo el hielo.
—Exactamente lo que quiero. Pasión. Orgullo. Talento.
Esto… esto les traerá el oro a Canadá.
—Definitivamente no —gruñeron ambos adolescentes al mismo tiempo.
Mirov solo asintió.
—A las seis. Mañana. En mi pista.
Y se alejó, silbando.
Mientras tanto, el hielo detrás de él seguía ardiendo.