SEGUNDA PARTE.
A Hisao le pareció que un ángel había ido a su encuentro para llevarlo al más allá. Se despertó días después, tenía vendado el pecho, le ardían las quemaduras que había sufrido, una de sus piernas estaba entablillada y no podía moverla. Su cara estaba toda envuelta e hinchada por los hematomas. Dio una mirada a su alrededor, estaba en una carpa y una mujer apareció un rato después. Lo miró aliviada y se acercó para ayudarle a incorporarse y así darle de beber un poco de agua, lo cual él agradeció. Colocó su mano en la frente del cazador para comprobar la temperatura de su cuerpo.
Aprovechó para verla atentamente mientras ella atendía sus heridas y cambiaba sus vendas. No era humana, era demonio. Su primer impulso hubiese sido tomar su espada para atacar a la mujer, pero no se veía por ningún lado, además le dolían las manos debido a la presión que habían ejercido al asfixiar a la kyonshī. Ella estaba atenta a la curación, ajena a las batallas internas del hombre que en ese momento pensaba que era el ser más hermoso que hubiera visto jamás, pese a no ser de la misma raza.
—Soy Hisao, te agradezco por... Todo—. Le dijo en voz ronca.
—Inu no Joō. Soy del clan de los demonios perro, si es lo que te preguntas.
—¿Eres esa demonio de la que he oído hablar?— Ella lo miró seriamente, imaginándose cuáles podrían ser habladurías sobre su persona entre los humanos. —Dicen que vas por ahí secuestrando humanos a tu paso junto a pequeños yokāis y hanyōs con los que viejas.
—Cuido de ellos, nadie se hace cargo de los huérfanos. Ni siquiera tu propia gente, los tratan peor que a un animal. Los alimento, les doy un hogar hasta que son adultos. Luego regresan a sus vidas humanas.
El cazador miró con severidad a aquella mujer con la idea fija en mente: ella era un demonio, lo que la convertía en un vil engendro cómo a los que había cazado. Un niño humano interrumpió sus pensamientos entregándole un humeante cuenco de sopa para que pudiera recuperar energías. Observó al infante detenidamente, estaba bien vestido y su aspecto era limpio, además de saludable.
Un sentimiento de vergüenza se profundizó en su conciencia al reconocer con sus propios ojos la verdad en las palabras antes dichas por la Daiyokāi. En un intento de dejar sus prejuicios de lado y a pesar de sus diferencias, decidió enmendar su error. Había sido grosero al hablarle, así que ofreció sinceras disculpas. Recibiendo un asentimiento de parte Joō.
El tiempo pasó y estuvo recuperado por completo, ya era hora de volver con los humanos, lo cual lamentaba profundamente. Joō no tenía un lugar al cuál llamar hogar ya que le gustaba viajar por el mundo, así que montaba grandes carpas para descansar porque los niños humanos no tenían tanta resistencia a largos recorridos. Ese día había un sol abrasador, los mayores preparaban el almuerzo pero los pequeños regresaron con un hombre al campamento. Hisao salió a recibirlo con la idea en mente de echarlo, muchos lugareños iban a diario a amenazarlos para que dejaran esas tierras.
El otro hombre corrió a su encuentro, abrazándolo al llegar hasta él, aliviado de ver a su amigo sano y salvo. La Reina Perro salió de una carpa al cabo de un momento extrañada de que la conversación que mantenían afuera era alegre. Al ver a ese alto y atractivo hombre el latido de su corazón se disparó, su mente repitió lo que su madre le había dicho antes de morir: «Cuando encuentres a tu pareja ideal lo sabrás de inmediato. Nada importará más que esa persona cuando llegue el momento, porque para el amor no es necesario nada más». Ese otro sujeto acababa de decir que Hisao debía volver con él, pero dejó de hablar a media frase al verla. El rostro del desconocido se puso serio tras mirarla de pies a cabeza.
—Tranquilo Kei, es una amiga. Salvó mi vida.
—Entiendo. General Kei, encantado de conocerla. Le agradezco que le haya salvado la vida a mi amigo. Pero tendré que pedirle que lo deje regresar conmigo a nuestra aldea.
—No es un prisionero, puede irse cuando guste.
—Tal vez podrías acompañarnos Joō, sé que te gustará mi aldea—. Dijo El cazador en un intento de calmar los ánimos.
—Hisao, no me has presentado a la señorita.
—Disculpa, ella no es de hablar mucho. Me parece que no le han gustado mucho tus insinuaciones de que me tiene cautivo. Su nombre es Inu no Joō.
La actitud seria de Kei cambió regalándole la más encantadora de sus sonrisas a Joō, hecho que no pasó inadvertido por Hisao. Nunca había visto a su amigo sonreírle así a nadie, por lo general no solía interesarse mucho en las mujeres que lo rodeaban. Era la primera vez en su vida que el general se sentía atraído por una mujer, ya que intuyó que la Daiyokāi no era como otras féminas.
Unos pocos días Joō dejó encargado al mayor de los niños que la acompañaba, que llevara los demás al sitio dónde se dirigían antes encontrarse con Hisao. El cazador había rogado por su compañía, así los tres partieron rumbo a la aldea. El lugar de origen ambos hombres recientemente había sido invadido por unos bandidos y el general necesitaba ayuda para recuperarla.
Con la ayuda de su amigo, Kei logró traer paz a su gente. Joō no participó en ningún tipo de conflicto, tampoco fue vista por los aldeanos. Prefirió observar desde lejos ya que no era bien recibida su intervención en asuntos humanos. Así que retomó sus viajes luego de que Hisao se quedara para reconstruir las viviendas que habían sido destrozadas. Regularmente volvía a visitar a sus amigos y en todas las ocasiones siendo recibida con una gran sonrisa en sus rostros.