Epílogo — Después
Claire metía ropa al azar en una maleta con manos temblorosas. No sabía qué buscaba empacar, solo quería moverse. Hacer algo. Sentir que podía arreglar lo que acababa de romperse.
Dimitri la observaba desde la puerta, en silencio, con los hombros caídos, como si le hubieran quitado veinte años de encima.
—¿Y si no la encontramos? —murmuró.
—La voy a encontrar —respondió Claire sin mirarlo, con una furia seca—. Aunque tenga que cruzar el país entera.
El celular vibró en la mesita de noche.
Era Anya.
Claire lo vio. Dudó. Pero contestó, apretando los dientes, la mandíbula tensa.
—¿Cómo te atreves?
Silencio.
—¿Cómo te atreviste a falsificar mi firma? ¿A escapar? ¿A dejarnos así? ¡Eres una malcriada! ¡Una desconsiderada! ¡Una insensible!
Del otro lado, la voz de Anya, temblorosa, apenas un susurro:
—Mamá… respira. Estoy bien. Estoy con papá. Necesitaba esto.
—¡No! —la interrumpió Claire, rota—. ¡No necesitabas esto! ¡Huiste! ¡Eso hiciste! ¡Te dio miedo que Lev te eligiera a ti antes que al hielo! ¡Y huiste!
Anya empezó a llorar, pero Claire siguió:
—¡Fue cobarde, Anya! ¡No se hace!
—Quiero que compita… que gane —sollozó Anya—. Apenas bajé del avión intenté hablar con él. Le escribí. Pero me tiene bloqueada.
—Y ojalá no te desbloquee —escupió Claire—. No después de lo que hiciste.
El silencio cayó entre ambas. Respiraciones agitadas.
—¿Cómo está? —preguntó Anya, apenas audible.
Claire apretó los ojos. La furia empezaba a tornarse en algo peor. En tristeza.
—¿Cómo crees que está?
—…
—Vacío. Un cascarón. No habla, no come, no duerme. No quiere que lo toquemos. Ni siquiera nos deja entrar a su cuarto.
Anya rompió en un llanto contenido, como si se tapara la boca para no ahogarse.
—Los quiero a todos… a ti, a Dimitri… pero también a papá. Necesitaba esto, mamá. Necesito entender quién soy. No podía quedarme y romperlo. Tenía que irme antes de hacerlo peor.
—¿Y eso qué fue, entonces? —susurró Claire—. ¿Mejor?
Silencio.
—Nos hiciste pedazos, Anya.
Anya no supo qué decir. Sólo lloró más fuerte.
—Dile… dile que lo extraño. Por favor.
—No —respondió Claire, tajante—. No después de todo lo que costó que se abriera, que por fin se permitiera querer.
—Solo dile que lo amo —suplicó Anya.
Claire respiró hondo. Miró la maleta a medio llenar.
—Eso ya lo sabe. Y eso es lo que más duele.
—Esto era necesario para todos. Si él me contestara, tal vez podría...
—Si te hubieras despedido antes, tal vez todo sería diferente...
—Los amo.
Y colgó.
*************
Lev
Siempre supe que sentir está mal.
Sentir te hace polvo. Te hace mierda.
Vi lo que amar demasiado les hizo a mis padres.
A mamá la llevó a la muerte. Fría. Sola. Congelada en el lago.
A Dimitri, a una vida de culpa.
A Claire, a criar sola, a fingir que la vida dolía menos con mentiras disfrazadas de sonrisas.
Me prometí no ser igual de estúpido que ellos.
Spoiler: terminé siendo peor.
Quizás lo llevo en la sangre.
La condena de sentir un frío que no se va.
Un hielo que no congela…
Quema.
Quema los huesos. Quema las costillas.
Pero del cual no quiero salir nunca más.
Prefiero congelarme como mamá antes que volver a sentir este fuego estúpido en el pecho.
Este incendio que pulverizó mi vida, mis sueños, mi corazón.
No queda nada en mí.
No hay nada.
Porque he decidido volver a ser de hielo.
Anya…
No era sólo mi primer amor.
Era la única risa que salía sola, sin filtro.
La que me empujaba a caer solo para reírse conmigo después.
Mi compañera de juegos.
Mi rival en el hielo.
La voz que llenaba el silencio de música.
La única que me miró sin miedo, sin intentar cambiarme.
La única que me entendía sin palabras.
Era mi hogar.
Y ahora se fue.
Y no dejo de preguntarme qué está mal en mí.
¿Por qué la gente que amo siempre me deja?
A veces sueño que vuelve.
Y despierto con las manos vacías.
No leí su carta. No pienso hacerlo.
No quiero consuelo. No quiero respuestas.
Cierro los ojos.
Y sólo deseo una cosa:
Que vuelva a nevar.
Y que esta vez, no pare nunca.
***********************
Anya
A veces, tomar las decisiones correctas duele.
Duele tanto que parece que el pecho se me rompe en mil pedazos y no hay forma de coserlos.
Es el día 49.
Y duele tanto como el primero.
Miro la pantalla del móvil una y otra vez.
Como si con solo verla pudiera arreglarlo todo.
Entro a WhatsApp esperando que esta vez sea diferente.
Que Lev haya desbloqueado el chat.
Que pueda leerme.
Que no me haya borrado para siempre.
Pero no.
Sigue bloqueada.
Y el vacío crece.
Me quedo horas mirándolo.
A veces me quedo dormida con lágrimas cayendo, esperando un milagro.
Ese milagro que hace que mi corazón tiemble con un hilo de esperanza.
Y entonces, un día, el milagro sucede.
Lev me desbloquea.
Mis dedos tiemblan.
Escribo rápido, casi sin pensar:
“Hola.”
Antes de que tenga tiempo de arrepentirme o que él vuelva a bloquearme, veo que está escribiendo.
No quiero que pase ni un segundo sin que sepa lo que siento.
Entonces escribo primero, más rápido, más urgente:
Nunca imaginé que el amor pudiera doler tanto sin romperme por completo.
Pero me doy cuenta de que el dolor no siempre es una señal de que algo está mal.
A veces es solo el eco de lo que ha sido profundo, verdadero, nuestro.
Me fui, Lev.
Pero no me fui de ti.
Me fui por ti.
Por ti, para que patines sin cadenas.
Por nosotros, para que cuando el mundo nos vea, no lo haga con cejas arqueadas, sino con corazones abiertos.