Hielo y Fuego

12.

CAPÍTULO 12 – CONDICIONES

Lev

El agua caliente no lograba quitarme el temblor del cuerpo.

Cerré los ojos. El vapor se metía por la nariz, por la boca, como si pudiera llenarme los pulmones con algo que no fuera este nudo. Pero no me calmaba.

Levanté la cabeza bajo la ducha. Me obligué a respirar.

No pasa nada. No pasó nada.

Piel de mármol. Corazón de acero. Esa era la fórmula.

La única forma de sobrevivir.

Me vestí sin mirar el espejo. No quería ver mis ojos.

Bajé las escaleras con la necesidad urgente de hacer algo mecánico: comer, masticar, tragar, llenar el hueco en el estómago que no sabía si era hambre, ansiedad, culpa… o lo otro.

Pasé frente a la habitación que sería de Anya.

La pintura todavía olía a nuevo. Rosa suave. Cinta de papel en los bordes.

Adentro, Dimitri y Daen estaban hablando.

—Quiero que seas claro —decía Dimitri—. No es que no confíe en ustedes, pero ella todavía está creciendo. Y si van a estar juntos, tienes que ser responsable, ¿entendiste? Nada de impulsos. Cuidarla es más importante que cualquier deseo.

Me detuve. Algo me apretó la garganta.

Daen asintió, incómodo.

—Lo sé. La quiero. No haría nada para lastimarla.

Dimitri le dio algo.

Me asomé un poco más. Paquetes.

Claro. Condones.

Los mismos que a mí nunca me ofreció.

Porque a mí nunca me habló así.

Algo se me rompió por dentro. Ni siquiera lo pensé. Entré de golpe.

—Ah, hola, Lev —dijo Dimitri, como si no acabara de romper algo invisible—. ¿Vienes a ayudar? Vamos a armar los muebles.

No respondí.

Mis ojos fueron directo a Daen.

Su cara lo decía todo. Incomodidad. Culpa.

Quise pegarle. Solo un poco.

No porque hiciera algo malo.

Sino porque él podía hacer algo que yo no.

Estiré la mano hacia él.

—Dámelos.

Daen dudó un segundo, pero entendió. Claro que entendió.

Sacó los paquetes del bolsillo y me los entregó, como si con eso se quitara una tonelada de encima.

Los tomé. Los apreté en el puño.

—Ni se te ocurra jugar con ella —dije, sin apartar la mirada.

Daen se irguió.

—La quiero. Y la respeto.

Asentí. Frío. Como el mármol que me enseñaron a ser.

—Perfecto. Pero no olvides que voy a estar vigilándote.

Me di la vuelta y me fui, sin mirar a Dimitri.

No necesitaba su aprobación.

No la quería.

Solo necesitaba que Daen recordara quién soy.

Y que ella no es un juego.

---

Más tarde

La mesa estaba llena. Claire trajo algo con especias, algo casero.

La habitación olía a normalidad.

Pero todos sabíamos que no era eso.

Daen estaba más recto de lo normal.

Anya también. Como si hubieran ensayado algo.

En medio de la comida, él la miró.

—Quiero preguntarte algo.

Ella parpadeó.

—¿Sí?

Daen sonrió. No esa sonrisa sobrada que usaba en el colegio. Era otra. Pequeña. Verdadera.

—¿Quieres que… estemos juntos oficialmente? Porque… yo sí quiero.

Silencio. Anya tragó saliva.

Y entonces, sonriendo incómoda, miró a su madre.

—Bueno, mamá… como no me dejan tener novio, supongo que tendremos que esperar.

Claire levantó una ceja.

—Si se quieren, no voy a negarme. Igual se verían a escondidas, y eso es peor. Yo ya tuve tu edad.

Daen suspiró, aliviado.

Anya lo miró con una mezcla de sorpresa y risa nerviosa.

Yo… no dejé de mirarla.

Ella lo sintió. Me buscó con los ojos.

Y yo no los bajé.

No iba a hacerlo.

Dimitri nos observaba. No dijo nada. No tenía que hacerlo.

Luci miraba su plato. Silenciosa.

Y entonces, como si ya no pudiera más:

—Lev… ¿me llevas a casa?

Todos la miraron.

Yo no lo dudé.

—Sí. Claro.

---

En el auto

El silencio al principio no pesaba. Era necesario.

—Sentía que me faltaba el aire ahí —dijo Luci, bajito.

—No es bueno tener secretos con tu mejor amiga —solté.

Ella giró la cabeza.

—¿Qué?

—Te gusta Daen. Y Anya ni lo imagina. Es tan distraída…

—No me gusta. No sé de qué hablas.

—Sentiste que te faltaba el aire cuando hicieron oficial su relación. Es obvio.

—¿Y tú cómo estás tan seguro?

—Porque a mí también me faltaba el aire.

El silencio volvió, pero ahora era otro.

—¿También te gusta Daen? —dijo, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

Me reí, por fin. Por primera vez en todo el día.

—Sé que quieres escucharlo. Pero nunca lo voy a decir en voz alta. Antes prefiero morir.

Luci rió. Esa risa que corta como vidrio.

—Entonces no lo digas. Igual… si te hace sentir mejor: él realmente no le gusta.

Me quedé mirándola.

—¿No?

—No. Solo está asustada. No sabe qué hacer con lo que siente, con lo que no dice. Y Daen es seguro. Está ahí.

Y no la mira como tú.

Tragué saliva. No dije nada.

—Tal y como están las cosas… esto es lo mejor para todos —dije.

Hice una pausa.

—Bueno… menos para ti. Lo siento.

—No pasa nada.

—Si no lo nombras, no existe. Repítelo hasta que te lo creas.

—Lo haré.

Se bajó del auto, pero antes de cerrar la puerta, se asomó.

—Buenas noches, Lev. Gracias por traerme.

—Buenas noches, Luci.

Ella se fue.

Me quedé ahí, con el motor apagado.

Las manos quietas en el volante.

El pecho apretado, como si la confesión no me hubiera aliviado.

Éramos los que sabían todo.

Pero a nadie le importaba lo que sentíamos.

---

Anya

Daen me acompañó hasta la puerta.
Se veía nervioso, más tenso que en la cena.

—Bueno…
Se rascó la nuca, buscando palabras.
—¿Nos vemos mañana?

Lo miré a los ojos, y aunque quise disimular, algo se me escapó.
Asentí, tratando de sonar segura.

—Claro. Nos vemos mañana.

Se acercó despacio y me dio un beso en la boca.
Un beso breve, casi tímido, pero en la boca.




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