ARIADNA.
—¡¿En qué mierdas estaban pensando?!
Todos nos escogemos al escuchar a mi madre gritar furiosa. Tratando de controlar mi expresión, para no demostrar mi nerviosismo, entre mis pestañas la observo caminar de un lado hacia el otro. El vestido de cuero se moldea a sus bien proporcionadas, pero menudas curvas, los tacones altos rojos más la peluca negra; lacia que le llega a la altura de los hombros, le termina de agregar un aire sensual. Que si no fuera por la expresión de su rostro, el brillo escalofriante de esos ojos negros y la Atheris que consigo vislumbrar por la abertura en la espalda... parecería una persona normal.
—¡Maldita sea! —gruñe, sin dejar de caminar mientras empieza a murmurar entre dientes.
Frunzo el ceño desconcertada. No entiendo el porqué está tan enojada, sí, sé que empecé una pelea que puso los aires un poco tensos, pero no pasó a más. En cuanto aparecieron Malik y Alec, junto con su padre, todo volvió a la normalidad. La música empezó a sonar a todo volumen, la gente volvió a sus asuntos y la mujer que estuvo a punto de matarnos; con una última mirada de odio hacia mi madre se perdió en ese mar de gente. Pero mi madre... ¡Dios! Con la voz llena de falsa calma, nos ordenó que teníamos exactamente cinco minutos para que llevaramos nuestros problemáticos traseros a los autos. Y en cuanto todos llegamos a la mansión, se puso hecha una furia.
—¡Por esa razón les ordené que no fueran, maldita sea! —su voz me saca de mis pensamientos. Se detiene y esta vez enfoca completamente su atención en mi persona—. ¡Pero claro! La niña aquí presente siempre tiene que obtener lo que quiere, sin pensar en las consecuencias.
Ironía mezclada con doloroso sarcasmo se apodera del tono de voz de mi madre. Siento un nudo crecer en mi garganta, de enojo, culpa y resentimiento. Y aunque siento los ojos irritados, me trago todo aquello cerrando con fuerza mis manos a cada lado de mi cuerpo, dejando una expresión indiferente en mi rostro. Tratando de que nadie se percate lo mucho que sus palabras me afectaban, así como el hecho de que todos en el despacho se mantenían en silencio, ninguno dispuesto a salir en mi defensa. Ni siquiera Wyatt que sabe muy bien lo que pasó dice algo, mucho menos lo hará mi padre. El cual desde que llegamos a la mansión se ha mantenido al margen, con una expresión seria y que aunque sus ojos me observan preocupados; no dejo de sentirme traicionada por su silencio.
—¿Por qué nunca me haces caso, Ariadna? ¿Por qué? —aquel susurro, con un tono de voz que nunca la he escuchado utilizar, de alguna forma consigue colarse entre mis pensamientos.
Levanto la mirada sorprendida. Una expresión sombría, con cierta tristeza, se apodera del hermoso rostro de mi madre. Cuando aquellos escalofriantes ojos negros hacen contacto con los míos aparta la mirada rápidamente, no sin antes haber visto su mirada afligida.
¿Qué demonios?
La observo caminar hasta el mini bar que tiene a un lado de su sombrío despacho, un silencio tenso y pesado cae sobre todos. Mi madre con el cuerpo completamente tenso vierte una gran cantidad de vodka en un vaso de vidrio, tapa la botella, toma el vaso y lo lleva a sus labios; dándole un merecido trago sin inmutarse.
—Aguanta cariño, ya casi término.
Un sollozo por parte de Melanie arranca mi atención de mi madre. Kenya está limpiando todas las heridas que tiene en las piernas y en las manos, inclusive tuvo que saturar una que otra. Nada grave, pero sí doloroso. Sé que Melanie en este momento debe de estar maldiciéndome de todas las formas posibles en su mente. Y no puedo culparla. Yo fui la que la llevé a ese lugar sin tomar en cuenta su opinión, por mi insistencia y majadería tuvo que experimentar todo aquello. Si ella no se hubiera visto obligada a ir por mi culpa, nada de esto hubiera sucedido.
—Listo.
Melanie con el rostro pálido y ojeroso, le regala una pequeña sonrisa a Kenya; la cual sólo asiente. Se quita los guantes, echa las gazas con sangre y todo lo que utilizó en una bolsa roja, la cual Leo toma y sale del despacho para tirarla en algún lado.
—Se supone que tu madre debería de saber lo que te ha ocurrido —dice mi madre seriamente mientras le da ligeros sorbos a su vaso lleno de vodka—, pero conociéndola armará un escándalo. Así que no te preocupes yo tomaré la responsabilidad, de todo.
Tenso mi mandíbula, al igual que mis manos. Si algo tengo es orgullo, y si alguien se lástima por mi culpa o yo soy culpable de algo, nunca me escondo en las faldas de nadie.
—No hace falta que las tomes tú —mascullo entre dientes. Mi madre levanta una ceja en mi dirección—. Yo tomaré la responsabilidad, no necesito de tu ayuda.
—¿Y crees que lo hago para ayudarte?
Respira Ariadna. Respira.