DAKOTA.
—¿Estás segura de que sea una buena idea?
Parpadeo y levanto la mirada. Ni siquiera me sorprendo el que no la haya escuchado entrar. Mi mirada se topa con esa conocida y escalofriante mirada gris.
—Ya la conoces —bajo la mirada de nuevo a la carpeta que sostengo entre las manos, pero por más que lea el mismo párrafo una y otra vez; no consigo concentrarme. Suspiro con fastidio, al final la cierro con cierta brusquedad y la tiro sobre mi escritorio.
—Sí, la conozco. Por eso creo que no es muy buena idea que vaya a esa dichosa Universidad.
Apoyo los codos en el borde del escritorio y tomo mi cabeza con ambas manos mientras entierro los dedos en mi corto cabello. Tengo que decir que el rubio no es de mis colores favoritos, pero desde lo sucedido hace veintiún años; llegué acostumbrarme. Por no mencionar que en el momento que el mundo se entere que Dakota “Atheris” Anderson sigue viva... toda la vida que hemos construido en estos años puede destruirse en cuestión de segundos. Por eso soporto esas malditas lentillas, mantener el cabello rubio y corto, codearme con todos esos hijos de puta sedientos de poder y dinero. Por no mencionar claro, que Wyatt y Ariadna serían los principales perjudicados. Y antes tendrán que matarme que permitir que alguien toque a mis hijos. Tendrán que matarme y hacerme cenizas, porque soy capaz de venderle mi alma al diablo.
—Dakota... —la voz de Kenya me saca de mis pensamientos. Quito las manos de mi cabeza, enderezo mi espalda y levanto la mirada.
—No te preocupes. Conociéndola puedo apostar que no durará más de un año en esa Universidad.
—Yo no me preocuparía por cuánto dure, sino cuánto serán capaces de soportarla —dice mientras sonríe de medio lado—. Es demasiado ingenua, rencorosa y egocéntrica para su propio bien. ¿Me pregunto a cuál de los dos se parecerá más?
Lo último lo dice con tal sarcasmo que inevitablemente me arranca una carcajada. Porque como bien dijo Kenya; mi querida hija es demasiado egocéntrica como para permitir que la hagan menos que nadie. Algo que suele suceder cuando se entra a cierto círculo de la sociedad. Ella tiene la errónea idea de que comportarse igual que ellos será aceptada, en ese sentido es ingenua. Pero lo que no sabe es que, aunque se comporte o no como ellos; nunca será aceptada. Por muy cruel que se escuche, así es. Es la realidad de este mundo hipócrita y lleno de falsedad. La mitad la verán como la oportunidad perfecta para subir otro escalón dentro de la alta sociedad, y la otra mitad la verán cómo el objetivo a eliminar. Ariadna tendrá que aprender que, si ella no es la que manipula, será ella la manipulada.
—Yo solo seré una mera espectadora —sonrío de medio lado. Kenya suspira y menea la cabeza—. Veré qué tanto de mí sacó mi querida hija.
Y veré cuánto tiempo le tomará aceptar de una buena vez la realidad en la que vive.
Una semana después.
ARIADNA.
—¿En verdad no quieres ir?
Hace una media hora que trato de convencer a Alisson de que me acompañe. En el momento que entró a mi habitación y me entregó una carpeta con todos los documentos que la Universidad está solicitando, he utilizado todas mis maniobras de persuasión. Pero Alisson se niega en banda y sigue con el mantra de “que es una pérdida de tiempo que personas de la mafia vayan a una estúpida universidad de riquillos.” Pongo los ojos en blanco, ni ella ni yo estamos en la mafia, no entiendo cuál es el problema.
—Además, si tú también quisieras entrar, la tía Kenya no pondría objeción alguna —le doy una mirada de reojo mientras rizo mi cabello. Alisson ríe, pero no es una risa divertida sino irónica.
—Esa sí que es una buena broma. ¿Qué haría la hija de una prostituta estudiando junto a hijos de abogados, empresarios y futuros jefes de empresas multimillonarias? —escupe con tal sarcasmo que bajo mi brazo y pongo totalmente mi atención en ella. Frunzo el ceño con fuerza—. Sé que tus intenciones son buenas, Ari. Pero sé quién soy y a dónde pertenezco.
Entre ambas crece un silencio incómodo, hasta podría decir que triste. Observo fijamente a mi pelirroja amiga, y no puedo evitar sentir el ya conocido dolor e ira en el centro de mi pecho. Rara vez sacamos a colación el tema de su abandono, tanto el hecho de que es un tema doloroso como también que para todos en la familia —incluso fuera de la misma— ella es hija de Kenya. Y el que se atreva a ponerlo a prueba o en duda... Dios lo acompañe.