Hija de Cronos

Prólogo.

Hace muchos años, cuando la tierra era nueva y los mortales aún creían en los dioses, ocurrió uno de los sucesos más importantes en la historia, los mortales no lo sabían, pero en esa reunión se estaba discutiendo el destino del mundo. Los 12 dioses se reunieron en el panteón del Olimpo, discutiendo y conversando, esto mientras esperaban a uno de los invitados más esencial, pero menos deseado. Nada más y nada menos que el mismísimo señor del tiempo, padre de los Tres Grandes, Cronos.

Algunos estaban en desacuerdo con la decisión de traerlo al Olimpo, otros no entendían por qué era necesario que él estuviera presente. Zeus, rey de los dioses, estaba impasible, aguardando a la llegada de su progenitor, el cual él mismo había descuartizado. “¿Cómo iba a ir Cronos si había sido descuartizado?” Se preguntarán, la respuesta es simple, sus restos quedaron resguardados en un ataúd de oro mágico, este hacía que Cronos no pudiera rearmarse, influir con sus poderes en lo absoluto y mucho menos manipular a los mortales.

De pronto el sonido de las pesadas puertas al abrirse dejó en absoluto silencio la estancia, dejando ver a un par de cíclopes cargando el pesado ataúd de oro. Depositaron suavemente el ataúd en el centro del lugar, para luego ser atados por un lazo mágico y llevados a una jaula, para evitar cualquier tipo de revuelta. El primero en hablar fué nuestro preciado invitado:

—Vaya, vaya —dijo Cronos, con una voz espectral y fría proveniente del ataúd—. ¿Quién lo diría? Los doce dioses llamándome a mí a una reunión en el panteón del mismísimo Olimpo —nadie respondió, el ambienta era realmente tenso, nadie estaba contento con la presencia del señor del tiempo en el panteón—. Ahora díganme, ¿a qué se debe este semejante honor?

—Te hemos invitado para hacer una pequeña tregua —habló la diosa Atenea, quién mandó a llamar al titán—. En unos años los mortales nos olvidarán, hemos detectado el crecimiento de un movimiento al que llaman “Cristianismo”. Cuando este movimiento haya sido aceptado seremos olvidados, dejarán de creer en nuestra existencia y eso nos debilitará.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Yo ya estoy así, ni siquiera puedo trasladarme yo mismo sin tener que ser cargado por unos patéticos monstruos —refutó el titán.

—La cuestión, querido padre —habló esta vez la diosa Deméter—, es que si nosotros perdemos fuerzas, tú también, después de todo tú también dependes de las mismas cosas que nosotros. 

—Continúa —dijo Cronos, dejando notar su curiosidad por el asunto.

—Necesitamos estar seguros que no vas a atacarnos si te dejamos ser parte de esto —dijo el dios de la guerra, Ares—. No queremos a tus monstruos o titanes arruinando todo.

—Muy bien, no voy a atacarlos, si es lo que quieren —dijo, haciendo que todos se miraran a las caras, pensando si era lo correcto o no—. Aunque —volvió a hablar, llamando la atención de todos—, no puedo decir nada sobre Gaia. Después de todo ella no depende de los mortales en lo absoluto.

En ese momento todos se quedaron mudos, pensando en qué hacer con respecto a la diosa de la tierra, una de las primeras diosas de todos los tiempos. Gaia había estado dormida desde hace siglos, si llegaba a despertar y no estaba contenta con lo que veía todo sería un caos, volver a dormirla sería algo más que imposible. Fue la diosa Atenea quién ya había pensado en eso y habló, rompiendo el silencio que se había instalado en la estancia, después de todo era la diosa de la estrategia.

—Gaia no será un problema —dijo, haciendo que todos la miraran, salvo Deméter, quién la ayudó a encargarse de la diosa dormida—. No hay que preocuparse por ella.

—Muy bien, esperemos que sea cierto, porque si se disgusta como la última vez ni siquiera yo podría sobrevivir —dijo Cronos, dudando de la palabra de la diosa.

—No perdamos más tiempo y hablemos del verdadero asunto de esta reunión —dijo Zeus, rey de los dioses y dios de los cielos.

—Como decía Atenea —habló el dios Poseidón—, cuando los mortales no crean en nosotros estaremos fuera de riesgo si hacemos algo.

—¿Algo como qué?

—Heredaremos nuestros poderes —dijo el dios Hades, metiéndose en la conversación—. Dejaremos nuestra esencia divina en el aire, está buscará un huésped adecuado para gestarse.

—¿No es más fácil crear semidioses? —preguntó Cronos.

—Los semidioses no serán igual que antes, serán más débiles, y solo sería crear —habló de nuevo la diosa Atenea—. Lo que necesitamos es dejar una parte de nosotros en un ser vivo, y así permanecer igual de fuertes que ahora.

Cronos no respondió, pensó en todo lo que los dioses habían dicho, analizando la opción. No quería debilitarse aún más, pero no terminaba de cuadrarle dar un poco de su esencia, ya que una vez lo intentó y el huésped no fué lo suficientemente fuerte para cargar con todo el poder. Al final tomó una decisión, una que cambiaría muchas cosas.

—De acuerdo —dijo al fin.

—Perfecto —susurró Atenea, quién por un segundo temió que se negaría.

—Muy bien —dijo Zeus, levantándose de su trono—. El ritual será en el solsticio de invierno, el cual será dentro de poco. Doy por terminada está reunión.

Y así, sin más, desapareció del panteón. Los cíclopes fueron soltados y se llevaron a Cronos de nuevo al Tártaro, un lugar que sería su prisión durante varios siglos más. Esa reunión marcó la vida de muchos, hicieron nacer a una raza tan fuerte, que ni los dioses eran capaces de controlar fácilmente, no eran iguales a los semidioses, eran aún más fuertes. Ni hablar de un Hijo de Cronos, esos eran los más peligrosos y poderosos, podían hacer y deshacer a su antojo todo.

Quizá esta no fué la mejor idea para los dioses, pero sin duda los mantendría fuertes.




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