Capítulo 22
POV: Anya
El pastel parecía reírse de mí.
Estaba perfecto. Crema blanca, frambuesas, una pequeña figura de patinadora en el centro. Muy Claire, demasiado Claire. Elegante, detallista. De esas cosas que se hacen con amor aunque nadie tenga ganas de celebrar.
Todos fingíamos. Fingíamos que era una fiesta, que las luces colgantes no eran recicladas de alguna navidad pasada, que la música de fondo no estaba demasiado baja, que mis ojos no estaban hinchados de tanto llorar.
Pero el pastel estaba ahí.
Y Lev también.
Y yo seguía con la sonrisa puesta.
Claire cortó las primeras porciones con cuidado quirúrgico. Dimitri sirvió los platos con torpeza, como si no supiera dónde poner las manos. Y yo… yo solo quería que el tiempo pasara rápido. Que esta noche fuera un recuerdo borroso. Uno más.
—¿Lista? —preguntó Claire, sosteniendo el encendedor frente a las velas.
Asentí.
Las chispas encendieron las llamas. Pequeñas, temblorosas. Como yo.
Todos me miraban. Esperando.
Pedí un deseo.
Uno que dolía.
Y soplé.
Las velas se apagaron. Alguien aplaudió. Claire, creo. Lev no dijo nada, pero su mirada pesaba más que todo el aire en la habitación.
Entonces, sin aviso, lo hizo.
Me llenó la cara de crema. Justo en la mejilla. Un poco torpe, medio tímido. Como si no supiera si estaba permitido.
Quedé en shock. Congelada. Lo miré con incredulidad. Él sonrió, pequeño, culpable.
Y yo… me reí.
Le lancé un pedazo de pastel directo a la frente. Preciso. Letal. Con venganza.
—¡Anya! —exclamó Claire, llevándose las manos a la boca.
—¡Mira lo que provocaste! —dijo Dimitri, justo antes de recibir su propia porción accidental de crema. Su nariz quedó blanca.
Lev rió. Yo reí. Claire también.
Por primera vez en todo el día… todos reímos.
—Esto me recuerda al cumpleaños número doce de Lev —dijo Claire, limpiándose con una servilleta.
—Un día horrible como este —gruñó él, aunque no dejó de sonreír.
—Fue hermoso —dije yo, con el corazón apretado—. Te veías tan amargado que daba risa.
—Y Claire decorando todo con globos rosas y amarillos porque no tenía otro color —añadió Dimitri.
—Espantoso. Le dije que no era necesario. No me escuchó —bufó Lev, limpiándose con una servilleta.
—Al menos Dimitri ha mejorado sus dotes culinarias. Esta tarta está riquísima —dije, saboreando otro pedazo—. Una de las pocas cosas buenas que rescato del día de hoy.
—Gracias, gracias —dijo Dimitri, inflando el pecho como un chef orgulloso.
—¿Y no hay nada para mí? —preguntó Claire, con falsa indignación.
—Tu decorado también ha mejorado. Muchas gracias, mamá.
Claire me abrazó con fuerza. Me besó en la frente.
Y yo… yo tuve que contener las lágrimas otra vez. Porque este era mi adiós. Aunque nadie lo supiera. Aunque nadie lo notara.
Solo quedaba él.
Lev me miró. No dijo nada. Pero lo sentí. Quería preguntar. Quería saber si había algo para él. Algo más allá de mi silencio, de mis decisiones, de la despedida escondida entre cada palabra.
Así que me acerqué. Le limpié la cara con cuidado, sobre todo los labios, donde aún quedaba crema.
—También las gracias para ti —le dije en voz baja—. Por el collar… por levantarme cuando me caí… fácil, rápido, sin pensarlo.
Me dolió decir lo siguiente.
—Eres, sin duda, lo mejor de este cumpleaños.
Y justo cuando me iba a alejar… lo hizo.
Me besó.
Frente a todos. Sin pensarlo, sin medir las consecuencias.
A lo Anya.
Yo sentí que el suelo desaparecía por un momento. Que el tiempo se doblaba. Que, aunque mañana todo cambiara, aunque no estuviéramos más juntos… ese beso era real. Era nuestro.
Claire y Dimitri miraban a otro lado. Torpes. Incómodos.
Claire susurró:
—De repente… me dio tanto sueño.
Dimitri respondió con resignación:
—A mí no. Ya cruzaron los límites.
Claire le dio un codazo suave.
—Déjalos. Solo un rato. Tuvieron un día horrible.
Dimitri gruñó, pero aceptó.
—Estaré vigilando.
Yo solo me aferré a Lev. A su boca. A su calor. A ese instante.
Porque mañana me iría.
Y este beso… este beso era todo lo que me iba a llevar conmigo.
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Claire.
La cocina estaba en silencio. Solo el zumbido del refrigerador y el lejano sonido de risas apagadas desde el piso de arriba. Las luces estaban tenues, y la tarta, a medio comer, reposaba en el centro de la mesa como un recuerdo de que, por una vez, la noche no había terminado en tragedia.
Dimitri apoyó los codos sobre la encimera, con los brazos cruzados, observando la vajilla sucia. Luego giró hacia Claire, que permanecía pensativa, una taza de té frío entre las manos.
—¿Te preocupa que los hayamos dejado solos después de que Lev mandara a la mierda su autocontrol?
Claire suspiró, sin mirarlo del todo.
—Me preocupa lo que Anya le dijo a Max —respondió en voz baja—. Tengo que hablar con ella… está demasiado impulsiva.
Dimitri se encogió de hombros.
—Calma, tenemos tiempo para convencerla. Aún falta mucho para el baile de graduación. No te preocupes, no va a irse a ningún lado… menos ahora que literalmente se liberaron frente a nosotros.
Claire no sonrió. Seguía inquieta.
—No… —negó con la cabeza—. Es que yo la conozco. Está demasiado extraña, Dimitri. No es solo la tristeza, es otra cosa… Algo detrás de los ojos. Como si ya hubiera decidido algo. Como si ya se estuviera despidiendo.
Dimitri frunció el ceño. Bajó la mirada un momento. Luego se acercó a ella, despacio, con esa calma que solo él tenía cuando más la necesitaba.
—Claire… sabes como patinadora lo difícil que es caer… y quedar fuera. Anya está viviendo su duelo. Pero es fuerte. Se levantará. Siempre lo hace.
Claire alzó los ojos hasta encontrarse con los suyos.
—¿Sí, verdad?