–¿Y bien? ¿Qué esperas? Quiero ver de lo que eres capaz – preguntó el rey un poco acalorado –. He de confesar que he estado esperándote por mucho tiempo. ¿sabes? Suelo ser un hombre muy paciente, pero, dadas las circunstancias, me temo que no puedo, ni quiero serlo contigo, a menos, claro, que me muestres lo contrario.
Al no ver ningún movimiento de Alice, el rey, con su magia lanzó a la chica hacia la puerta con tanta fuerza que tal vez se habría roto algunas costillas por el fuerte impacto. Eric quiso ayudarla a ponerse en pie, pero fue bloqueado por un muro invisible. Aquel hombre encapuchado no parecía hacer mucho esfuerzo físico ni mental en atacar a la joven.
Ya era demasiado difícil levantarse y aún así no tuvo ningún atisbo de piedad con ella.
La golpeó. La lanzó tantas veces como una muñeca hacia todo lo que fuese sólido. Y ella no se estaba defendiendo. No podía. A ese hombre no le importaba si se trataba de una chica. Se estaba divirtiendo con su presa, eso era lo peor de todo. La hizo retorcerse en el piso varias veces hasta robarle el aire, y Eric no podía hacer nada para detenerlo.
Cuando por fin cesó aquella tortura, hubo un gran silencio, solo se escuchaban los jadeos de Alice. La chica sentía el horrible sabor metálico de la sangre en su boca.
–Me has demostrado algo muy deplorable, mi querida Alice. Hubiera querido ver algo más que esto.
–Te divierte torturar a los demás ¿no es así? – finalmente el muro invisible desapareció y Eric pudo acercarse a ayudar a Alice a levantarse, apoyando su mano en su cintura. Las piernas le temblaban y sentía tanto dolor – pude sentir que lo disfrutabas. Debe ser tu juego preferido – hizo el esfuerzo para esbozar una sonrisa fingida. No iba a mostrarle lo vulnerable que se sentía ante él. Lo patética y pequeña que era.
–De hecho, sí, Alice, lo es, me gusta mucho torturar. No soy un mago bueno, si es lo que quieres saber. Debería simplemente – se levantó de su trono y dio unos pasos hacia ellos – enviarte a dormir eternamente. Sería una maravillosa oferta. Aunque también podrías ser de mucha utilidad.
–Escucha, - lo cogió de la túnica con la poca fuerza que le quedaba en el cuerpo. Solo un poco más – tú serás quien se arrastre hacia mí pidiendo clemencia. Tal vez me derrotaste ahora, pero, te aseguro que cuando menos lo esperes tendrás lo que mereces.
–Me gusta esa amenaza – dijo en tono burlón y no se molestó en apartar la mano de la chica – yo, el gran Ilarion reconozco tu valor. Aunque eso no será de mucha ayuda. Veremos quien de los dos cae primero. Te daré tiempo necesario, para que intentes derrotarme. Por lo tanto, no podrás salir de este castillo hasta que yo lo decida. Será tu prisión.
–¿Por qué tendría que obedecer? Ilarion – lo dijo con un poco de sarcasmo –, nada me garantiza que no intentarás asesinarme mientras duermo.
–Sí, eso podría pasar. Claro, si intentas huir, porque, de hecho te necesito viva. Tu magia no te podrá proteger, ya lo sabes de sobra, princesa Alice. Será como tener un hermoso encierro para ti.
Ilarion se dispuso a dejar la sala, no sin antes decir:
–Disfruten su estadía. Ah, y, por cierto, no intentes buscar a los miembros del clan.
Dicho eso, se marchó.
Alice y Eric fueron conducidos por una joven bruja llamada Margot, – de aspecto severo y sobre todo hermosa, que llevaba su oscuro cabello pulcramente recogido en un moño y un largo vestido negro que arrastraba por el suelo– al ala izquierda del castillo, lejos, muy lejos de Ilarion, ya que, por supuesto, él no estaba mínimamente interesado en tenerla revoloteando alrededor suyo. A la mujer no parecía importarle mucho la condición de Alice por que caminaba muy deprisa. A diferencia suya, Alice estaba hecha un asco; sin haberse dado un buen baño durante varios días.
Entraron a una gran habitación con una fea alfombra de color púrpura y las paredes de piedra. Todo parecía estar ordenado, era obvio que la habían estado esperando. Cerca de la puerta se situaba una ventana con una cortina de lino blanco. También había una cómoda cama con dosel, que tenía a unos centímetros una mesa de noche con una lámpara, y frente a ella se encontraba una chimenea con unas butacas enfrente. Una lámpara de araña colgaba del techo.
Margot le indicó que debería ducharse, así que se dirigió a una puerta que estaba a unos tres pasos de la cama. Con dificultad la ducha fue más lenta de lo que esperaba. Su cabeza estaba llena de pensamientos y de un dolor agudo. Hasta respirar le era doloroso.
En los días siguientes nada mejoró.