Hielo y Fuego

8.

Capitulo 8: No me conoces.

Claire

El teléfono suena dos veces. Luego la voz de Dmitri.

—Claire… Está aquí.

Silencio.

—Max.

Otra pausa.

—Anya salió corriendo al verlo.

Me quedo en blanco.

Ni una palabra. Ni un suspiro. Solo la conciencia de que algo se acaba de romper.

Luego mi voz, automática.

—No hagan nada. No digan nada. No se muevan.

Cuelgo.

Ya estoy saliendo. El abrigo mal puesto. El bolso colgando de un hombro. Las llaves en la mano.

La nieve empieza a caer otra vez. Pequeños copos que se pegan al parabrisas como si nada en el mundo estuviera mal. Pero lo está.

Muy mal.

Subo al auto. Enciendo el motor. El hielo cruje bajo las ruedas. El volante está frío como una cuchilla. Mis dedos tiemblan. No por el clima.

Por Max.

Él no vino por casualidad. No vino por amor. Vino porque le llegaron los papeles. Porque entendió que era real.

Y Max no pierde.

Jamás lo ha hecho.

Lo conocí justo después del caos. Cuando mi cuerpo aún recordaba los aplausos de la arena y mis manos la piel de una medalla que no me pertenecía.

No era Dmitri.

Era todo lo contrario. Ruidoso. Famoso. Carismático como un fuego.

Una salida. Una apuesta.

Un error.

Con él, todo fue rápido. La prensa. La casa. El anillo.

El abandono también.

Cuando quedé embarazada, dejó de verme.

Como si el milagro de la vida le pareciera una amenaza a su estampa de estrella.

Y yo, estúpidamente enamorada, aún intenté hacerlo funcionar. Acepté visitas cada dos o tres meses. Llamadas breves. Regalos caros que no venían con abrazos.

Por eso me fui. A Canadá.

Para respirar.

Para tener a Anya sin que nadie me hiciera sentir invisible.

Y ahí, como una ironía perfecta del universo, me reencontré con Dmitri.

El hombre que me enseñó a volar sobre el hielo. Que me amó antes de que yo me creyera invencible. Que me perdonó antes de que yo pudiera siquiera pedírselo.

Lev tenía once. Anya, diez. Rivales desde el primer día.

Pero también cómplices. Aunque no quisieran admitirlo.

Y nosotros…

Nos volvimos a ver con otras pieles. Más arrugas. Menos soberbia.

Pero el mismo fuego.

Y esta vez, no lo dejamos apagar.

Hasta ahora.

El volante se desliza un poco cuando doblo. Hay hielo en la curva. Aprieto el freno con cuidado.

No puedo tener un accidente.

No ahora.

No cuando mi hija está llorando en un baño.

No cuando el pasado decidió volver como un vendaval.

¿Qué le habrá dicho?

¿Le gritó su apodo como si fuera una broma?

¿La miró con esa sonrisa suya, como si no entendiera el daño?

Dios.

Mi hija.

Ella, que se rompió los dedos y las piernas para alcanzar su lugar en la pista.

Ella, que nunca preguntó por él en voz alta, pero que se le apagaba la mirada cada vez que alguien decía “papá”.

Y ahora Max se aparece como si tuviera derecho.

Como si pudiera saltarse el dolor, los años, las ausencias.

Porque eso hace Max.

Irrumpe.

Desarma.

Y sonríe como si el desastre fuera parte del show.

Mi teléfono vibra.

Un mensaje de Dmitri:

> “Está tranquilo. No sabe quien soy, Pero algo trama. Lev está con Anya.”

Lo releo dos veces.

Lev está con Anya.

Y por primera vez en días, algo dentro de mí se calma. Porque ella no está sola. Está con Lev, el hermano que yo no pude darle, pero Dimitri y lenna si.

---

Dimitri

Salgo del vestuario justo cuando Lev y Anya emergen del baño. Los veo caminar juntos, pero hay una tensión en el aire que no puedo ignorar. Anya parece frágil, todavía tambaleándose, y Lev la acompaña con esa mezcla de dureza y preocupación que siempre lo define.

De repente, Max aparece corriendo hacia ellos, como si lo hubiese llamado el viento. Sin mediar palabra, abraza a Anya con esa familiaridad que me revuelve las entrañas.

—¡Mi bollito de azúcar! —grita con su voz estridente y llena de confianza.

Anya lo rechaza de inmediato, la rabia brillando en sus ojos.

—No me digas así. Odio ese apodo.

Max responde con una mezcla de resignación y desafío:

—Vi tu mensaje. Por eso vine. Quería verte. Estar contigo.

Mi corazón se aprieta en el pecho. No puedo evitar sentir enojo hacia Claire. ¿Por qué no le dijo nada a Max sobre nosotros? Sobre lo que estamos haciendo con Anya y Lev. ¿Cómo permitió que él creyera que podía volver así, sin avisar?

Anya sigue firme.

—Después de tres años ignorando mis mensajes, mis llamadas, mi existencia.

Max se encoge de hombros.

—Hija, sabes que estoy muy ocupado. Tengo muchos juegos, mucho trabajo.

—Sí, claro —contesta ella, con veneno en la voz—. Y ahora vienes a “estar conmigo”.

—Ya estoy aquí —dice él, apretando la mandíbula—. Estoy con ustedes. Y vine a llevarlas conmigo.

El mundo parece detenerse. Esa frase resuena en mi cabeza como una advertencia: “Voy a llevármelas conmigo”. ¿Qué significa eso? ¿Está intentando separarlas de mí? ¿De nosotros?

Cuando Max la toma del hombro con brusquedad, siento un nudo en el estómago.

—No me hables así, Anya. No soy tu madre para aguantar tus malcriadeces.

—¡Suéltame! ¡Te odio! —explota ella, con toda la furia de un tornado.

Lev me lanza una mirada llena de rabia y miedo.

—¿Dónde mierda está Claire?

—No lo sé —respondo, con frustración.

Lev me detiene.

—No quiero que te metas.

—No puedo no hacerlo —le digo, apretando los puños—. Aunque no te guste, somos su familia.

—Sí, pero él no lo sabe. Y creo que Claire no fue muy específica. Además, mide casi dos metros. Te dejaría en el suelo con un solo golpe.

Avanzo hacia ellos, sintiendo que debo intervenir.

Entonces Max vuelve a abrazar a Anya, y para mi sorpresa, ella cede. La veo aferrarse a él por un instante, un abrazo que me destroza el alma. ¿Qué significa eso? ¿Que ella quiere, a pesar de todo, darle una oportunidad a su padre? ¿Que quizás puede convencer a Claire de intentarlo de nuevo?




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