Hija de la noche

Capítulo ocho.

-Gracias.- Le digo tomando la caliente taza de té para llevarla con manos temblorosas a mis labios.

Un relámpago se escucha en la lejanía acompañando las fuertes gotas de lluvia que caen sobre el techo y los gritos y quejas de las personas intentando huir de ella.

Ha pasado tan sólo unos pocos minutos desde que el cielo se cubrió de negro, y fuertes relámpagos y truenos interrumpieron las palabras del hombre. Dos segundos después la tormenta desató su ira y la fuerte lluvia comenzó a caer.

Todo empezó justo después de encontrar el libro ¿Coincidencia? Lo más seguro, pero no voy a mentir diciendo que al principio la situación no me dio algo de escalofríos.

-Debido a la circunstancias no me he presentado.- Dice tomando asiento en uno de los cómodos sofá color rojo, en frente de nosotros. -Soy Rufgo, de las montañas altas, comerciante como veis.

-An...

- Dean y ella es Dane, mi hermana.- ¿Su hermana? Le miro alzando las cejas de modo interrogativo, pero me ignora al momento que estrecha la mano del enano. Rufgo se dispone hablar, pero Henry le vuelve a interrumpir.- Entonces ¿A quién decías que perteneció ese libro? ¿Qué tan poderoso puede llegar hacer? No tenemos todo el día, nuestro cochero espera.

-Oh, sí, sí. - Hecha un vistazo rápido al libro que reposa sobre la mesa que está entre nosotros. - El libro de Flamel.

Henry se atraganta con el té tras escuchar las palabras de Rufgo. Tose mientras lo deja sobre la mesa sin aparta la mirada del libro.

-No, no puede ser ese libro. Se rumoreaba que cuando estaba moribundo utilizó su último aliento para coger el libro y quemarlo en el fuego de la chimenea.

Rufgo alza una de sus pobladas cejas. - Me parece que te equivocas. - Mi mirada viaja de uno a otro intentando tomar el hilo de la conversación. - El libro nunca fue quemado, este libro está protegido por un poderoso hechizo que evita su destrucción. No puede romperse, o quemarse, incluso podemos decir que... es inmortal.

-Habláis como si yo supiera quién es ese tal Flandes.

El enano me mira como si hubiese dicho algo que lo ofendiese.

-Flamel, su nombre completo era Nicolás Flamel, un famoso alquimista del siglo XIV quién se hizo famoso por ser uno de los primeros en transformar las piedras en metales valiosos. Se decía que encontró un grimorio, un libro con los hechizos más poderosos que hayan existido, hechizos de los cuales se basó para crear otros nuevos iguales o más poderosos. Incluso se llegó a decir que este tiene la receta del elixir de la vida eterna. Se convirtió en el mago más influyente, rico y poderoso de su tiempo.

-¿Entonces cómo murió si dices que era el más "poderoso"?- No puedo evitar preguntar.

Hace una mueca.- Supongo que Flamel no encontró los ingredientes de la receta...- Suspira.- Para ser inmortal. Durante su época de esplendor se casó con una hechicera de los pueblos bajos, decían que su belleza le enamoró desde el instante en que la vio. Pocos años después Flamel fue encontrado muerto con una espada en su corazón, y la hechicera había desaparecido. Ya te puedes imaginar lo que sucedió.

Henry alarga la mano para tocar el libro, pero la aparta un segundo después con gesto de dolor.

-Nadie puede tocar ni ver lo que hay escrito más que su dueña.- Me mira.

Henry gruñe.- Cógelo, tenemos que volver al castillo. -Lo cojo temiendo que el libro queme mi mano como le hizo a Henry, pero nada pasa. Rufgo me da un pequeño bolso gris, guardo el libro dentro y lo engancho alrededor de mi hombro. -No puedes hablar de esto con nadie ¿Entiendes?

Rufgo alza una ceja y mirándole con incredulidad, dice:- Lo único que no tolero de mis invitados es que intenten darme órdenes en mi propio hogar. - Alguien toca la puerta con insistencia. - Si lo hago es por ti.- Me guiña el ojo antes de caminar hacia la pequeña puerta de madera. Abre una rejilla y suspira después de mirar.

-¿El señor Maxwell?- Pregunta una voz conocida después de que Rufgo abriese la puerta. Afuera el día seguía nublado y oscuro, como si ya fuese de noche. La lluvia seguía cayendo con fuerza.

-Vamos.- Dice Henry pasando por mi lado.

-Señor, ha habido un problema. - Me acerco al reconocer la voz del cochero. Su cuerpo está cubierto por un empapado saco largo y negro con capucha.- El riachuelo que nos quedaba de paso ha crecido y las corrientes son muy fuertes incluso para los caballos.

-¿Qué? - Exclama Henry. - Mark ¿Estás seguro?

El cochero asiente.- No podemos cruzar el río hasta que las aguas se calmen. - Henry pasa una mano por su cabello con frustración.- Cerca de aquí hay una vieja cantina, seguro tienen habitaciones, podríamos...

- De ninguna manera.- Le interrumpe Rufgo con una de esas miradas imposibles de descifrar.- Insisto en que os quedéis aquí hasta que el río calme. La cantina que vuestro cochero menciona no es recomendable.

-Te lo agradezco, pero...

-Insisto. -Mira el enorme cuerpo del cochero y sus botas llenas de tierra.- Él no puede entrar.- Hace un gesto desinteresado con las manos.

-Entonces nosotros tampoco nos quedaremos.- Digo dando un paso adelante, incapaz de ser tan cruel como para dejarlo bajo la tormenta, entre el frío y la lluvia. - Iremos a esa cantina.




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