Hijo de la Luna

Capítulo 4

Hay heridas que en vez de abrirnos la piel, nos abren los ojos”

—Pablo Neruda. 

Entró a su apartamento y se sentó en el sofá de la sala. Tomó el control del televisor y lo encendió. Comenzó a pasar canales distraídamente, buscando algo interesante para ver. 

Su apartamento estaba hecho un desastre, habían cajas por todos lados, ropa en el suelo, latas de cerveza y cajas de pizza sobre la mesa de café en la sala. 

Su apartamento era muy pequeño. No había comedor, la cocina y la sala de estar estaban en el mismo salón y solo habían dos habitaciones. 

Dejó el televisor en un canal cualquiera y se levantó por algo de comer. Eran pasadas las dos de la tarde y él no había almorzado todavía. 

Entró a la cocina y sacó una sopa de ramen instantáneo. Lo puso a calentar en el microondas y mientras esperaba tomó sus celular y revisó las notificaciones. 

Tenía más de veinte llamadas perdidas y cincuenta mensajes. Una media sonrisa surcó de sus labios al leer el primer mensaje. 

—Noticia de última hora —la voz de una mujer que salía en la televisión lo obligó al levantar la vista—, esta mañana se han encontrado los restos de un cuerpo en el cementerio de la ciudad. La pareja Anderson estaba en el lugar y fueron los que encontraron los resto en la tierra. Mi compañero Eduardo Rojas está en este momento cubriendo la escena con unos agentes de la policía. Buenas tardes, Eduardo. 

Él se acercó al televisor dejando olvidado el ramen, se sentó en el sofá con los brazos sobre las rodillas, quedando reclinado hacia la pantalla. 

La mujer desapareció de la pantalla con un cambio de escena, para mostrar a un hombre de piel oscura y ojos castaños vestido con una camisa manga larga azul marino. 

—Buenos tardes, Lucía. Hoy  me encuentro aquí en el cementerio de la ciudad, lugar donde esta mañana se encontraron los restos de un cuerpo. La única información que se nos ha otorgado es que la víctima en cuestión era de sexo masculino gracias a las ropas encontradas junto a los restos— avanzó por el lugar, siendo seguido por el camarógrafo. 

Se acercó a un hombre que conocía muy bien, era el jefe de la policía, el señor Waldorf se encontraba vestido con una camisa blanca manga larga, arremangada hasta la altura de los codos una corbata colgaba de su cuello y una chaqueta colgaba por sus hombros. Sobre su cabello negro habían unos lentes de sol, él con su mano izquierda los tomó y se los colocó para cubrir sus ojos.

—Junto a mi se encuentra el jefe de la estación de policía, quien también es el agente a cargo del caso —el periodista miró al hombre junto a él— Buenas tardes, oficial, ¿algo que decir sobre los ocurrido? 

—Buenas tardes. Pues, lo único que se tiene afirmado es que la víctima era sexo masculino, de entre 18 a 25 años, con una estatura de 1.70 aproximadamente —continuó—. Junto a los restos se encontró una tarjeta con la imagen de la luna detrás de unas montañas. Se podría decir que la causa de muerte fue ahogamiento por la tierra, al ser enterrado, pero no sabremos más hasta finalizados los análisis. 

—¿Ya saben quien es la víctima? 

—No, todavía no. Sin embargo nuestros forenses están haciendo lo pertinente para saber la identidad del cuerpo lo más pronto posible. Además, están buscando huellas en la tarjeta encontrada junto al cuerpo y en la ropa de la víctima. 

—¿Alguna recomendación para los televidentes, para que no se repita esto? 

—Sí. —Miró directamente  a la cámara— Como ya sabrán hemos estado teniendo varias alertas, han estado secuestrando y matando gente, por lo que la mejor opción es no estar por las calles pasadas las siete de la noche, en caso de ser así, lo recomendable es quedarse en casa de un amigo que esté cerca de el lugar. No vayan solos por las calles, no es seguro. Hay un asesino suelto, un secuestrador. Tengan cuidado. 

El presentador volvió su mirada a la cámara para hablar—: Vuelvo contigo, Lucía. 

—Gracias, Eduardo. Y en otras  noticias, la secretaría de educación está… 

Apagó el televisor y, con una sonrisa, se dirigió hasta una de las habitaciones contiguas. Abrió la puerta y al entrar, lo primero que hizo fue dirigirse al escritorio que había en la estancia. Miró las fotografías pegadas en el tablero sobre el escritorio. Abrió uno de los cajones, de donde sacó un objeto parecido a un atizador para el fuego, con la única diferencia que este tenía la punta plana con un símbolo grabado en él. Levantó la vista y tomó un marcador rojo que había sobre la mesa. Con el marcador, marcó una “X” por sobre una de las fotografías que había. Sonrió y, finalmente, tomó una  tarjeta con una imagen y un grabado y salió del lugar. 

Era hora de continuar. 




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