Hija de la noche

Capítulo trece

-Henry.

El rostro de Henry vuelve a adquirir la misma seriedad de siempre.- Padre.

-Me alegra saber que empiezas a llevarte bien con Annette.-Sus ojos se iluminan cuando me mira. Sonrío sin mostrar los dientes, intentando que no se note que la sonrisa es tan falsa como él.- ¿Te ha tratado bien, Ane?

-Solo la vigilaba.- Habla Henry antes de que yo lo hiciera.- Y practicábamos con el libro.-Miente.

Roger asiente.-Bien, eso me gusta. Hacemos buen equipo.- Sonríe, y entonces me doy cuenta de cuanto odio esa sonrisa, y a él.- Henry acompáñame, debemos hablar.

La mirada gris de Henry se encuentra una última vez con la mía antes de que lo perdiese de vista.

Me acerco a la puerta y la cierro con seguro desde adentro, para después volver a buscar el pergamino y el libro de Flamel, quedándome en su habitación creyendo que regresaría pronto para seguir con esto.

Empiezo con el libro de Flamel para intentar encontrar algún hechizo que haga referencia sobre el cuarzo, deseando que el libro me lleve a la página en dónde podría estar lo que busco, como esa vez en la casa de Rufgo. Durante unos largos minutos encuentro de todo, desde cómo hacer florecer un árbol hasta crear devastadoras tormentas de lluvias, nieve, e incluso crear fuego como para quemar un pequeño poblado entero. Entre esas primeras páginas del libro, uno llamó mi atención, el de tener el poder de “paralizar” o “congelar” a cualquier ser durante unos largos minutos. Rufgo debió de utilizar un hechizo como este contra Henry cuando él quedó paralizado sin poder mover ni los labios.

Sin poder controlarlo esta vez, a pesar de que he estado tratando de no recordarlo desde aquella noche, las imágenes del lobo cayendo muerto sobre la gravilla de la carretera después de que mis manos cayeran sobre su cabeza, invaden mi mente.

¿Y si…? Sacudo la cabeza apartando esos recuerdos.

Aquello no ha vuelto a suceder. Debería de alegrarme ¿No? Me digo mientras salgo de la habitación de Henry para regresar a la mía, decidiendo al final llevar el libro y el pergamino conmigo que dejarlos solo en su habitación.

Tal vez en mi habitación encuentre un lugar mejor donde ocultarlos de la vista de los demás.

 

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Han pasado dos días desde que Henry y yo hicimos “las pases”, don días en los que no hemos parado de investigar, tanto en libros de la biblioteca como en el libro de Flamel y el pergamino siempre que teníamos oportunidad.

En esos dos días me saltaba muchas veces las comidas con los Maxwell, no creyendo ser capaz de aguantar ver el rostro y las sonrisas de Roger sin querer estamparle el plato de comida en su cara y borrar su estúpida sonrisa.

Al parecer, mi tiempo junto a Henry no ayudaba a que ignorara la extraña conexión que tengo cuando estoy junto a él, sino que parezco sentirla cada vez más intensa.

Cierro el libro con un suspiro, volviéndolo a su escondite anterior al igual que el pergamino. Me acerco a la ventana dejando escapar otro suspiro. Ya es tarde, el sol parece estar a punto de desaparecer ¿Tanto tiempo ha pasado?

Entonces algo capta mi atención, más allá de la enorme pared de ladrillos que rodea al castillo y que sirve para separarla del denso y salvaje bosque, una figura alta y oscura cubierta con una conocida túnica azul oscura ¿Alexander? pero sucedió tan rápido, desapareció tan deprisa que dudo de si lo que vi fue real o no.

Alguien toca la puerta.- Ane, soy Jessica.

-¿Para mí?-Pregunto cuando ella pasa a la habitación con una bandeja de comida.- No tenías que molestarte…

-Sé que no has comido nada hoy más que aquellas galletas.-Asegura.-Así que no me voy de aquí hasta que comas algo.

Me muerdo el labio. La verdad que la comida parece apetecible; panecillos, huevos revueltos, zumo de naranja, carne y cuatro o cinco galletas de avellana.-Además, si lo comes todos, me podrás acompañar.

Sonríe cuando sabe que ha captado toda mi atención.

-¿A dónde?

-Tú come y lo verás.

 

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Cuando llegamos a los establos, el característico olor a hierba llega a mi nariz. Hay una gran variedad de caballos, creo que casi veinte en total. Un joven permanece de espalda a nosotros, tarareando una baja melodía mientras pasa un cepillo por el pelaje color gris oscuro del caballo.

-Louis.- Él deja de tararear al mismo tiempo que da un respingo.

- Oh Jessica, señoritas.- Se quita el viejo y sucio sombrero de la cabeza para hacer una especie de saludo con él, inclinando levemente el cuerpo hacia delante.

Sigo a Jess cuando se acerca a él.- ¿Cómo sigue su pierna?-Pregunta al mismo tiempo que se agacha por unos segundos para ver una de las patas delanteras del caballo, la cual está vendada con una gruesa cinta blanca.

-Mejorando.

-¿Qué le pasó?- Pregunto.

-Una serpiente, una cascabel.- Louis suspira.- Pudimos extraerle el veneno con tiempo. Por ahora parece seguir mejorando.-Toma la correa del caballo.- ¿La señorita quiere montar?

-Solo Ane, y no creo…no sé montar.- Confieso mientras le acompañamos a llevar al caballo dentro de uno de los cuartos, junto a otros caballos.




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