Hija del Paraíso

Capítulo 3

El príncipe Ealar había estado de pie cerca de la entrada del invernadero durante veinte minutos. Cuando vio acercarse a Santa, fue como si una luz hubiera iluminado todo el patio. Su presencia era tan poderosa, tan tranquilizadora, que parecía eclipsar cualquier escena que pudiera haber a su alrededor.

—Su Santidad.

—Su Alteza Real.

En cuanto vio al príncipe, no pudo evitar correr hacia él y abrazarlo con calidez. Bonnie sintió los fuertes brazos del príncipe rodeándola. Hacía tiempo que no se veían a solas. Las últimas oportunidades que habían tenido siempre habían estado en compañía de majestades o santidades.

—No deberíamos tener una relación tan cercana en este lugar. Entremos, debemos escapar de la mirada de mis hermanos.

—Cuando la conocí hace cuatro años... Pensaba que usted sería una persona más tímida. Pero esconderme con usted en su sala privada sin duda es mejor que mis primeras impresiones.

—Tampoco es como si le estuviera invitando a mi habitación de noche, príncipe. —Bonnie le dedicó una sonrisa burlona—. No se preocupe, las personas del templo saben que no tenemos ese tipo de relación.

—Por eso quería reunirme con usted.

—¿Quiere hablar de nuestra relación? —La Santa sintió que algo iba mal e intentó atrasar el tema—. Antes de empezar, ¿podría hacerme un favor? El Papa me ha dado un regalo, ayúdeme a ponérmelo, por favor.

Bonnie sacó el pequeño paquete de la manga y se lo entregó al príncipe.

—Qué joya más bonita, si hubiera sabido que le gustaban estas cosas le hubiera regalado colgantes más a menudo. Siempre viste tan sencilla que...

—No es lo que piensa. Es una reliquia. Tiene poder divino en su interior. Por supuesto, es un secreto, así que no se lo cuente ni siquiera a Sus Majestades.

—Si es un secreto, ¿por qué quiere que se lo ponga? ¿No debería ocultarlo?

Bonnie se dio la vuelta y recogió su cabello con la ayuda de sus manos. Ealar se acercó y colocó el colgante sobre su cuello. El roce de las manos del príncipe causaba un cosquilleo en el vientre de la Santa.

—Es un colgante bonito, pensé que le gustaría verme con ello, ¿no he acertado?

Ealar no contestó, se quedó quieto, con su mano aún rozando la piel de Bonnie. La facilidad que tenía aquella chica para acercarse a él y dedicarle palabras halagadoras sin darse cuenta.

—Cásese conmigo.

—¿Disculpe?

Bonnie se giró con los ojos como platos. La relación que tenían ambos había sido cada vez más íntima, pero no imaginaba que aquel chico procesara aquellos sentimientos por ella.

—¿Realmente es feliz en este lugar? Siempre encerrada en este templo... Venga conmigo, le mostraré un mundo que nunca ha visto. —Ealar se arrodilló sobre su rodilla izquierda y sacó una pequeña cajita con un anillo—. La última vez quería proponérselo, pero no me atreví. Por favor, escuche mi corazón.

Se quedó paralizada, preguntándose si el príncipe estaba hablando en serio. Pese a su relación, nunca había parecido procesar aquel tipo de sentimientos por ella. Una mala idea rondó su mente.

«¿Habla como Ealar o como príncipe heredero? ¿Quiere a Bonnie o a la Santa de Vresrelia?».

Aquellos pensamientos intrusivos le negaron sentir felicidad sobre la propuesta. Cierto era que su corazón se excitaba cada vez que veía a aquel chico de cabellos dorados y risa de porcelana, pero Talfryn ya le había hablado del amor antes: «Hay personas que jamás te verán como una mujer, para ellos solo serás un objeto. Un peón con el que jugar en un campo de batalla político». Había estado confiando en Ealar hasta aquel momento pero, ¿podía seguir haciéndolo?

—Disculpa, no quería hacerla sentir incómoda. No quiero que esta petición cambie nuestra relación. —El chico no se atrevía a mirarla a los ojos—. He estado enamorado de usted desde que tengo memoria. No puedo recordar un día en que no la quisiera. Reconozco la culpa de mirar a una Santa con estos ojos pecaminosos pero, si estuviera a mi lado...

«¿Cómo creerle? ¿De verdad un príncipe que lo tiene todo amaría a una mujer encerrada en un templo?».

—Me retiraré por hoy. Si no le molesta, me gustaría volver a verla pronto.

Bonnie no dijo una palabra. Espero que el chico se marchara para echarse al suelo de rodillas. Las lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas, y se dio cuenta de que era la primera vez que lloraba.

«Ni siquiera puedo diferenciar lo verdadero de lo falso. Si Ealar me mira con ojos sinceros, ¿acaso no soy una persona cruel por lo que acabo de hacer? Si corro tras él, ¿me perdonará y me abrazará de nuevo?».

Se levantó e intentó limpiar el polvo de su falda. Si Talfryn la descubría llorando no sabía cómo podía reaccionar. Aquel hombre, que estaba tan obsesionado con el poder y el honor, la había convertido en una muñeca digna de alabanza, pero Bonnie apenas era capaz de darse cuenta.

Intentó sosegar su corazón. Respiró profundo y se dirigió a la salida. Con un poco de suerte, podría ver a la delegación del Papa marcharse.

Se ocultó entre los jardines que habían a los laterales de la entrada del templo. Pudo ver al Papa salir del brazo del arzobispo de Slyridge. Tras ellos, estaba Talfryn, con el semblante más serio que jamás había visto. Al parecer la charla entre los altos cargos de la Iglesia no había sido amistosa.

Pasados unos segundos, salió la familia real. El príncipe estaba junto a ellos, cabizbajo, jugueteando con la pequeña caja que le había ofrecido a la Santa momentos antes. Bonnie sintió un fuerte pinchazo en el corazón al ver la expresión triste del chico.

«Si de verdad me ama, entonces he de empezar a pensar en él como un posible amante, pero, ¿qué siente mi corazón realmente por este hombre? Hasta ahora ha sido un buen amigo, tal vez el único que he tenido en todo este tiempo, ¿sería capaz de ser una buena esposa y corresponder sus sentimientos?».

Tantas emociones en un solo día habían dejado a Bonnie trastocada. Para una persona que apenas había tenido relaciones con otros humanos, las interacciones suponían un fuerte esfuerzo mental.




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