Hielo y Fuego

19.

Capítulo 19 – Instrucciones para amar mal
POV: Claire

El reloj marcaba las tres de la mañana. El silencio en la casa no era paz, era un campo de batalla después de la explosión.

Me senté en el sofá sin decir palabra. Dimitri ya estaba ahí, con el ceño apretado, la mandíbula rígida, como si estuviera a punto de romperse por dentro.

Pasaron unos segundos eternos antes de que hablara:

—Voy a enviarlo a Rusia. Después de las regionales.

Lo miré, sin entender.

—¿A quién?

—A Lev.

Sentí el impacto como una bofetada en el pecho.

—¿Qué? ¿Lo vas a separar de ella?

—¿Qué esperás que haga, Claire? ¿Que los dejemos seguir como si nada? ¿Que aceptemos esto?

Me incliné hacia él, como si pudiera alcanzarlo con la lógica.

—Podemos esperar a que se les pase... Ya van a ir a la universidad. Van a conocer otras personas. No es necesario romperlos así.

Dimitri soltó una risa sin humor, cansada.

—¿Rompelos? Claire… ¿vos pensás que se pueden romper con un océano de por medio? No viste cómo se miran. Lo que hay entre ellos no se va a “pasar”. Y lo sabés.

Me quedé en silencio. Porque sí. Lo sabía.

—¿Y cuál es tu plan? ¿Mandar a Lev lejos como si eso curara todo? ¿Cómo si no le fueras a hacer más daño?

—Bien. Pero después no vengas a decirme nada cuando veas a uno saltando a la habitación del otro en mitad de la noche.

Me sobresalté.

—¡No van a llegar a esos extremos!

—¿Ah, no?

Su mirada se clavó en la mía. Directa. Sin vueltas.

—Claire… Yo los conozco a ambos. Sé que Lev tiene autocontrol. Pero Anya...

—Es impulsiva —dije, como una verdad que dolía.

—Demasiado.

Bajé la vista. Imaginé a mi hija escalando una ventana como en las películas que veía de chica. Me pareció absurdo… y también tristemente posible.

—Hablaré con ella —dije al fin—. Le pediré que espere. Que tenga paciencia. Que no haga nada precipitado.

—Tendrás que cerrar su puerta con candado —dijo Dimitri, serio—. Y aún así, va a encontrar la forma. No la subestimés. Cuando quiere algo, va a por ello. Y lo que quiere… es a Lev.

No respondí. Porque lo sabía.

Porque si yo tuviera la edad de Anya, y ese amor tan feroz en el pecho…
Tampoco me detendría por nada.

---

POV: Anya

No debería estar haciendo esto.

No a esta hora.
No en esta casa.
No después de esa conversación de cuchillos y verdades con Dimitri y mamá.

Pero ahí estaba, en puntas de pie, caminando como un gato sigiloso por el pasillo.
El corazón latiéndome en la garganta.
El alma latiéndome en los dedos.
Y las ganas, en todos lados.

Empujé la puerta de su cuarto sin hacer ruido. La luz estaba apagada, pero lo conocía bien. Sabía dónde estaba cada cosa, incluso en la oscuridad. Estaba acostado, de espaldas, quieto. Fingía que dormía, pero lo conozco tanto como él me conoce a mí.

Me acerqué y me metí en su cama como si fuera mi lugar desde siempre.

—Por Dios, Anya —susurró, sin mirarme—. ¿Ya no te parece que tenemos suficientes problemas?

—Precisamente por eso vine —dije, abrazándolo por la cintura como si pudiera detenerle el mundo—. A darte un abrazo.

—Harás que nos separen. Te apuesto que lo están pensando ahora mismo.

Me acerqué más. Besé su hombro, su cuello. Le rocé la mandíbula con la nariz.

—¿Qué vá? Eso no pasará.

Lo besé, suave. Apenas un roce de labios. Un gesto que sabía que estaba mal… y que, por eso mismo, quemaba más.

Suspiró.

—No me beses —murmuró—. Tienes novio. Eres doblemente inmoral.

—No tengo novio. Terminé con Daen.

Le robé otro beso, rápido, juguetón.

—Solo que olvidé contártelo.

Giró apenas la cabeza, lo suficiente para que pudiera ver su sonrisa en la penumbra. Esa sonrisa de "al fin", de alivio, de locura contenida.

—Esa fue la mayor tontería que hiciste —dijo.

—Tú me empujaste a sus brazos.

—¿Yo? Yo no te empujé a ningún lado. Solo te acomodé la gorra en ese maldito partido y tú ya saliste corriendo a enredar tu lengua en la suya.

Reí bajito. Me puse sobre él, apenas apoyada con los codos.

—Olvídate de eso. Lo hice por supervivencia.

—¿Supervivencia le llaman ahora a la traición?

Le di un golpecito en el pecho, indignada.

—¡Oye, no seas injusto! Tú dormías con todas tus antiguas patinadoras.

—¿Tienes pruebas?

—Eh… no. Pero tampoco dudas.

Levantó una ceja. Me miró con esa mezcla de ternura y burla que solo él puede tener. Con cuidado, me colocó el cabello detrás de la oreja. Su dedo rozó mi mejilla y me congeló el aliento.

—Vuelve a tu cama, por favor.

—Libérate, por favor —le respondí. Y lo besé.

Esta vez, no hubo juego. No hubo risa.

Hubo hambre.

Mi cuerpo sabía lo que hacía antes que yo. Sus manos respondieron antes que su cabeza. Nos buscábamos sin permiso, como dos náufragos desesperados por calor humano. Sus dedos tocaron donde nunca antes se habían atrevido. Yo temblaba. Él también.

Y justo entonces...

Click.

La puerta de mi habitación.

—¡¿Anya?! —era mamá.

—Te lo dije —murmuró Dimitri, con tono fúnebre.

Me congelé. Lev me empujó con delicadeza, ya medio muerto de miedo.

—¡Por el amor de Dios, sal por la ventana! —susurró apretando los dientes.

—¿Y si me caigo?

—Recemos que no —dijo, casi en pánico.

Trepé por la ventana como una ladrona adolescente. El techo crujía con cada paso. Lev se metió bajo las sábanas fingiendo dormir como un ángel mientras los pasos de Claire y Dimitri invadían su cuarto como una redada policial.

Yo logré colarme por mi ventana, cayendo sobre la alfombra.

Corrí al baño sin hacer ruido, cerrando la puerta con el corazón latiéndome en los oídos.

Desde ahí, escuché los pasos recorriendo el cuarto de Lev.
Los murmullos. Las sospechas.
El principio del final.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.