¡Imposible! Su amiga nunca le comentó nada sobre eso. Se lo habría dicho. O quizás ni siquiera ella lo sabía. Pronto lo averiguaría. Estaba harta de tantas mentiras y que le vieran la cara de estúpida. A pesar de vivir tantos años lejos, siempre supo que ese nunca fue su hogar, el lugar donde todo comenzó. La situación seguía siendo complicada de asimilar en algunos aspectos, ahora sabía de la existencia de sus padres, y un hermano. Nunca estuvo sola. Y era una bruja con poderes que bien podrían ser su propia destrucción.
Se aproximó hacia la ventana al escuchar el ruido de metal contra metal; parecía una batalla. Quería corroborar que no fuera un ataque. Solo era el chico llamado Ethan y una mujer, luchando fervientemente. Eran buenos, debía admitirlo.
Lo miró con especial atención. Y boom, se le vino a la mente el hombre que vio en el océano, en sus sueños. No podía equivocarse. Era él. La misma sensación de querer acercarse demasiado. De respirar su aroma.
–Comenzaremos con el ritual en la medianoche – le avisó su hermano. Muy en el fondo también sentía miedo de fallar.
–¿Qué pasará con Bridget? No quiero que me vea así.
–Sólo necesitamos un poco de su sangre.
–Si algo me sucede, quiero que me prometas que vas a cuidarla.
Su hermano tardó unos segundos en responder, y finalmente dijo:
–Por supuesto.
Alexander desapareció de su vista.
Estaba sola, en medio de un bosque, mientras el viento alborotaba su cabello y guiaba sus pasos. Le traía muchas sensaciones que no comprendía aún. Caminó hasta donde se encontraba un hermoso lago congelado. “Aún no es invierno”, pensó. Pudo distinguir a una mujer a lo lejos, parada sobre el hielo. Solitaria. No llevaba nada más que un vestido negro, desgastado. Ni siquiera sentía dolor en sus fríos y pálidos pies. Alice intentó caminar hacia ella, pero en el momento en que puso un pie se formó una grieta. Mejor no arriesgarse a caer en aguas heladas y morir ahogada, o peor, con hipotermia.
–¿Te encuentras bien? – le gritó.
–Tú deseas conocer la realidad que te arrebataron – la mujer por fin habló, sin responder a la pregunta de Alice –, y te darás cuenta de que tú y yo estamos vinculadas en todos los sentidos.
Se había quedado dormida de nuevo. Últimamente se la pasaba soñando cosas extrañas. De lo que estaba segura era que esa mujer emanaba una sensación oscura, de caos, como sentir un instinto depredador. Necesitaba enfocar su atención en algo más. La habitación se estaba volviendo demasiado grande para poder pensar con tranquilidad. Buscó en un armario ropa cómoda y se la puso, no importando de quien era, la chaqueta le quedaba de maravilla. Se dirigió a toda prisa por el solitario y oscuro pasillo sin detenerse, porque antes de que todo ocurriera tenía que hacer algo muy importante.
O cabía la posibilidad de que nunca más podría hacerlo.
Chocó con un pecho duro.
Eric. Eric.
Su exquisito aroma era inolvidable.
–Llevas mucha prisa, la ceremonia no empieza todavía.
–Necesitaba verte – su respiración se escuchaba agitada –, para decirte que yo te quiero ¿sí? - acarició suavemente la mejilla de Eric –, y sé que lo que sucederá hoy nos va a separar de todas las maneras posibles.
Él fingió una sonrisa.
–Hace mucho tiempo me resigné a perderte.
¿Qué más podían decirse que no se hubiesen dicho ya?
Melanie los interrumpió anunciando que los preparativos ya estaban listos y debían comenzar. Salieron al jardín sin comentar ninguna palabra, no era el momento, ni siquiera de tener miedo, ni de acobardarse, esto era su única oportunidad y no tendría otra después, porque si no lo hacía, probablemente estaría muerta en futuro.
Despojándose de sus zapatos y la ropa se lanzó hacia el pentagrama dibujado con la sangre de la descendiente de la bruja selladora, mientras que los otros brujos encapuchados formaban un circulo, igual que las velas que ardían con uniformidad.
La niebla se empezó a formar.
“No tengas miedo, no tengas miedo”, se repitió.
La sangre de una herida en el rostro que no vio venir, le goteó en el hombro.