Hielo y Fuego

13.

CAPÍTULO 13– RUTINA NUEVA

Anya.

Tengo novio.

Ya no soy la chica invisible.

Ahora soy la novia de Daen.

Y, al menos en los pasillos del instituto, eso parece significar algo.

Antes éramos solo nosotros tres: Daen, Luci y yo.

Y Lev.

(Lev no era “nosotros”, pero siempre estaba. Como una sombra. Como una chispa lista para prender fuego.)

Ahora son Daen y sus amigos del equipo de hockey, las porristas que me etiquetan en memes, que me comentan selfies, que me saludan con entusiasmo que no sé si es real.

Luci también está, claro.

Pero no es lo mismo.

Ella se aleja cuando estamos con ellos. Se queda atrás. Se esconde detrás del flequillo.

No le gusta la gente. Ni las luces, ni los gritos, ni las conversaciones que no importan.

Siento que solo es ella cuando estamos las dos. O cuando somos solo los tres.

En esos momentos, todo se siente casi como antes.

Casi.

Luego está Lev.

Lev...

Él sigue siendo el incendio en mi cuerpo.

Basta una mirada, una sonrisa apenas torcida, una palabra dicha como cuchillo...

Y quiero romper todo.

A Daen, a esta relación, a las reglas.

Quiero besarlo.

Quiero lo que no se puede.

Lo que no debería querer.

Al principio, después de eso, apenas me hablaba.

Era como si se hubiera vuelto de hielo. Como si hubiera aprendido a congelarse desde adentro.

Pero no podemos ignorarnos.

Nos vemos todos los días.

En casa. En el colegio. En la pista.

Ahora discutimos menos, pero cuando lo hacemos, es como si nos arrancáramos capas de piel con las palabras.

Me dice cosas que nadie se atreve.

Cosas que me molestan.

Que me hacen pensar.

Que me hacen sentir.

Mirov dice que patinamos como Salomé y Tiago. Que estamos sincronizados, limpios, fuertes.

Pero que no transmitimos.

—No hay historia —nos dijo hace unos días—. No hay emoción. No hay verdad.

Nos mandó a clases de expresión corporal y danza.

Hoy es el primer día.

Estoy nerviosa. Y entusiasmada.

Pero sé que eso no es lo que falta.

Lo que falta es la chispa que apagamos a propósito.

Esa que era capaz de quemarlo todo, incluyendo a nosotros…

Y a nuestros padres.

Claire y Dimitri están… bien.

Felices, incluso.

Ella no le ha contado nada a Max.

Hablan solo por abogados. Para que le firme el divorcio.

Él no quiere.

Sospecha. Claro que sospecha.

A veces dice cosas como:

—Ese tipo… ese “amigo” que vive con ustedes… Claire cree que no me doy cuenta. Me robó todo. Mi vida.

Me lo dice a mí, como si yo tuviera que confirmar algo.

Yo me muerdo la lengua para no gritarle que nadie le robó nada.

Que nos dejó. A mamá. A mí. Como si no fuéramos más que trastos viejos.

Pero no lo hago.

No por él.

Sino por Lev.

Max lo mira con desconfianza. Lo siente. Lo presiente.

Y Claire lo sabe. Por eso actúa como si Dimitri fuera solo un viejo amigo cuando Max aparece.

Le suelta la mano. Baja la mirada.

Tiene miedo.

Por Dimitri. Pero, sobre todo, por Lev.

Desde lo de la sudadera —esa que yo manché sin querer, la que era de Lenna, la que Claire trató de lavar como si pudiera limpiar el daño—, Claire se ha volcado completamente al cuidado de Lev.

Como si entendiera, por fin, que a veces nosotras también lo rompemos a él.

Como si se diera cuenta de que no siempre podemos salvarlo.

---

Viernes– Colegio
POV: Lev

No dormí.

Dormir habría sido darle tregua al incendio.

Y si algo aprendí en todos estos años, es que el fuego se combate con hielo. Siempre.

Salí antes de que Dimitri bajara. Manejar sin música, con el silencio rebotando en el auto, fue lo único que me ayudó a sostener el temple. Ni siquiera me molesté en pasar por algo para desayunar. El estómago estaba cerrado, igual que el resto de mí.

Estacioné donde siempre. Las líneas rectas. El auto limpio. El orden. Las cosas que todavía puedo controlar.

Cuando bajé, vi el reflejo del otro auto. Brillante. Ruidoso incluso sin sonido. El auto de Daen.

Y sí, ahí estaban. En su burbuja perfecta.

Él se inclinaba hacia ella, hablándole con esa sonrisa de seguridad heredada. Ella… sonreía. Un poco. Pero la conozco. Esa sonrisa no es real.

Aun así, la miraba como si fuera.

Tuve que apartar la vista.

Cada paso hacia el edificio fue una orden militar. No mirar atrás. No detenerse. No ceder.

Pero entonces sentí algo.

No el sonido. No una palabra.

Fue una tensión en el aire.

Como cuando el hielo está a punto de romperse bajo tus pies.

Miré de reojo sin querer.

Luci.

Parada, con la mochila a medio colgar, mirando a Anya y a Daen. Sus labios, que normalmente saludaban con esa sonrisa tranquila, ahora estaban sellados. Ni rastro de alegría en sus ojos.

Pasó de largo. Me miró por un segundo, solo un segundo. Casi me dan ganas de hablarle. Pero no lo hice.

Porque hablar sería abrir algo que ya estaba resquebrajado.

Y hoy… no tenía fuerzas para más.

Entré al edificio.

El pasillo olía a café barato y a resaca emocional. Igual que cada viernes.Pero distinto.

Porque aún sentía las manos de Anya en mi cabello. Aunque ya habían pasado dos semanas desde ese día. Sigo cerrando los ojos y recordando.

Su frente contra la mía.

Sus labios, a un suspiro.

Y su voz, esa voz que no deja de repetirse en mi cabeza.

“Mentiroso.”

Tal vez lo soy.

Pero no por negarlo.

Sino por seguir aquí, pretendiendo que no lo recuerdo.

---

Anya.

Lo vi antes de que entrara.
No necesitaba verlo para saber que estaba allí.
El aire cambia cuando Lev está cerca, se vuelve más denso, más difícil de ignorar… más difícil de respirar.

Aunque estuviera a metros, aunque no me mirara —como ahora, que pasó derecho, sin dignarse a voltear hacia mí—, su presencia era un imán tirándome hacia un desastre anunciado.




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