Higanbana & Petricor

#5 Verdad Oculta.

Sin tiempo de perder Sayumi le habló directamente al demonio perro:

—Sesshōmaru, rompe las cadenas. Rápido.

Por alguna razón él percibió en su voz un atisbo de desesperación, aunque las pocas palabras dichas se oyeron completamente calmas y seguras. El Daiyōkai se apresuró a realizar lo que la mujer le había pedido; utilizando látigo envenenado partió las cadenas que sujetaban a su hermano. El cuerpo de InuYasha descendió inerte como un peso muerto, los brazos de la sacerdotisa lo envolvieron con suavidad para poder sentarlo contra de la pared ya preparada para luchar. El desconocido que habló anteriormente salió del rincón que le había servido de escondite hasta entonces, observando a la muchacha con suma atención. Fue entonces cuando la hanyō confirmó sus sospechas, aquel individuo era el soldado que antaño manipuló para salir del castillo.

Las palabras pronunciadas a continuación helaron la sangre de la sacerdotisa:

—Hay algo en ti que me recuerda a alguien de mi pasado... Y ahora mismo lo comprobaré.

En un rápido movimiento el tipo golpeó a Yumi en el estómago haciendo que se doblase en dos, al quedarse sin aire. Sesshōmaru dio paso al frente pero no pudo acercarse a ella ya que su pie fue detenido por el extremo de una barrera mágica, que se extendió justo en medio de la celda, impidiéndole avanzar del otro lado. Se giró para ver la entrada a sus espaldas pero estaba bloqueada por una mujer. Miraba dentro con una sonrisa maliciosa, al brillo de una antorcha su rostro podía verse con claridad. Él se sorprendió momentáneamente por la similitud con aquella hanyō que intentaba olvidar. El parecido era asombroso pero no olía como a su ex prometida, supuso entonces que era quién había creado aquel obstáculo. Entonces, intentó atacar a la medio demonio pero chocó contra otra pared invisible.

—Observa bien... Perro—. Le dijo a Sesshōmaru con evidente desprecio en la última palabra dicha.

—Creo que la encontramos. ¿Tú qué dices?— Habló el hombre.

—Tiene que ser ella, durante años el amo ha vigilado a los hermanos. Esa forma de mirar me trae recuerdos... Apresúrate y utiliza el amuleto que te dio nuestro señor.

El sujeto la tomó por el cuello, Yumi no podía moverse. «Ellos... Yo los maté», pensó. De sus ropas sacó un viejo amuleto que ella reconoció de inmediato. Era un ojo de unos cinco centímetros que siempre la había observado en los años de cautiverio. Podía notar que de él desprendía una energía oscura y en su centro había una perla rojiza que recordaba que eran las lágrimas de su madre. Puso el objeto en la frente de la muchacha, quemándola de inmediato, no pudo evitar gritar al sentir el inmenso dolor recorriendo su cuerpo. Su mente se llenó de imágenes, de recuerdos que había querido olvidar. Solo había dolor. Intentó resistir pero poderosas oleadas de dolor la recorrían. Los gritos eran muy fuertes y ella se retorcía, aún sujeta por la mano del guardia en su cuello. Lentamente aparecieron marcas en sus mejillas, su cabello desde la raíz a las puntas se tiñó de plata, sus puntiagudas orejas asomaban de él. Sus ojos se volvieron de un rojo intenso como la sangre.

Sesshōmaru cayó de rodillas debido al impacto que le causaba su presencia. Aquel dolor en su pecho que aparecía al sentir el aroma a higanbana con el petricor aflora intensamente desde su interior. Se le dificultaba respirar, volver a verla le dolía más de lo que quería admitir. En las profundidades de su ser se derrumban las resquebrajadas defensas que ocultaban aquellos recuerdos y sentimientos que durante décadas había enterrado en un oscuro lugar de su alma. Tras la transformación el soldado la soltó estando casi desmayada, de esa forma su cuerpo golpeó violentamente el suelo. El Daiyōkai en un ataque de ira, tanto por ella como por tal demostración de emociones de su parte ante meros humanos, desenvainó a Bakusaiga y de un corte limpio hizo añicos la barrera mágica. Sus fragmentos desaparecieron en un chispeante haz de luz. Velozmente el demonio llegó a InuYasha y lo cargó sobre sus hombros, dándose la vuelta blandió su espada una vez más y la ráfaga mandó a volar al tipo por los aires, destruyendo la otra barrera y arrojándolo encima de la otra hanyō.

Obligarla a cambiar la había debilitado física y mentalmente al punto de que hubiese preferido revelar la verdad ella misma ante Sesshōmaru, sin embargo fue obligada vilmente a mostrar su verdadera apariencia ante él. En ese momento deseó morir y detuvo la curación de su cuerpo a voluntad. El amuleto no sólo había logrado que volviera a su forma hanyō, sino que quemó cada parte de su cuerpo. Sayumi habiendo recobrado un poco el conocimiento tosió sangre antes de poder utilizar sus últimas fuerzas para arrastrarse hacía donde estaba el Daiyōkai, incorporándose se aferró a su mano, su cabello cubría su rostro lleno de sudor e hilos de sangre cuando miró hacía arriba y sus miradas se cruzaron.

—Sácanos de aquí... Por... Favor...—, le dijo en un hilo de voz.

El demonio tomó forma de orbe de luz y los teletransportó para abandonar esas malditas tierras. Al estar a varios kilómetros de distancia, decidió llevarlos a la aldea donde su medio hermano vivía, debido a la cercanía volaron apresuradamente hasta allí. Era el atardecer cuando entró con ellos a la vivienda. Su cuñada se sorprendió de verlo pero reaccionó rápidamente. En casa de Kagome se ocuparon de curar las heridas de ambos hanyō. El joven no tardó en recobrar el conocimiento pero Sayumi parecía debilitarse cada vez más. La anciana Kaede junto a la esposa de la esposa de su hermano hicieron todo lo humanamente posible para que se recuperara pero sus esfuerzos fueron en vano.




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