Cada paso que daba tras salir de la habitación principal era un suplicio dolorosamente lento, sus pasos se sentían similares a los que había dado aquel terrible día, en el que tuvo que alejarse de él para siempre... Por muchos años creyó que jamás volvería a ver a su amado pero el destino da muchas vueltas, terminando nuevamente cara a cara con esa persona. La joven mujer, caminaba por su hogar con semblante ausente; en su mente todavía podía recordar vívidamente cada detalle del pasado. Hacía años que había logrado escapar de Hisao, pero en ese tiempo no había buscado a Sesshōmaru, por miedo a que la rechazara nuevamente.
Pasó años de incansable práctica para adoptar su forma humana, después de un tiempo en los días de luna llena y por única vez, cambiaba a su apariencia demoníaca. Aunque tras mucho esfuerzo pudo hacer el cambio a voluntad; así fue cómo tomó el nombre de Kuro Miko Yumi y vagó por el mundo sin apegarse a nada ni a nadie. Desde que había retomado el control de su vida, Sayumi solía atesorar los días en los que podía sentir el petricor y cultivaba higanbanas, ya que lo asociaba con esos dos aromas como recordatorio del inicio del amor de ambos se tuvieron...
Durante su niñez bajo la crianza de la demonio perro había podido ocultarse de Hisao, pero en uno de esos paseos con Sesshōmaru fue descubierta debido a los innumerables espías que recorrían las aldeas en su búsqueda. Fue así cómo se presentó ante ella en varias ocasiones para pedirle que regresara con él, y hasta amenazó con asesinar a su querida madre de no volver. Quería decirle la verdad a su amado Sesshōmaru, más no pudo decírselo debido al odio en cada una de las palabras que pronunció para rechazarla. En ese momento el dolor no importó, ya que lo soportaría y esperaría la oportunidad de explicarse, con la seguridad de que el lazo que los unía superaría todo, incluso los años. En el ahora, esos pensamientos habían quedado perdidos en sus recuerdos y al verlo a los ojos sintió que había sido muy ingenua y que aquella unión se había acabado en el momento del rompimiento.
Una vez que fue atrapada entre sus garras nuevamente, fue llevada al fin del mundo donde todo se convertía en oscuridad y tinieblas; los gritos de las almas en pena se hacían oír porque ni aún después de muertos tenían descanso en esas infértiles tierras. Los vivos temían a la luz del sol por lo que entregaban a sus niños al malvado para convertirlos en hombres y mujeres fuertes, soldados sin voluntad preparados para acabar con poblados enteros. También en aquel lugar se reunían todo tipo de demonios ya sean inferiores o de alto rango, que terminaban como alimento de alguien que había sido mitad demonio toda su vida: Hisao. En ese palacio oscuro se convirtió en prisionera y sus esperanzas se esfumaron al ver que su madre moría frente a sus ojos, sin poder hacer nada para salvarla. No sabía lo que planeaba ese terrible hombre y así los años se fueron acumulando unos tras otros como el polvo...
En su calabozo personal fue encadenada, colgando por sus brazos y conectada a un extraño aparato de tortura que le extraía sangre cada cierta cantidad de meses. El método era a través de unas largas y finas agujas, de unos 20 centímetros, huecas y de plata, (ya que era el único material que permitía que no perdiese las propiedades demoníacas), que les eran enterradas en las venas hasta la mitad, conectadas a tubos de cristal que dejaba caer el preciado fluido a un recipiente; para luego ser bebido por Hisao, lo cual había hecho aumentar su lado demoníaco ya que ella era casi pura, pero el hombre era mucho más humano por ser nieto de un demonio y una humana.
Tras haber escapado, Sayumi tuvo que usar unos brazaletes en sus muñecas para ocultar las cicatrices dejadas por los grilletes, ya que mientras estuvo cautiva había intentado arrancarlos varias veces, dando violentos tirones a las cadenas. Adoptar su forma humana solo era una manera de que no la encontraran, sabía que Hisao se había olvidado de cómo era su aspecto los días de luna llena, porque en esos días la obligaba a permanecer en estado demoníaco utilizando poderosos conjuros que la mantenían atada a su lado.
Mientras caminaba hacia el patio, repetidos flashes de todo lo vivido después de ser la princesa Sayumi y verse forzada a traicionar a Sesshōmaru le llenaban aún más los ojos de lágrimas, podrían haber sido felices juntos. Podría haberse casado, tener una hermosa ceremonia acompañado de sus seres queridos; habría vestido un hermoso y majestuoso vestido de novia... Habría formado la familia que tanto soñó en tener, pero no, jamás podría ser realidad. Todo terminó repentinamente antes de comenzar. Sus pensamientos fueron interrumpidos por uno de los eternos niños que la acompañaban y le servían.
—Mi señora... Siento interrumpirla—. Ella hizo un gesto con la mano como quitándole importancia—. Lord Sesshōmaru solicita su presencia en la habitación principal.
Hasta ese momento no se había dado cuenta de que estaba en el jardín, parada en medio de la lluvia y de que el muchacho se acercó a ella con una sombrilla. Repentinamente se miró las manos, seguido de su traje que encontró pegado a su cuerpo y que se había puesto apenas unas horas atrás. ¿Cuánto tiempo había permanecido allí, estática y pensativa sumida en un remolino de recuerdos? El frío calaba sus huesos, siendo un recordatorio de que ya era momento de quitarse las prendas, secarse y entrar en calor.
—Dile que iré en un momento, que me disculpe pero debo cambiar mi ropa primero—. El niño asintió en una reverencia y siguió a su ama para cubrirla del agua con la sombrilla, hasta llegar a la parte techada de la casa.
Sesshōmaru llevaba rato levantado, estuvo explorando un poco el lugar en dónde se encontraba y había sido testigo de que esa mujer llevaba horas bajo la fría lluvia. Confundido por los sentimientos que le provocaba esto, mandó a llamarla; lo extraño era que a pesar de haber sido atendido por más de tres niños no se veía ni uno solo en los alrededores. Al estar observándola detenidamente por tanto tiempo no pudo evitar pensar en las similitudes con su ex prometida... La idea de que seguramente su forma humana sería similar a la apariencia de esta joven se repetía en su mente acompañada de un dolor punzante en su cabeza. Claramente podía distinguir que lloraba debajo de la lluvia, que su mirada estaba perdida, probablemente en un lugar lejano en el interior mismo. Todo esto provocaba un sentimiento en su pecho de profundo pesar al punto de dolerle en demasía su pérdida de antaño. Sacudió la cabeza apartando tales pensamientos, de alguna forma vería si no eran la misma persona, teniendo que soportar por más tiempo del que le hubiese gustado el horrible olor de esas malditas flores, impregnado en la sacerdotisa.