Hielo y Fuego

18.

Capítulo 18 – Donde el hielo no olvida

ANYA.

Corrí.
Sin pensar. Sin abrigo.
Solo los patines colgando del hombro y el miedo clavado en el pecho.

Pasé los casilleros.
El gimnasio.
La pista.

Vacía.

Ni su sombra.
Ni sus pasos.
Ni su silencio.

El corazón me golpeaba en las costillas como un pájaro atrapado.
Corrí a casa.

Abrí la puerta de golpe, jadeando. La nieve me calaba la ropa. Las manos, rojas. La garganta, cerrada.

Dimitri levantó la mirada desde el sillón.
Claire apareció corriendo por las escaleras.

—¿Anya? ¿Qué pasó?

—¿Dónde está Lev? —mi voz tembló. Un susurro quebrado.

—¿Qué ocurrió? —Dimitri se incorporó, alerta, preocupado.

—Peleamos… pero fue más que eso. —Me llevé una mano al pecho, tratando de mantenerme de pie—. Le grité. Le dije cosas horribles. Lo empujé. Lo lastimé.

Claire se quedó quieta, los ojos abiertos como platos.

—¡¿Qué?! ¡Anya!

—No tengo excusa —susurré—. Fue mi culpa. Toda.

—¿Dónde puede estar? —pregunté, mirando a Dimitri, desesperada—. ¿Dónde va cuando necesita estar lejos?

Dimitri se quedó en silencio. Su rostro se endureció.

—El lago —dijo al fin.
Su voz era un peso.
—Su madre solía patinar ahí… cuando estaba triste. Cuando peleábamos.
—Iba para pensar…
—Fue la última vez que la vimos.

Y yo…
ya no pensé más.
Solo salí corriendo.

---

La nieve me cortaba la piel, pero no me importaba.
El viento me arañaba la cara, pero no dolía.

Lo único que dolía…
era no saber si aún podía arreglar lo que había roto.

Entonces lo vi.

Solo.
En medio del hielo.
Patinando como si cada giro fuera una forma de no llorar.

Sus hombros tensos.
Los movimientos torpes.
Patinaba con rabia.
Con el corazón roto.

Y todo… por mí.

Me senté en la orilla, con dedos entumecidos, y me puse los patines como pude. Claire gritaba algo detrás, pero era solo eco. Un murmullo lejano.

Me lancé al hielo.

Él no me vio. Venía rápido.

Demasiado.

Tuvo que girar bruscamente para evitarme. Me rozó. Caí de golpe, la cadera contra el hielo.

Se frenó. Se volvió, furioso.

—¡¿Qué carajo haces, Anya?! ¡¿Te volviste loca?! ¡Podrías haberte matado! ¡¿Por qué nunca piensas?!

Me incorporé con dificultad. El frío me calaba hasta los huesos.

—Porque mis pensamientos enteros son tuyos —susurré, sin mirarlo—. Es difícil coordinar así.

Él me miró, confundido, como si no pudiera decidir si gritarme o abrazarme.

—¿Qué clase de estupidez nueva es esa? ¿Te peleaste con Daen o qué?

—No —dije, mirándolo por fin—. Esto no tiene nada que ver con él. Tiene que ver contigo. Con nosotros.

Él dio un paso atrás.

—No hay “nosotros”, Anya.

Sentí que el mundo se quebraba bajo mis pies.

—Maldita sea… —gruñó, con la voz temblando—. Te odio.

Y sin embargo, dio un paso hacia mí.
Se quitó la chaqueta.
Y sin decir una palabra, me la puso encima.

Con manos firmes, subió la cremallera.
Como si sellara el frío.
Como si intentara proteger algo que ya no sabía si era suyo.

—¿Tú no tienes frío? —susurré, con los ojos anegados.

—Claro que tengo. Estoy temblando.
—Estamos a menos cinco grados, Anya.

Bajé la cremallera, torpemente. Intenté devolverle la chaqueta.

—Toma, úsala tú.

Pero él me detuvo. Sin violencia, sin rabia.
Solo volvió a subir la cremallera con fuerza.
Luego sacó su bufanda. Y me la envolvió alrededor del cuello, apretándola con cuidado.

No entendía.
No entendía por qué me cuidaba si decía que me odiaba.

Lo abracé.
Me aferré a él como si el hielo pudiera quebrarse de nuevo.

—¿Por qué? —pregunté, con la voz perdida contra su cuello—. ¿Por qué me sigues cuidando?

Se quedó quieto.
Y luego me abrazó también.
Fuerte.
Como si quisiera protegerme incluso de mí misma.

—Será porque te amo… —dijo, con esa mezcla suya de ternura y sarcasmo.

Lo miré.
Mis labios temblaron.
Las lágrimas cayeron sin pedir permiso.

—¿Y ahora por qué lloras? —preguntó, torpe, preocupado, con ese desconcierto tan suyo.

Sonreí entre lágrimas.

—Será porque… te amo también.

Él se quedó en silencio.
Una sonrisa leve, agotada, apareció en su rostro.
Y me besó la frente.

Bajó. Buscó mis labios. Estaba a centímetros.

—Claire y Dimitri nos están mirando —susurré, apenas rozando su boca.

Él giró la cabeza y los vio.

—¡Mierda! ¿Y por qué no lo dijiste antes?

—¿Y perderme este momento tan increíble? —reí, burlona.

Él bufó, negando con la cabeza.

—Dios… de verdad no piensas. Solo sientes.

—Y tú piensas demasiado. Solo… siente más.

—Sí, genia. Voy ahora y te beso. ¿Qué crees que va a pasar?

—No lo sé. ¿Probamos?

—Por supuesto que no. ¿Qué les vamos a decir?

—Nada.

—¿Nada?

—Nada —repetí, ya sonriendo con picardía—. Juguemos.

—¿Juguemos?

Le di un golpecito en el pecho, salí corriendo sobre el hielo con una carcajada.

—¡Te pillé! ¡Corre!

---

Flashback

Anya tenía diez. Él, once.

El lago era un campo blanco. Un cielo quieto.
Ella patinaba torpe, los brazos abiertos, riendo.

—¡Lev! —gritó—. ¡Juguemos a “te pillé”!

Él la miró en silencio, con los ojos perdidos en algún pensamiento.

Ella lo empujó con suavidad.

—¡Te pillé! Corre —rió.

Y salió patinando, con la alegría brillando en la risa.

Lev parpadeó.
Y entonces, sonrió.
Y la siguió.

---

POV: Lev

Decírselo fue como quebrar el hielo desde adentro.

"Será porque te amo…"
No pensé en las palabras. Salieron. Como si hubieran estado esperando justo ahí, debajo de la lengua, toda la vida.

Y entonces ella lloró.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.