Alice se sumergía en aguas muy profundas. Trató de nadar para llegar a la superficie, lo cual parecía imposible y se estaba agotando el poco oxígeno en sus pulmones. Logró llegar por unos breves segundos para pedir ayuda. Nadie llegó. Nadie la escuchaba. Las olas furiosas arremetieron contra ella como si fuera, de alguna manera parte de ese lugar. Una luz brilló a lo lejos en el agua y la estaba llamando. Nadó y llegó a una cueva. En seguida desapareció la pequeña lucecilla por una enorme cortina de oscuridad. Quería absorberla. Todo había sido una maldita trampa.
¿Así es como debía morir?
Sus movimientos cesaron. Era como si esa cosa tuviera vida propia y estaba asfixiándola con sus tentáculos.
Todo se había perdido.
La joven despertó con la boca seca y con un ligero ardor en la garganta. El sueño parecía tan real que sintió la sensación de escupir el océano. La sola idea de beber un poco de agua le provocó náuseas. Solo deseaba una taza de un buen café.
Ya había pasado una semana desde que le dieron el alta y de lo ocurrido en el hospital. Su mente trataba de olvidarlo. La mordida en su hombro aún seguía doliéndole y sus heridas sanaban lentamente igual que los huesos rotos.
Cogió el espejo de su tocador. Se veía fatal.
¿Qué diablos sucedió?
No lo recordaba claramente. Lo único que recordaba es haber visto a Eric mirarla con tristeza y tomar sus manos. Dándole consuelo. Le dio un escalofrío solo de pensarlo.
Con los pies descalzos bajó de su cama para dirigirse a las escaleras y luego a la cocina por algo de beber. Alguien que le diera respuestas. Melanie no se había percatado de su presencia, estaba tan ensimismada cocinando. Olía exquisito, una mezcla de queso, tocino y un buen café. Se le hizo agua la boca. Su estómago gruñó, delatándola.
Tomó asiento frente a la pequeña isla.
-Por un momento pensé que estabas en coma – dijo su amiga en un tono burlón -. Estuve a punto de llamar a Eric.
-No es necesario – rodó los ojos –. Dudo mucho que ese tipo pueda hacer algo si sucediera eso.
Melanie le sirvió el desayuno sin siquiera preguntarle, con solo escuchar a su estómago gruñir, lo supo.
-Dime, ¿Qué sucedió mientras estaba en el hospital? Presiento que pasó algo importante, pero es como si estuviera oscuro – Alice jugó un poco con la comida esperando respuesta.
La joven tardó en responder.
-Nada especial. Te caíste de las gradas. Eso sucedió.
-Y la mordida en mi hombro? No lo recuerdo – insistió. Era importante.
-Alice, yo no estaba en ese lugar ¿sí? No tengo las respuestas que crees que necesitas – meneó un tenedor frente a su amiga que la miraba confundida. Parecía un poco nerviosa -. No puedo ayudarte. Tengo un empleo y debo apresurarme o llegaré tarde. Luego hablaremos las cosas perturbadoras que te estás imaginando.
-No son cosas perturbadoras – cruzó los brazos sobre su pecho un tanto ofendida. Sin hacer caso ya, Melanie dejó los platos en el fregadero. No es que la limpieza fuera de su agrado. Nunca lo había sido. Se dirigió a la sala con mucha prisa para coger su abrigo del sofá y las llaves de su BMW blanco. Nevaba mucho. Aún así, el clima no detuvo su camino.
***
Las calles de Londres se encontraban con poco movimiento de gente. Era de noche, con un cielo un poco nublado y una calma absoluta. La torre Big Ben marcaba la medianoche. Tres personas encapuchadas, una mujer y dos hombres se desplazaban por la zona con pasos sigilosos sin tener un rumbo especifico. Nadie parecía darles importancia. Incluso parecía normal. No llamaban la atención de los demás. Eso era lo mejor.
-La chica está viva, no pude eliminarla – dijo uno de los hombres sin mostrar su rostro –. Parece que sabe cómo defenderse.
- ¿Y? ¿dejarás que una estúpida chica te ataque? – el otro hombre parecía molesto, pero trataba de ocultarlo –. Voy a cazarla cueste lo que cueste.
- ¿Qué harás con ella cuando esté frente a ti? – una voz femenina muy tranquila y a la vez sombría.
-La llevaré con Su Majestad – contestó sin titubear – Ella es un peligro para nosotros. No podemos dejar las cosas como si nada.