Hija de la noche

Capítulo catorce

Como había dicho, Henry pasó por mí a una hora alta de la noche cuando no había por los alrededores del castillo más que algún que otro guardia que de vez en cuando pasaban por los pasillos asegurándose de que todo estaba bien.

Bajamos por la escalera, por un estrecho y oscurecido pasillo, hasta llegar en frente de una puerta de acero cerrada con llaves.

Por dentro la habitación estaba débilmente iluminada por alguna que otra lámpara. Tuvimos que pasar otra puerta de acero, cerrada también con llave, antes de llegar a la celda de barrotes en donde Rufgo estaba encerrado.

-Vaya, que agradable visita.- Dice. Su voz viene desde un rincón oscuro de la habitación.- Y me traes a mi bruja favorita.

-Te haré unas preguntas.- Dice Henry ignorando sus palabras.- Y más te vale que cooperes.

Se hace un pequeño y corto silencio durante unos segundos hasta que el tintineo de cadenas siendo arrastradas por la gravilla del suelo rompe el silencio. Su pequeño cuerpo se aleja poco a poco de la oscuridad hasta que es completamente visible.

Su cabello está desaliñado, sus ropas sucias y rotas, sus ojos decorados con dos grandes y oscuras bolsas negras. Una especie de pesado collar de metal rodea su cuello, con una gruesa cadena unida al collar. Parece estar atado, pues tira de la cadena para acercarse hasta los barrotes y una fuerza contraria se lo impide. El lugar huele a tierra y orina. Arrugo la nariz de manera automática.

A pesar de todo no puedo evitar que una parte de mí sienta pena por él.

-Ya se lo he dicho a tus amigos.-Dice con la frente arrugada.- Alexander de algún modo se había enterado de que estabais en mi casa, me ofreció una buena recompensa para que le entregase a la bruja y que te matara a ti y a tus compañeros, “sin cabos sueltos” fueron sus palabras.

Henry suelta una pequeña risa irónica.- Demasiado rápido traicionas a tus aliados como para creerte. Qué casualidad que nos encontrásemos con Alexander aquella mañana, y teniendo la oportunidad para atacarnos y llevarse a Annette, no lo haya hecho.- ¿A eso se refería con que algo de lo sucedido en la casa de Rufgo no le cuadraba?

Rufgo traga saliva ruidosamente.- Tendré que entrar y hacer las cosas de la manera cruel.

Cuando Henry abre la puerta de la celda y se dispone a entrar, lo detengo.

-Déjame a mí.-Digo recordando lo que encontré en el libro de Flamel mientras lo leía, antes de que Henry llegase a mi busca. Había encontrado algún que otro hechizo interesante, pero también una valiosa información. Una información que incluye principalmente a los enanos, y puede ayudarnos con la situación.

Rufgo alza una ceja con ironía y Henry me mira como si acabara de decir la burrada más grande del mundo. Sacude la cabeza antes de disponerse a entrar a la celda, como si no me hubiese escuchado.

-Henry.-Vuelvo a detenerlo.

-Ah, que hablabas en serio.- Frunzo las cejas. Si estuviésemos en otra situación le daría su merecido. Duda antes de asentir no muy convencido.- Está bien, pero entraré contigo.

-¿Sabes qué es esto?-Digo manteniéndome a una distancia prudente. Sus ojos brillan por unos segundos cuando observa la pequeña bolsa en mí mano. Aparta la mirada.

-No sé a qué te refieres.-Miente.

Sonrío.- ¿A no? Entonces supongo que no pasará nada si te la acerco o la dejase caer sobre tu cuerpo.-Intenta ocultar la preocupación en sus ojos. Henry observa cada uno de mis movimientos, seguramente preguntándose qué rayos estoy haciendo.- No, tu piel no arderá ni se quemará si decido hacerte un collar con esto y atarlo alrededor de tu cuello.- Saco el contenido de la bolsa.- Pero no perdemos nada por probar ¿No?

Escojo dos grandes granos de sal. Se muestra tan neutro e indiferente que empiezo a dudar de si en verdad esto iría a funcionar. -Después de todo tu verdadero linaje proviene de los demonios.- Cito, recordando las palabras del libro.-Y sé de buena fuente que ellos odian la sal.- No menciono que la buena “fuente” a la que me refiero, no es solo al libro, sino también a aquella serie de ficción que me mantuvo enganchada en América durante mi adolescencia, antes de venir a Escocia; la serie se llamaba supernatural.-Y que les afecta a vosotros también, principalmente la sal roja.

-Cómo… ¿Cómo lo has sabido?-Dice rindiéndose al fin cuándo tengo la sal a centímetros de distancia de sus ojos y Henry le impide retroceder.

-Un buen mago nunca revela sus secretos.- Digo alejándome un poco de él, con los granos de sal aún en la mano.

Henry se acerca a mí, un brillo recorre sus ojos. - Debo admitir que elegí a la persona correcta para que me ayudase con esto.- Murmura ya a mi lado. Me encojo de hombros intentando ocultar mi orgullo. Me quita uno de los granos de sal para luego centrar su vista en Rufgo.-Interesante. Pero con mis métodos le habríamos convencido más rápido. Créeme.- Ruedo los ojos. Como no, ni en momentos como estos puede dejar de ser tan orgulloso.

“Mira quién fue hablar” Me recrimina la molesta voz, pero la ignoro.

-Te escuchamos.- Henry alzó el grano de sal, e hizo amague para lanzárselo a Rufgo. Este se encoge con los grandes ojos abiertos como dos pozos sin fondo.




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