Hielo y Fuego

15.

Capítulo 15.
Fuego bajo cero

Anya

—¡Al hielo, ahora!

La voz de Mirov estalla como un portazo. Lo suficientemente fuerte como para borrar cualquier ilusión de intimidad. Lo suficientemente tarde como para no haber visto nada.

El beso sigue ahí. Ardiendo en mi boca. Quemando mi garganta.

Pero él no lo vio.

Lev y yo nos separamos de golpe, como si no estuviéramos a punto de incendiarnos. Como si no hubiéramos cruzado una línea que ya no admite retorno.

Nos calzamos los patines en silencio. Las manos me tiemblan. A él no. Por supuesto que no.

Mirov camina delante, ya con el cronómetro en mano. Claire y Dimitri están sentados en las gradas, como dos jueces invisibles. Mis padres. Nuestros padres. Observan con ojos de quienes saben demasiado. O tal vez intuyen.

Y entonces los escucho.

Risas. Voces. El ruido de un grupo entrando por la puerta trasera de la pista.

Me doy vuelta.

Daen. Mateo. Yelena. Y los demás del equipo: Alexei, Bruno, Max, Sacha. Todos con camperas deportivas y esa sonrisa de "vinimos a apoyarte", pero con celulares listos por si algo se desmadra. O por si patinamos como el demonio.

Yelena se adelanta. Pasa junto a Lev. Lo roza. Lo lame con los ojos.

Quiero vomitar.

Lev apenas gruñe.

—Vaya manera de arruinarlo.

Yo apenas respiro.

—Me tiemblan las piernas.

—¿Por ellos?

—Por ti. Por eso.

No sé si me escuchó. No sé si me creyó. Pero me interrumpe antes de que pueda decir algo más.

—Silencio.

Sus ojos están fijos en la pista. Fríos. Claros. Cortantes.

Yo no puedo ni pensar.

El hielo cruje bajo nuestros patines mientras nos posicionamos. Las luces se ajustan. La música aún no empieza, pero el silencio pesa como un grito.

—¿Te arrepientes? —pregunto, en voz tan baja que ni yo me oigo del todo.

Lev sonríe. Una de esas sonrisas suyas, de medio lado, como si estuviera escondiendo una respuesta bajo la lengua.

—De que no vamos a repetir.

Y me mata.

Casi me caigo. Literalmente. Me tropiezo con mi propio eje, con mis pensamientos, con el calor que él dejó en mi piel.

—Concéntrate —dice, sin mirarme—. Mente fría.

—No entiendo cómo lo haces. Te odio por eso.

Lev vuelve a sonreír. Y yo lo odio aún más. Maldito.

La música comienza.

No hay tiempo para pensar. No hay espacio para dudas.

Despegamos.

Nos movemos como una sola figura. Una línea que respira. Una curva que late.

Pero yo estoy rota. Nerviosa. Temblando por dentro. El recuerdo del beso me persigue en cada giro, en cada contacto, en cada maldita nota.

—Se me olvidó la mitad de la rutina —susurro, aterrada.

Lev no contesta. Me toma de la cintura, me impulsa. Giro. Vuelo. Él me atrapa con precisión milimétrica.

—No la necesitamos —dice, apenas audible—. Solo patina.

Así que lo hago.

Cierro los ojos. Respiro hondo. Y dejo que mi cuerpo recuerde lo que mi mente ha olvidado.

Nos dejamos llevar.

Improvisamos con retazos de lo que sí practicamos. Inventamos sobre la base. Como dos músicos que conocen los acordes pero deciden tocar con el corazón. Él me gira, yo lo sigo. Él me alza, yo vuelo. Él me suelta, yo floto. Él me mira, yo me derrumbo.

Todo es precisión y caos.

Y hay momentos —breves, eternos— en los que se me olvida todo. Incluso que estamos siendo observados. Que Daen me está mirando. Que Yelena sigue ahí. Que Claire y Dimitri están analizando cada gesto.

Por un instante, solo existimos nosotros. Solo el hielo. Solo este fuego contenido.

Y cuando la música se detiene…

El silencio cae como una bomba.

---

Luci.

Me senté justo entre Claire y Daen, con Mateo a mi lado, y el resto del equipo medio desparramado por las gradas. Yelena, por supuesto, se acomodó delante, con el móvil en alto como si ya estuviera viendo la ovación final.

No sabíamos qué íbamos a ver. Nadie lo sabía. Pero algo… algo se sentía distinto.

Anya y Lev estaban ahí, en el centro de la pista. Ella con las mejillas rojas y los labios brillando como si se los hubiera mordido. Él, serio. Frío. Casi en pose. Pero hasta desde donde yo estaba, podía ver cómo la miraba.

Claire, a mi izquierda, se inclinó hacia delante. Dimitri no despegaba los ojos de la pista. Daen, a mi derecha, estaba inmóvil. Con los brazos cruzados y el ceño hundido como si le doliera la cabeza. O el estómago. O el ego.

Y entonces comenzó la música.

Y fue como si la pista se encendiera.

Anya y Lev no patinaron. Habitaron el hielo. Se buscaron. Se tocaron como si cada movimiento fuera una conversación muda. Como si se conocieran desde siempre y acabaran de descubrirse. Como si algo hubiera cambiado.

Porque algo había cambiado.

Claire se enderezó. Dimitri entrecerró los ojos. Daen se inclinó hacia delante, como si eso le diera más control.

Yelena, la víbora, alzó el móvil.

—Esto se va directo a TikTok —susurró.

Grababa como si estuviera viendo una película romántica. Jadeó en voz baja en una de las cargadas. Y cuando Lev atrapó a Anya como si no quisiera soltarla nunca más, murmuró:

—Esto va a explotar. Es increíble.

Yo no pestañeé.

Nadie pestañeó.

Y cuando la música terminó, el silencio fue tan brutal que me dolieron los oídos. Un aplauso no habría estado a la altura.

Entonces Daen se levantó. Caminó hasta Yelena y, sin decir palabra, le arrebató el móvil.

—Eh, ¿qué haces? —protestó ella.

—Borrando esta mierda.

—¿Estás loco? ¡Me voy a hacer viral con esto!

—Precisamente por eso.

Le dio a borrar. Yelena le arrancó el teléfono de las manos como si estuviera defendiendo su primer hijo.

—Estás enfermo. Fue arte.

—No me importa.

Mientras ellos discutían, Mirov se acercó al borde de la pista. Cruzó los brazos y miró a Katia con una ceja en alto.




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