AGATHA.
Sábado 19 de marzo del 2005.
“Si no quieres que las lobas te muerdan y te desgarren la piel, entonces no les dispares, porque tus armas no les harán daño”.
Ese día me levanté muy temprano para ser la primera en bañarme, para no tener que esperar a que mis hermanas se lavaran sus miserias frente a mí y me dejaran una regadera libre. Luego de mi deliciosa ducha volví a mi cuarto disponiéndome a dormir hasta las 6 de la mañana, la hora en la que nos despertábamos habitualmente, pero algo me detuvo en una esquina del pasillo a las afueras de mi habitación; era Angelic, quien lloraba en silencio en posición fetal. Mi primera impresión fue pensar que alguna de mis hermanas había peleado con ella, pero al acercarme y ver su camisón desgarrado, su cabello alborotado y sangre que coloreaba su vientre, supe que algo no estaba bien y la cargué hacia la habitación.
Las literas donde dormíamos se abrían paso como torres en una ciudad, Angelic chillaba en silencio en mis brazos mientras su sangre penetraba y escurría sobre la toalla con que había secado mi cabello. Llegué a su cama y la recosté con cuidado, luego me dispuse a despertar a todas mis hermanas en silencio, sin hacer el mayor escándalo, no quería que las tres brujas supieran algo.
―Pero ¿Qué le pasó? ― preguntó Star acercando su cabello rojizo y su cara pecosa hacia Angelic.
― ¡Alguien la violó! ― Respondí conteniendo mi ira.
Mis hermanas se taparon la boca y se quedaron sin aliento, no podían creer que eso le había pasado a la pequeña Angelic. No queríamos creer que la última columna de alegría en ese lugar se había desmoronado.
― ¿Quién pudo ser? ― preguntó Priscilla en medio de lágrimas y lamentos.
Angelic se retorcía en su cama, estaba muy mal y era tortuoso verla así; el insoportable dolor se notaba en las lágrimas que corrían por su rostro, pero no solo era dolor físico, su alma también había sido lastimada.
―Ahora lo sabremos―. Me acerqué a la pequeña Angelic que seguía sacudiéndose de dolor en la cama. ― ¿Quién te hizo esto? ― pregunté con dulzura, tratando de que no me viera llorar.
―Ri...Ri...Rivaldo. Respondió tartamudeando a pesar de su calvario.
La ira recorrió mi cuerpo al escuchar ese nombre como si fuera un volcán en erupción. Apreté la mandíbula y di un golpe seco al piso con mi pie derecho, luego me eché a llorar en silencio, no podía creer lo que le habían hecho a mi pequeña e inocente Angelic.
― ¡Maldito! ― masculló Priscilla apretando sus dientes, provocando un sonido doloroso y extraño.
―Hay que hacer algo, está hirviendo en fiebre. Dijo Queen llorando con ternura.
―Mátalo Agatha, mátalo. Suplicaba Angelic desde su cama.
Sus palabras activaron algo en mí que nunca antes había sentido, por fin había perdido el miedo a devolver el golpe, a defender mi derecho, aunque tuviera que pasar por encima de los demás, nadie me detendría. La luz del sol de esa mañana fue como un nuevo nacimiento, un designio divino.
―Lo mataré, no te preocupes, lo mataré. Dije jadeando y apretando mis nudillos hasta dejarlos en blanco.
―Lo mataremos. Dijo Damiana acariciando la cabeza de Angelic.
Eso realmente me sorprendió, no pensé que la cristiana del orfanato estuviera diciendo eso, pero en el fondo me alegró, estábamos juntas en esa lucha, más unidas que nunca.
Pero si íbamos a hacer justicia por nuestra mano, nadie tendría que enterarse de la desgracia de la pequeña rubia, todo tendría que parecer un suceso aislado, una circunstancia ajena a nosotras, a las pobres y obedientes huérfanas que no mataban ni una mosca.
―Hay que cambiarla, bañarla, ponerle un camisón que no esté roto y mancharlo de sangre, al igual que una nueva prenda de ropa interior. Dije muy segura mientras me limpiaba las lágrimas.
Ninguna de las chicas entendió mi plan, se quedaron mudas al oírme decir aquello. Nadie podía comprender lo que pasaba, solo sabíamos que alguien tendría que pagar, ya no éramos indefensas, éramos letales.
―Después de hacer eso la llevaremos con las tres brujas y diremos que se cayó y se golpeó esa parte con un palo o tubo o algo, no tienen que saber lo que le hizo Rivaldo. Dije limpiando mi llanto.
Mis hermanas me observaron confundidas, como si estuviera defendiendo al asqueroso cerdo y traicionando a nuestra hermana. Un gran signo de interrogación se había dibujado en sus húmedos rostros.