Hija De Una Mafiosa © [#2 Mortem]

Capítulo 18.

GRANT.

Eres un imbécil. La vistes besarse con ese hijo de pu... ¿¡Por qué carajos sigues aquí?! Me riño, incapaz de comprender la razón del por qué no me he subido a la camioneta y largado de este lugar. En cambio, estoy apoyado contra el capo de la camioneta, con una botella de un litro de vodka vacío a mis pies y otra a medio terminar en mis manos. Río y llevo nuevamente la botella a mis labios; dándole otro buen trago.

Tú sabes porqué no te has ido. Porque te autonombraste guardaespaldas de la hija de tu jefa, y sabes que haga lo que haga o diga lo que diga; siempre te preocuparás por ella. Gruño y meneo mi cabeza, tratando de enfocar mi vista, aclarar mis pensamientos. Pero al parecer me aproveché demasiado del vodka. Excelente, ahora no sólo soy un acosador, he empezado hablar conmigo mismo como si se tratara de otra persona y para ponerle la guinda al pastel; estoy borracho. Gruñendo una maldición trato de enderezarme, sin embargo al tratar de levantarme en toda mi altura, la botella de vodka que tenía en mis manos resbaló ocasionando un gran estruendo —considerando el silencio sepulcral que hay en el estacionamiento— y empapando en su proceso mis zapatos y parte de mis pantalones de vodka.

—¡Maldita sea! —gruño molesto. Pero al final desisto de cualquier movimiento al comprender que si me muevo, la botella no será la única en caer. Por lo que simplemente me mantengo apoyado contra el capo de la camioneta, mientras espero que el frío de la noche ayude aclarar mis pensamientos.

Sin embargo, el recuerdo de Ariadna siendo besada y abrazada por otro sigue volviendo a mi mente. A mi maldita y masoquista mente. Y lo único que puedo hacer para tragarme estos enfermizos celos, además de la frustración que siento, es maldecirme a mí mismo. Porque de las dos botellas de vodka que tomé en un arranque de ira, una y media se encuentra ya en mi sistema. Y la segunda, la mitad está en mis pantalones. Por lo que ahogar mis penas en alcohol está completamente descartado. Además, aunque quisiera no podría moverme del lugar en el que estoy. Con cierta vergüenza tengo que aceptar que me encuentro muy —muy— borracho. Y, eso sólo hace que la frustración que siento por mi persona sea aún más fuerte.

—¿Grant?

Una voz femenina, que mi entumecido cerebro no es capaz de reconocer, interrumpe la retahíla de insultos y maldiciones que salían mis labios.

—¿Estás bien? ¿Te pasó algo? —esta vez la voz se escucha más cerca. Parpadeo, tratando de enfocar mi campo de visión y reconocer la figura que camina en mi dirección—. Grant qué... ¡Maldición!

Entrecierro los ojos, enfocando lo mejor que puedo mi mirada en esa borrosa presencia. Por alguna razón se parece un poco a Ariadna, sin embargo, es imposible que sea ella; ya que para empezar se encuentra en una fiesta donde está el tipo de personas con las que ella siempre ha deseado tener alguna relación. Y si a eso le agregamos, que ese maldito bast... quiero decir, su “amigo” se ve que no es del tipo que deja sola ni un segundo a su presa. Lo que significa en resumidas palabras que la persona que se encuentra en frente de mí, es una alucinación creada por mi alcoholizada mente. Sí, así es.

—¡Vete! —gruño y nuevamente hago el intento de enderezarme—. No sólo me torturas cuando estoy en mis cinco sentidos, también tienes que aparecerte cuando estoy en este estado. ¡Vete!

Muevo la cabeza, procurando que la alucinación acabe, pero lo único que conseguí fue marearme mucho más.

—Deja de decir tonterías.

Parpadeo, sorprendido, al sentir unos delgados brazos tomar una parte de mi cintura, tratando de aguantar mi peso. Algo que se le dificulta teniendo en cuenta que soy el doble de alto y por ende peso mucho más. Por no mencionar claro, que es imposible. ¿Cómo una aparición podría tocarme? Es ridículo.

—Por amor a Dios. Apestas a puro alcohol.

Arrastrando los pies, incapaz de creer que haya conseguido soportar parte de mi peso, siento una mano rebuscar entre los bolsillos de mi pantalón. ¿Las apariciones pueden robarle a los humanos? Frunzo el ceño pensativo. Abro los ojos como platos.

—¿Me llevarás al infierno, verdad?

Mi cuerpo se estremece. Niego con entusiasmo. Yo no puedo ir al infierno, por lo menos todavía no. Tengo que hacer que Ariadna se dé cuenta que al hombre que ama es a mí, no ese debilucho que apuesto no sabe ni pelear. Frunzo de nuevo mi ceño, esta vez con mucha más fuerza, al recordar la razón del porqué estoy en este estado.

—Grant... —la misma voz femenina llama mi atención—. Necesito que hagas el intento de sostenerte por ti mismo unos segundos.

—¿P-Por qué? —pregunto enfurruñado, por alguna razón siento la lengua algo pesada—. Tú no me quieres. Y además quieres llevarme al infierno.

—Por el amor a Dios —la escucho murmurar. Parpadeo, me suelto de esa aparición que me está empezando asustar, y un poco tambaleante me apoyo contra la camioneta—. Grant, mirame. Necesito que te enfoques.

Un sudor frío empieza a bajar por mi espalda, mi abdomen se contrae y un sabor amargo empieza a formarse en mi garganta. Oh maldición, creo que voy a vomitar. Y ese pensamiento ni siquiera cruzó muy bien mi nublada mente, cuando mi cuerpo se dobló y empecé a vomitar todo mi interior. Incluso creo que vomité mi alma, porque siento como si mi cuerpo poco a poco estuviera perdiendo energías.



#5026 en Novela romántica
#1923 en Otros
#344 en Acción

En el texto hay: drogas narcotraficantes mafiosos

Editado: 09.10.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.