Han pasado 3 años tras la derrota de Naraku y desde la batalla final contra la Perla de Shikon. Todo ha permanecido en aparente calma, sin enemigos tan peligrosos o poderosos cómo lo fue el semi demonio. Sin embargo, en las sombras el mal se cierne en torno a ellos en busca de su próxima presa.
Tres años antes, el pozo devorador de huesos desapareció por tres días, en los que Kagome permaneció cautiva dentro de la Perla de Shikon. Sin darse cuenta había caído presa de una ilusión en donde vivía una vida sin InuYasha. Al recordarlo la fantasía terminó y la realidad se reveló ante sus ojos, viéndose obligada a pedir un deseo para poder volver a verlo. Mientras tanto el hanyō fue en su búsqueda creyendo que regresaba al inframundo, donde era atacado por demonios que repetían sin cesar que la joven se quedaría eternamente dentro de la perla para luchar contra Naraku, así como lo hizo la sacerdotisa Midoriko. Él se negó a creerlo y declaró que ella había nacido para conocerlo y luego se abrió paso con la técnica Meido Zangetsuha para poder llegar a su lado.
Al reencontrarse, Kagome pudo estar segura de cuál debía ser el deseo correcto y le pidió a la Perla de Shikon que desapareciera para siempre. Después de haber permanecido por tres días en su interior, la muchacha volvió a su época siendo recibida en los cálidos brazos de su familia y sin poder despedirse de InuYasha, al cerrarse la conexión entre la actualidad y la época feudal.
El tiempo separado se vuelve eterno para los enamorados, aunque Kagome tenía a su familia y un futuro por delante en la actualidad, en su corazón sentía que pertenecía a la época feudal junto a InuYasha. El amor que ambos sentían el uno por el otro era tan grande que una vez más el pozo devorador de huesos volvió a conectarlos y la joven regresó a su verdadero hogar, con la bendición de su madre. Ya en la aldea se fue convirtiendo en todo una sacerdotisa, guiada por Kaede y aprendiendo de Shinenji sobre plantas medicinales.
A su regreso supo que el Monje Miroku y Sango ya tenían tres hijos, dos gemelas y un niño que acababa de nacer. Kohaku había partido para convertirse en uno de los mejores exterminadores y Shippo entrena para ser un mejor kitsune. La anciana Kaede se hizo cargo de la pequeña Rin y Sesshōmaru solía visitarla o dejar regalos a su protegida. Ninguno de ellos se imagina que durante más de medio siglo un ser malévolo ha estado aguardando el momento para resurgir y destruir al Clan de Demonios Perro.
* * *
Esa misma mañana en la que Kagome saludó a Sesshōmaru como su cuñado, una misteriosa mujer estaba de visita por los alrededores de la aldea en busca de InuYasha. En la lejanía de dónde se encontraba pudo ver la felicidad del hanyō y decidió marcharse ya que no consideró que fuera el día apropiado para conocer a su nueva sobrina. Al no querer ser vista recorriendo los transitados caminos que conducían hasta allí, fue desplazándose por el follaje y desde las alturas notó unas cuantas presencias al igual que extraños movimientos en los oscuros escondrijos del bosque.
La mujer se acercó sigilosa para observar a unos humanos con una especie de catapulta de la cual salió disparada una red tras accionarla. Fue ahí cuando lo vio volando por los cielos, tan espléndido y perfecto como lo atesoraba en sus recuerdos.
Por otra parte, desde que el Daiyōkai había salido de la aldea tras dejar obsequios a la joven humana Rin se sentía vigilado. Un par de veces había bajado la vista, escudriñando entre las sombras del bosque, en busca de cualquier cosa que pudiese estar acechando, sin vislumbrar nada. El demonio siguió volando, atravesando por un claro donde sí había algo y tras el sonar de un estruendo, una pesada red fue disparada hacia él, sin lograr capturarlo debido a su rápido accionar que esquivó el objeto rápidamente. Lentamente fue descendiendo hasta que sus pies tocaron el suelo, a la vez que repentinamente cielo fue perdiendo su luz tornándose cada vez más oscuro. Al caer las primeras gotas de lluvia sobre la tierra y humedeciéndola, un profundo dolor atravesó su pecho al sentir el intenso olor a higanbana mezclándose con el petricor. Miró a su alrededor llevándose una mano hacia el punto exacto dónde sentía aquella puntada...
«Esas malditas flores»—. Pensó Sesshōmaru, sintiéndose desconcertado y apretando su puño instantáneamente miró a su alrededor sin ver siquiera una—. «¿Pero cómo? ¿Dónde...? No están aquí»—, repetía constantemente en su mente tratando de calmar el latir doloroso de su corazón.
El apresurado avance de pasos a unos pocos metros de dónde se había detenido hace que vuelva en sí, sintiéndose levemente furioso consigo mismo por permitir que un simple aroma altere la tranquilidad propia de su carácter. Sin pensarlo dos veces utilizó látigo envenenado para atacar a la silueta más próxima, descargando de esta forma tales frustraciones al hacerlo. El viento sopla trayendo consigo el apestoso olor de los humanos junto a ese familiar perfume que desprende aquella maldita flor. Percatándose de más de una presencia entre arbustos y árboles, van apareciendo más hombres con sus espadas en alto, preparados para enfrentar al demonio. Pronto la mitad de los que se arrojan hacía él, terminan derrotados nuevamente con la técnica del látigo, ya que para Sesshōmaru carece valor alguno enfrentarse a seres tan insignificantes.
Los hombres que quedaron en pie retrocedieron a la arbolada, ocultándose para un nuevo ataque. Alerta, el demonio esquivó sigilosamente las silbantes flechas que le fueron arrojadas pero ninguna lo rozó siquiera. Ninguno supo que había una persona observándolo todo desde la copa de los árboles, aunque Sesshōmaru sintió una presencia salida de la nada cuya energía no parecía emanar hostilidad hacia él. Intrigado por lo que sucedía a sus espaldas, volteó para ver a una mujer vestida de Kuro Miko, que con rápidos movimientos giraba sus brazos como danzando repeliendo la trayectoria de los proyectiles con las mangas de su chaqueta sin ser perforadas.