Hijo de la luna

Cuarto error

Según en el tiempo de los habitantes, habían pasado dieciséis años. “Noah”, como le nombraron la anciana pareja, ayudó a su padre recogiendo madera en el bosque que rodeó su casa.

Era un muchacho alto, esbelto pero fuerte. Sumiso con sus padres y reservado con el resto. Noah usó un enorme sombrero para protegerse de la vigilancia de mi hermano Sol.

―Luna… ¿Qué estás haciendo? ―preguntó Sol.

―¿Visitándote? ―dije sin despegar mis ojos de Noah.

Floté cerca del hogar de mi hermano, una esfera ardiente, donde las llamabas se mecían con suavidad, acariciando a mi hermano como las extremidades de una bestia melosa.

Sol bufó y rápidamente llamó mi atención. No quería enfadarlo, ya que cuando lo hacía, su esfera diurna se volvía más brillante, provocando que la esfera del cual vigilábamos se calentara, dañando a Noah.

―Hermanita, vete a tu sitio. ―Asentí y volví a mirar a Noah― ¡Ahora!

Me sobresalté ante el grito de Sol, obligándome a salir despavorida de su vigilancia. Levité hasta mi sitio, mi casa, la esfera nocturna.

***

Suspiré…

Coloqué el peso de mi cabeza en mi mano. Estaba tan acostumbrada a verlo cada noche y a veces en el día, que me sentí mal no mirarlo. Era raro… pero no me importó, me conformé con la idea de que Noah se mantuviera con vida y en paz.

Lentamente cambié de parte. Tomando la parte de la esfera en donde Noah habitaba. Eso de alguna manera me emocionó, pero a la vez me entristeció, ya que solo mi hermano podía gozar de sus actividades, aunque a él no le interesaba en lo más mínimo.

Pronto divisé la ubicación de Noah. Yo no pude evitar sonreír, mi interior revoloteó y el deseo de bajar desbordó, pero aun así me controlé. Tenía que cumplir aquella promesa; el de nunca interferir.

Noah entró a su hogar y yo suspiré porque iba a ser otra noche sin ver su existencia. Hasta que… él salió nuevamente, pero esta vez a escondidas.

«Un momento». Parpadeé varias veces confundida. «¿Adónde va?». Le seguí con la mirada, preocupada de que algo le pasara. Noah caminó entre los árboles hasta llegar a un pequeño asentamiento de habitantes al cual le llamaban pueblo.

Gracias a la constante vigilancia hacia Noah pude aprender mucho de los habitantes y un poco más sobre Noah. Pero solo lo suficiente como para no perderme, aunque para mí, nunca fue suficiente.

Noah tembló y me sentí mal. Ya que había aprendido de que, así como mi hermano sol daba su calor, yo daba frío y eso me entristeció.

Me sentí impotente por no ayudarlo a entrar en calor, me limité a vigilarlo detenidamente hasta que Noah llegó hacia un pequeño grupo de habitantes llamados Gitanos.

Una mujer muy hermosa, de cabello negro y piel morena, bailó al son de la música. Ella danzó y, al parecer, hipnotizó a los hombres que la admiraron muy embobados.

Noah luchó para abrirse camino y a la vez trató de verla entre la multitud de hombres que se había formado alrededor de ella. Noah era precavido, ya que se había cubierto por completo con trapos para que nadie mirara su tez, a su vez evitando mirar a los habitantes a los ojos para que ninguno viera el color rojo hermoso que poseía.

Así nadie se asombraría o se espantaría de solo ver su aspecto.

La mujer siguió bailando y Noah se maravilló ante su danza. Algo me molestó y no entendí por qué. Aun así intenté ignorarlo y seguí vigilando.

Miré a Noah y luego a la mujer. Ella de alguna manera me recordó a su difunta madre y la incomodidad que tuve en el corazón desapareció, para luego volverse pesada a mi triste ser.

Entristecí de una manera impresionante, bajé la mirada y mi tenue luz, la cual yo misma emané, se apagó muy lentamente.

«Por culpa de mis errores, tal vez Noah no hubiera sufrido o existido». Pensé, pero a la vez agradecí cometerlos, ya que nunca le hubiera conocido.

Sonreí aún algo entristecida.

«Cálmate Luna, él no conoce su pasado». Pensé para mí misma, pero mis lágrimas se asomaron en mis ojos y traté de contenerlas para evitar sentirme peor.

Levanté la vista para ver a Noah y me alarmé, ya que no lo encontré en su lugar. Lo busqué desesperadamente y al encontrarlo me tranquilicé. Pero la curiosidad asomó, él no estaba solo y me sorprendí al darme cuenta de que la mujer bailarina le acompañaba.

El temor me invadió, tenía miedo de que ella descubriera sus especiales características, pero aun así traté de mantenerme al margen y me aferré a mi sitio para no cometer otro error.

«Tranquila Luna, él no se ha descubierto».

La mujer habló amenamente con Noah y él tímidamente le correspondía. Su actitud me llamó la atención y luego de un corto tiempo la mujer bailarina se despidió de él con una sonrisa. Noah se mantuvo quieto, suspirando mientras la siguió con la mirada, hasta luego de un momento volvió a su hogar en silencio y en secreto.

La curiosidad me atormentó y todos mis otros sentimientos se opacaron. Me dediqué a observar a Noah más que nunca cada vez que él salía de su casa a escondidas. Todas las noches lo hacía, todas las veces en que caía bajo mi vigilancia.

Era extraño para mí que actuara de esa manera, pero aun así no quise interferir. Los dos comenzaron a comportarse de manera muy cercana, tal como lo hicieron los padres de Noah.

«¡¿Será que quieren un hijo?!». Me asusté ante aquel pensamiento y aquella molestia en mi corazón se incrementó.

Me sentí mal, no por él, sino por mí misma. «No, no». Sacudí la cabeza. Debía estar feliz, ya que en un tiempo podría tener sus propios hijos, pero la duda y el estorbo en el corazón me invadieron y no paró de atormentarme.

El malestar era como una especie de odio a la mujer bailarina, no entendí qué era exactamente y decidí ignorarlo con todas mis fuerzas, aunque era difícil cada vez que ella se acercaba demasiado a Noah.

Pero algo curioso sucedió: la mujer, al parecer, se despidió de Noah.

Y Noah, estaba… «¿sufriendo?».



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En el texto hay: amor, fantasia magia, relato

Editado: 02.08.2025

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