DAKOTA.
—¿Qué estás planeando?
Escondo una sonrisa con un largo y bien merecido trago de whisky. Le doy una rápida mirada a la psicópata que no ha dejado de observarme con sospecha desde hace unos veinte minutos. Y si no fuera porque me tocó salir de imprevisto, esos veinte minutos hubieran sido una hora completa.
—Yo no estoy planeando nada —gruño, y me encojo de hombros al verla enarcar una de su cejas—. Me ofende que siempre creas que planeo algo.
—¿Y no es así? —se mofa con una cínica sonrisa.
—No.
—Buen intento —entrecierra ligeramente esos escalofriantes ojos grises—. ¿Debo de creerme que no planeas nada al pedirle personalmente a Grant y Leo que hagan una entrega de Met a una fiesta, a la cual casualmente asistió tu hija y el hijo de los Harris?
Siento como un estremecimiento que sube desde la punta de los dedos de mis pies, llega hasta el último rincón de mi cuerpo. Pasan cerca de unos dos minutos donde ambas nos retamos con la mirada, incapaces de apartarla e incluso de parpadear.
—Eres una maldita muy astuta, Kenya Brown.
—Por algo soy su segunda al mando, ¿no?
Una larga carcajada escapa de mis labios. Le doy el último trago a mi copa con whisky, la cual dejo sobre el escritorio y devuelvo mi mirada al amplio ventanal que hay detrás de mi escritorio. El cual en muy raras ocasiones —como esta— decido correr las oscuras y pesadas cortinas. Por el reflejo observo a Kenya llegar hasta mi lado, las dos fijamos la mirada en alguna parte del jardín delantero de esta enorme mansión; que se encuentra sumida en un inquietante silencio. Las bombillas que hay entre los rosales le da cierta elegancia a esta noche tan fría que ha empezando a darme un muy mal presentimiento.
—No me malinterpretes. En verdad no estoy planeando nada —respondo—. Todavía.
—¿A qué te refieres?
Un cansado y largo suspiro escapa de mis labios, mientras escondo mis manos en los bolsillos laterales del jumpsuit (mono, enterizo) color blanco y de escote corazón que usé en conjunto con un abrigo rojo vino y unos altos tacones Jimmy choo de color crema, para una rápida reunión que tuve a última hora en la empresa. Kenya voltea a verme, presionando con su intensa mirada a que le responda, pero decido mantenerme en silencio. Y no para hacerme la misteriosa o aumentar la curiosidad, sino que estoy pensando la forma de explicar este asunto tan complicado.
—¿Sabes porqué odio tanto a Karl Harris?
—¿Porque es el jefe de la DEA? —responde en tono de pregunta. Suspiro y niego ligeramente—. ¿No?
—No —frunzo el ceño con fuerza—. Karl Harris es un hombre que a pesar de no ser muy inteligente, es muy ambicioso. Y la ambición en tipos como él lo hace peligroso.
—¿A qué te refieres?
Le doy una mirada de reojo a Kenya, pero me mantengo en silencio por algunos segundos. Ella al comprender que este asunto más allá de lo que creía saber, una expresión seria, casi indiferente se forma en su rostro. Señal de que si no escojo mis palabras adecuadamente, tomará a Karl Harris como un obstáculo a eliminar.
—Karl entró a la DEA por conexión de Samuel Jones —empiezo a explicar con un tono de voz pausado, como si hablar sobre esto me fastidiara desde lo más profundo de mi ser—, quien en ese momento tenía una alta jurisdicción política dentro del Gobierno. ¿Tú recuerdas porqué fue que Samuel me buscó para el préstamo?
—Sí —murmura Kenya mientras frunce el ceño pensativa—. Fue porque lo demandaron por malversación de dinero y no sé cuántos delitos más.
—Exactamente. Para poder callar a la prensa, sobornar a otros para que nadie en la alta sociedad se enteraran, y además de eso pagar los honorarios de los abogados no le quedó más opción que buscar préstamos de la mafia —respondo y una sonrisa se forma en mis labios—. Pero como sabes nadie quería prestarle tal cantidad de dinero, ni siquiera Demetrio. Al final, consciente de los beneficios que iba a obtener decidí ayudarlo. Y fue cuando me enteré de que la persona que había procesado la denuncia fue nada más y nada menos que Karl Harris.
—¡Espera! —exclama mientras una expresión sorprendida pasa por su rostro—. ¿Estás segura de eso? Según recuerdo Karl y Samuel son íntimos amigos.
—Por eso te digo que la ambición es muy peligrosa en hombres como Karl. Nadie nunca supo que él fue quien procesó la denuncia, ante todo el mundo —incluido Samuel— fue el ex jefe de la DEA; Matthew Hall el culpable. Traicionó y mintió con el único fin de escalar por la posición de jefe de la DEA —me encojo de hombros ante la expresión de Kenya—. Y sino fuera porque el mismo Demetrio fue quien me lo dijo, el cual nunca supe cómo y cuándo se enteró.
—Demonios.
—Ya lo creo —bajo la atenta mirada de Kenya camino hasta el minibar del cual tomo una de mis nuevas botellas de whisky escocés y sirvo cuatro dedos en las dos copas con un simple cubo de hielo. Con ambas copas en la mano, vuelvo a posicionarme en frente del ventanal.