ARIADNA.
—Ariadna —la voz de mi padre llama mi atención segundos después de haber salido de la Range Rover. Acomodando la correa del pequeño bolso contra mi hombro, me detengo a la mitad de los escalones del porche y volteo en su dirección. Con lentitud llega hasta mi lado y no puedo evitar observarlo curiosa; ya que su rostro tiene tal seriedad que por un momento creo que está enfadado, de nuevo, conmigo.
—¿Qué pasa?
—Cariño, por nada del mundo le digas a tu madre que conoces o tienes alguna amistad con alguien de la familia Harris —dice dejándome con tal expresión confundida. Abro mi boca para preguntar pero mi padre se adelanta—. No preguntes. Simplemente trata que tu madre no se entere.
Y es lo último que dice porque uno de sus guardaespaldas —Rodrigo— nos interrumpe para tomar las llaves de la camioneta que usó mi padre, el cual con una sonrisa y un apretón de manos se las entrega. Frunzo el ceño ligeramente, cuando Rodrigo se lleva la Range Rover y los otros guardaespaldas se van detrás.
—Oye papá, ¿por qué Rodrigo se llevó tu auto? —no puedo evitar mi curiosidad. Él como si supiera que de alguna u otra forma lo iba hacer, me sonríe con cierta diversión.
—Porque siempre que usamos alguno de nuestros autos ellos se encargan de que no tenga ningún dispositivo que amenace a nuestra familia —se detiene pensativo—, de hecho, los revisan antes y después que los usemos.
—¿Por qué? —enarco ambas cejas desconcertada. Ya que es la primera vez que escucho sobre esto.
—Para empezar, somos dueños de grandes empresas multimillonarias. Lo que significa que estamos al ojo de muchas personas, y no todas son buenas —explica y pasa uno de sus brazos por encima de mis hombros. Acomodo mi bolso mientras empezamos a caminar lentamente hacia el interior de la mansión—. Por no mencionar, que está el hecho de que tu madre es la líder de una mafia. La influencia que tiene ella en ése mundo es tal, que muchas otras mafias u organizaciones la desean; por lo que emplean métodos no muy pacíficos.
No puedo evitar hacer una mueca cuando menciona el maravilloso mundo de la mafia. Pongo mentalmente los ojos en blanco. De verdad que no entiendo a mi madre. Teniendo esposo, hijos, y una empresa que le genera una gran cantidad de dinero; se empeña en seguir siendo líder de ese grupo de criminales. Es ilógico. Y por mucho que trate de comprenderla, lo único que consigo es reafirmar lo egoísta que es. Al parecer, lo único que le interesa son sus propios asuntos y no la seguridad de papá o de Wyatt. No me hago la idea de que piense o le interese mi seguridad, por eso no me incluyo. Pero a esos dos, se supone que es quienes más ama. ¡¿Entonces porqué demonios sigue siendo la líder de una mafia?!
—¡Ah! Y antes de que se te olvide —la voz de mi padre me saca bruscamente de mis pensamientos. Levanto la mirada y lo encuentro a medio camino de la larga escalera del extremo derecho—. Debes de disculparte con tu madre. Y sí señorita, es una orden.
Frunzo el ceño y mascullo algo entre dientes que mi padre no alcanza a escuchar ya que sigue su trayecto a la segunda planta. En verdad por un instante creí que podría librarme de disculparme con ella, pero ya veo que no. ¡Maldición! Un suspiro cargado de toda la frustración y cansancio que sentía; escapa de mis labios. Con desgana camino hasta mi habitación y cierro de un portazo. Tiro mi bolso en el sillón blanco de dos personas que forma una mini sala, que además tiene dos sillones muy cómodos individuales rojo vino y una mesita ratona de vidrio en el centro. Arrastro mi pies hasta llegar a mi cama, se escucha un ligero “puff” cuando me tiro sobre mis almohadas.
Joder con este día.
Vuelvo a suspirar, me estiro mientras me giro sobre el edredón blanco de plumas y observo fijamente el techo. Una serie de trazos, de colores fosforescente, decoran todo mi techo que alguna vez fue de un monótono blanco. Y aunque no me gusta mucho el hecho de que mi madre fue la encargada personal de decorar mi habitación, debo aceptar que es perfecta. Sin embargo, como me gusta llevar la contraria a todo, una parte tenía que llevar mi sello. Y Wyatt fue mi cómplice. Como es obvio que ninguno de los dos somos unos profesionales del arte, digamos que las líneas y figuras distorsionadas no tienen el mínimo de sentido. Pero cada vez que las veo, es como si fuera el toque que necesitaba. Además según Wyatt: “Es una obra de arte de los hermanos Kirchner”.
—¿Se puede?
Salgo de mis pensamientos al escuchar un voz ronca, varonil. Y no puedo evitar reír al ver de quién se trata.
—Acabo de llamar al hijo del diablo con la mente.
Wyatt pone los ojos en blanco, entra a mi habitación con toda su arrogancia y su atractivo. Y no puedo evitar que una sonrisa maliciosa se forme en mis labios al ver el reproche y la seriedad en sus ojos verdes azulados. Sé que no le gusta que diga que mi madre es el diablo, pero claro, él es el consentido de Dakota. Nunca entenderá que a él lo ama y a mí me odia.