Higanbana & Petricor

#2 Cabaña Secreta.

El viento proveniente del norte se intensificó arrastrando cargadas nubes a aquel desolado sitio, en donde misteriosos rayos comenzaron a caer repetidamente sobre los cuerpos de los soldados, hasta calcinar sus cadáveres. La sacerdotisa no tuvo tiempo de asombrarse siquiera porque toda su atención estaba puesta en el demonio que durante décadas añoro volver a ver a los ojos, pero que nunca se imaginó contemplando en tal estado deplorable. La lluvia que caía perezosa se desató en un intenso torrencial, llevando en el aire el hedor a carne chamuscada que provocaba náuseas en Sesshōmaru, aún cuando apenas estaba consciente. Él se notaba agitado cuando cayó sobre la joven, la cual sintió el exuberante calor del cuerpo del demonio. Acostados en el fangoso suelo le era difícil quitarse el peso de encima y tras un momento de lucha pudo salir debajo del Daiyōkai que la cubría, siendo ella tan diminuta. Se arrodilló a un lado y con suavidad lo volteó del frente para colocar la cabeza de él, en su regazo.

—Sesshōmaru... Aguanta—, susurró más para sí que para él, llena de angustia y preocupación en la quebrada voz.

Mientras tanto el demonio se iba hundiendo en un abismo sin fin en su subconsciente. Sin saber dónde estaba realmente, no podía darse una idea de lo que se encontraba a su alrededor, solo sentía que su cuerpo cedía ante una poderosa fuerza inmovilizadora y lo llevaba hacia las profundidades de la nada. Aún entre toda esa confusión aborreció no tener voluntad siquiera para apartarla lejos de su presencia. Su perfume lo mareaba al punto de sentirse enfermo e impotente al no reaccionar, ya qué normalmente no era así y lo único que podía afectar en sobremanera su comportamiento era que algo le sucediera a Rin. No entendía como una simple humana que ni conocía hacía que afloran tales sentimientos ni tampoco cómo aquel veneno había podido debilitarlo tanto. ¿Sería que la Kuro Miko usó tales artimañas contra él para obtener algo a su favor? Aunque ambos pensaran mil veces lo que estaba pasando ninguno llegaría a imaginarse al verdadero titiritero tras bambalinas.

Tras unos momentos de pensarlo bien la muchacha se puso de pie e intentó llevarlo, pasando unos de sus brazos por su cuello abrazándolo para que quede apoyado sobre sus hombros; cuando al fin logró llevarlo a cuestas sentía que cada paso que daba provocaba que se hunda más y más en la tierra debido al esfuerzo. Él estaba completamente inconsciente. Si no se apuraba el veneno podría ser fatal, necesitaba llegar a su hogar donde disponía de todos los medios para salvarle la vida. Así la noche los sorprendió a medio camino, lo recostó sobre el frondoso tronco de un árbol y revisó la herida, la limpió lo más que pudo y colocó un ungüento con las hierbas que encontró que podrían servir, la fiebre seguía subiendo desmesuradamente y no creía que llegase a ver el otro día.

—Ven aquí mi fiel amigo, te necesito—. Dijo ya cansada, invocando a una bestia que solía seguirla y estaba a su servicio desde hacía un tiempo.

Respiró profundamente antes de tomar el impulso que necesitaba para subir a Sesshōmaru sobre la bestia parecida a un dragón y galopó por los aires hasta llegar a una cascada. Atravesaron el manto de agua helada sin siquiera mojarse alguno de ellos, y a lo lejos se podía distinguir al fin su destino final: una cabaña, su humilde hogar. Con suaves silbidos llamó a dos de sus sirvientes, eternos niños hanyō que la seguían por su parecido con su antigua ama, quiénes la ayudaron a llevar al demonio dentro del recinto. Ya en la sala les pidió que lo depositaran en el camastro de su habitación mientras ella indicaba a otro las hierbas medicinales que iba a utilizar y que eran necesitarías para el respectivo antídoto.

Ya puesto sobre el camastro, limpió la herida y llevó sus labios sobre la misma para extraer el veneno, tirando el contenido en un recipiente. Mientras preparaba las vendas le había indicado a uno de los niños con que hierbas hacer el antídoto y al recibirlo le dio de beber de boca a boca porque él no estaba consciente en ese momento. Le aplicó una cataplasma y vendó la pierna cortada. Sesshōmaru durmió unos tres días a causa de la fiebre después de eso, cosa que extrañó a la sacerdotisa porque un demonio puro cómo él debería recuperarse rápidamente. Tras analizar lo ocurrido y los ingredientes de la ponzoña administrada, se dio cuenta que había sido el medio para un hechizo, hecho para impedir que recuperara la conciencia y obstruir sus poderes curativos.

Después del primer día del que no despertó, estuvo 48 horas intentando romper la maldición hasta conseguirlo. Durante tres días no se separó de su lado y cada vez que el Daiyōkai sentía su presencia acercarse se retorcía intentando alejarla ya que al sentir el aroma que ella desprendía sus sueños se llenaban de aquellos amargos recuerdos que había preferido olvidar. En el exterior, la lluvia seguía implacable y desoladora azotando la tierra, el ventarrón traía consigo el inconfundible perfume de las higanbanas que la Kuro Miko sembraba en la cercanía de su hogar, y Sesshōmaru realmente quería dejar de oler las flores . Al cuarto día por fin despertó para verla a los pies del lecho dándole a una niña las vendas viejas que acababa de cambiarle, mientras que otra aguardaba para entregarle una bandeja con algo de comida.

—Bienvenido al mundo de los vivos, es un gusto que ya esté despierto—... Le dijo mientras sonreía y le acercaba la bandeja a la vez que él se incorporaba en la cama.

Arrodillada a la par del camastro estaba por depositar la bandeja a un lado del demonio pero este al acercarse respiró el aroma de su perfume e involuntariamente extendió el brazo lanzando la comida por los aires. Rápidamente la ignoró dando vuelta su cara y hablando en su habitual tono para com los humanos.

—¡Apártate!— Rugió casi furioso, aunque sabía que la forma en la que reaccionó no estuvo bien, ya que ella había permanecido a su lado, cuidándolo. Se notaba por las sombras debajo de sus ojos de que casi no había descansado para atenderlo. El demonio se sorprendió más de la atención con la que veía esto que del hecho en sí de su apariencia.




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