Llegué donde supuse estaría Nat. La casa de John.
Desafortunadamente la puerta estaba cerrada. Miré a mi alrededor y al no haber nadie me teletransporté a su interior.
Caminé en silencio por la casa y en un rincón junto a un espejo hecho trizas estaba ella acurrucada con la cabeza apoyada en sus piernas. Me acerqué a ella cauteloso y simplemente la abracé con todas mis fuerzas. Sentía que lo necesitaba tanto ella como yo.
Lo que realmente me sorprendió fue su reacción. Me devolvió el abrazo del mismo modo, cosa que no pensaba que haría después de todo por lo que había pasado. No sabía que decir en ese momento, pero me pareció mejor permanecer en silencio, eso era lo único que ella necesitaba; un abrazo y a mí con eso me bastaba.
Me acomodé a su lado y apoyo su cabeza en mí pecho. Pasé mi mano por su negra cabellera y apoyé mi cabeza contra la suya. Con verla y sentirla a mí lado ya me hacía sentir tranquilo.
Cerré los ojos y permanecimos durante un largo rato en silencio. Abrazados, rodeados de vidrios rotos que reflejaban la luz hacia nosotros. Sentía su respiración acelerada y dificultosa, mi polera la sentía mojada.
Estaba llorando.
Que me empapara la polera de ser necesario, no me importaba, porque era ella, las lágrimas salían de sus ojitos y la tristeza de su corazón, nada más me importaba y la abrace aún más fuerte.
— ¡Lo maté Ene! ¡yo lo maté! —dijo entre sollozos. Levanté la mirada y más allá estaba el cuerpo de John, inmóvil…muerto. Permanecí en silencio. — ¿sabes que es lo peor?
— ¿Qué? — pregunté algo desconcertado.
— Que ahora yo soy eso —dijo alejándose. Dejándome ver su rostro. Pasé mi mano por su rostro justo donde tenía una flecha que atravesaba uno de sus ojos. Sonreí. —¿por qué sonríes? —dijo algo molesta, pero no del todo.
— Así debió ser desde un inicio —respondí serio — ya es hora de que sepas quién eres, Nat —dije deprimido. Ella no me miraba molesta ni tampoco contenta.
— Quiero conocer la profecía de la hija de dos mundos — dijo finalmente, mientras se secaba el rostro con las manos. Sonreí.
— Bueno, ya es hora de que sepas todo —añadí acomodándome. Puse mi mano en su cabeza para mostrarles sus recuerdos los que fui narrando según pasaban las imágenes —la profecía de la que me hablas fue escrita hace millones de años, cuando se creía que Oxul era el único planeta con vida y por lo mismo fue ignorada durante largo tiempo. La profecía decía que la hija de dos mundos sería muy poderosa, una muchacha muy valiente y especial, muy fuerte, pero a la vez frágil y que además su protector sería un fénix, quien como agradecimiento le otorgaría unas alas doradas como el sol y esa muchacha sería la salvación del planeta, ya que también anticipaba una era oscura donde Oxul comenzaría a morir lentamente y ella sería la única capaz de mejorarlo. Pero su poder no solo funcionaría allí, sino que también en la Tierra. Por lo mismo la profecía mencionaba que ella debía gobernar —hice una pausa.
— ¿Gobernar? —dijo perpleja— ¿yo?, no…no creo que yo pueda.
— Tranquila, yo sé que tú puedes — mencioné con seguridad.
— ¿Por qué tan seguro? —añadió desalentada
— Porque te he visto —concluí recordando unas imágenes que se habían cruzado por mi mente anteriormente.
— ¿Cómo? — interpeló curiosa.
— Esa es otra historia, por ahora me gustaría continuar con la tuya — aludí pensativo.
— Dale, tienes razón continua — dijo interesada.
— Bueno, con el paso de los años eso incentivo a muchos oxtrilitas a viajar al espacio en busca de otro planeta habitable con ese nombre, sin embargo, fueron llevadas a cabo sin un mayor éxito. La mayoría de los cohetes quedaron varados en el espacio y cuando ya se perdía la esperanza de que la profecía fuese real se avisó de que la habían encontrado, pero a ella no la habían encontrado. Sin embargo, uno de los tripulantes se enamoró de una mujer que vivía en la Tierra y con ella tuvo una pequeña. Su estadía fue larga y con ella paso los mejores momentos de su vida. Pero llegó la hora de partir y dejó a la niña en la Tierra con su madre, prometiéndole que volvería, pero el cohete jamás llegó a Oxul y jamás se enteró de que esa pequeña sería la niña que la profecía mencionaba. De la madre mucho no se supo, algunos dicen que enfermó, otros que se suicidó luego de la partida del cohete, pero no se sabe con certeza realmente, solo se conoce que la niña quedo huérfana. — hice una breve pausa mientras los recuerdos terminaban de pasar y cuando terminaron añadí — esto es lo que recuerdas y lo que yo sé, Nat. Jamás debí habértelo ocultado, pensaba que era lo mejor, pensé que…
— Piensas mucho, Ene —dijo con una leve sonrisa dibujada en su rostro.
— ¿No estás enojada conmigo? —pregunté desconcertado.
— No, ya no, ya demostraste lo que tenías que demostrarme —concluyó con tranquilidad
— ¿Cómo? —pregunté incrédulo. Ella sonrió.
— Tengo que explicarte todo —se acercó y junto sus labios con los míos. Agarrándome por sorpresa. Luego se alejó y añadió —estas perdonado, porque estás aquí, conmigo, cuando más lo necesitaba y eso es lo que vale.
Se levantó y fue hacia el cuerpo moribundo de John.
— ¿Qué haremos con él? —preguntó, mientras lo miraba con tristeza.
Me levanté y me dirigí al lugar donde ella estaba.
— Se me ocurre algo —añadí pensativo —antiguamente en Oxul para deshacerse de los cuerpos, utilizaban la energía, con eso se salvaba el alma y se ahorraban lo que tenían que gastar en cementerios. Aun se utiliza, pero no necesariamente con la energía, actualmente hasta el fuego sirve. —ella me miraba expectante.
Me hinqué al lado del cuerpo de John y puse mi mano en su pecho. Al rato unos relucientes rayos entraron por la ventana. Me alejé y los rayos lo rodearon. Desapareciendo el cuerpo entre los destellos y una figura luminosa surgió de entre ellos, esa era el alma. La silueta primero me miró a mí, de pies a cabeza, inicialmente algo desilusionado, pero finalmente me sonrió y se volvió a Nat. La figura levantó su radiante mano a la altura de su hombro y ella apoyo la suya.