Hija de la noche

Capítulo uno.

 

Margot, mi abuela materna, siempre decía que yo era una chica extraña desde el momento de mi nacimiento, y que de algún modo mis padres lo sabían.

También decía que aquella noche en que nací fue inesperada y el parto se había adelantado tres meses antes. Claro que ¿Quién iba a tomar en serio a una débil anciana de casi cien años de edad? Pero es que Anabelle, mi madre, siempre apoyaba a mi abuela cuando ella me decía que yo era especial, y cuando negaba con la cabeza con una de esas miradas de "no te creo nada" Ana me relataba todo lo sucedido aquella noche en que nací. Decía que era especial, no sólo porque nací bajo una hermosa y brillante luna llena en medio del bosque, sino porque justo en el momento en que lloré mi primer llanto, una brillante y hermosa luz azul voló sobre mi pequeño cuerpo iluminando mi rostro; el viento pareció detenerse y el cielo nuboso se había despejado dejando ver brillantes estrellas adornando el cielo.


Y llegué a creerle.

Claro que todo resultó ser producto de su imaginación.

Todo comenzó con la muerte de mi abuela. Fuimos una familia muy unida y feliz a pesar de no tener una figura paterna. Nunca supe quién era mi padre, sólo dos personas lo sabían: mi abuela, quien cuando preguntaba por el tema se quedaba callada para a continuación delirar recordando recuerdos del pasado que al final mezclaba con el presente; y mi madre, quien siempre se negaba a decírmelo, y cuando tuve una edad bastante adulta como para reclamarle...ella ya no estaba.

Pasados dos meses de la muerte de mi abuela, la actitud de Anabelle cambió. Empezó con negarse a quedarse sola en casa porque sentía que una mala persona la observaba, que la presencia de la abuela aún estaba intacta; a ello le siguió faltar al trabajo y encerrarse en su habitación bajo llave, e incluso hubieron momentos en que fue a buscarme a la escuela por su inexplicable miedo a quedarse sola y que a mí “los malos” me cogiesen. Las cosas se alteraron cuando ella aseguraba que las personas que la perseguían no eran de este mundo sino que pertenecían a un mundo fuera de este plano y tiempo. Sabía lo que tenía, pero no quería aceptarlo, incluso todos los doctores que analizaron su caso concluyeron con el mismo resultado...ella tenía esquizofrenia y demencia a la vez.

Cuando salí de la secundaria no fui a la universidad, me quedé con ella creyendo que aquella maldita enfermedad desaparecería con el tiempo.

Pero no fue así.

Suspiro mientras mi vista permanece perdida en el paisaje. El cielo está cubierto de un bonito color rosa y naranja, la suave brisa acariciando las hojas de los árboles color menta intenso, grandes nubes blancas y esponjosas de un leve tono color naranja cubriendo el cielo...

Su rostro viene a mi mente, su alegre sonrisa y brillantes ojos antes de que aquella enfermedad la consumiera.

Salgo de mis pensamientos cuando siento unos de esos típicos cosquilleos detrás de la nuca, como cuando sientes que alguien te observa.

Abro los ojos y desenredo los pies de la posición de meditación en la que estaba.

Me levanto con lentitud mientras miro alrededor, entre los enormes árboles que me rodean. Mi vista se detiene detrás de un árbol de donde se pueden ver las peludas patas de un animal. Saco mi cámara fotográfica para después intentar acercarme con lentitud. En Skye abundan todo tipo de animales salvajes, pero ningunos violentos. Van desde una simple ardilla a un enorme corzo o reno. La cosa es que en los tres años que he vivido aquí nunca he visto o escuchado a un lobo, y la poca gente que viven aquí, la mayoría personas mayores, tampoco. Así que es algo raro. Enciendo la cámara con una emoción contenida. Una de las cosas con las que me entretengo en este solitario lugar es con el arte de la fotografía o la pintura.

Cuando estoy a treinta centímetros de distancia el animal se mueve, y lo primero que veo es su hocico, seguido de un bonito pelaje color chocolate. Es enorme, tanto así que hasta puedo jurar que me llega a la cintura. Pero no fue eso lo que me dejó paralizada, sus ojos amarillos color miel fueron los que me dejaron en un casi estado de shock. Aquel color de ojos que sólo he visto en una sola persona... en mí.

Cuando Anabelle aún no había desarrollado la enfermedad mental, el médico del pueblo había insistido en hacer un estudio para determinar el extraño color de mis ojos. El médico aseguró que posiblemente era una mutación genética, un raro caso en que sólo un uno por ciento de la población puede padecerla; que el color de mis ojos no era algo común, pero si normal.

Se supone que los lobos no tienen un color de ojos tan intenso, también se supone que no son tan enormes y no salen por el día, ni sus miradas son tan significativas, como si fuesen humanas.

¿Debería alejarme? He escuchado que los lobos son inofensivos si no están con la manada.

Cuando salí de mi trance y me dispuse a pulsar el botón que haría a la cámara captar la imagen del extraño lobo, este desapareció con rapidez entre la maleza de los árboles.

Maldije y dando una patada sobre el suelo cojo la pequeña mochila en donde guardo la cámara antes de coger el camino que me conducirá a casa.




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