Historia desarrollada en el pueblo de los santos.
—¿Qué estará pasando ahora?—Dijo la posadera quien había salido de su negocio.—El viento sopla muy fuerte. Las personas están muy inquietas. Hay algo que no me gusta.
Mientras la mujer suspiraba reflexionando sobre la situación del pueblo, varios policías corrían hacia las oficinas del gobierno.
Los ciudadanos que se cruzaban en su camino eran alertados sobre alejarse de ahí lo antes posible.
Las personas hacían caso aún sin conocer el motivo de aquella alerta.
La posadera miró con atención, el pueblo había estado en calma mucho tiempo. Podía sentirse la agitación a cada instante.
Sin duda el pueblo de los santos trataba de avisar a sus habitantes que algo estaba por suceder, les invitaba a protegerse pues un gran mal quería ser liberado, aquel que casi los destruyó hace 17 años.
—Al fin ha decidido salir de su posada.—Le dijo el sacerdote Rolando en cuanto la vió.—Este pueblo luce muy bien con usted aquí.
—Padre usted siempre tan galante.—Le respondió con una gran sonrisa.—Teniamos mucho tiempo sin vernos.
Ambos se quedaron parados en ese lugar contemplando como los policías llegaban a las oficinas del gobierno.
El detective Walter los acompañaba ya que llegó junto al sacerdote.
—Ve que logró reunirse con el sacerdote al fin —Comentó la posadera en cuanto los vió juntos.—Espero que le ayude en su investigación.
—¡Buenas tardes!—Saludó con mucha cortesía.—Si, él me ha dado muchos datos interesantes.
Ninguno duraba más de tres segundos haciendo contacto visual entre ellos. Sus miradas se desviaban hacía donde la policía hacia su aparición.
—¿Qué habrá sucedido?—Preguntó la mujer esperando que sus acompañantes resolvieran sus dudas.
—Lo mismo me pregunto yo.—Respondió el sacerdote.—Nos dirigíamos hacia las afueras del pueblo pero nos llamó la atención ese ajetreo y decidimos venir a ver qué ocurría.
—¿Por qué no va usted a averiguar?—Miró a Walter para cuestionarlo.—Es policía después de todo.
—Soy un detective.—Afirmó con voz seca.—No me puedo meter con la policía local así de fácil.
La posadera no quedó muy convencida con el argumento pero no dijo nada más. En cambio, miró de nuevo hacia las oficinas del gobierno al igual que sus acompañantes.
Los policías seguían llegando muy acelerados. Daban a entender que la situación era verdaderamente grave.
El humo que se había notado momentos antes ya se había disipado. Lo había provocado una explosión menor y no había fuego o algo más por extinguir.
Las primeras personas que pudieron percatarse de eso también vieron a los hombres que entraron y provocaron esa escena tan violenta pero se habían ido de ahí al sentir el peligro.
Los que veían, eran personas que llegaban recientemente a mirar y se quedaron ahí para intentar descifrar lo que pasaba.
De pronto, los tres pudieron ver como una joven salía de la parte trasera de la casa y corrió en esa dirección para escapar.
El sacerdote Rolando y la posadera pudieron reconocerla, era Darinka.
Ella no se había quedado para ser rescatada por los policías, huyó de ellos como si les tuviera miedo. Eso llamó la atención de los tres quienes se interpusieron en su camino para detenerla.
—¡Hey pequeña! ¿Qué sucede?—Preguntó el sacerdote al ponerse enfrente de ella.
—¡Quiero salir de aquí!—Gritó despavorida.—¡Deberían hacer lo mismo!
Los tres se impactaron por el temor de la chica, sus ojos eran muy expresivos e intentaron calmarla.
—Yo te conozco niña.—Dijo la posadera mientras se agachaba para estar a su altura.—Fuiste a mi posada el otro día, llevaste a tu prima.
Darinka la miró mientras la reconocía.
—¿Dónde está ella?, ¿Quieres que te acompañemos a tu casa?
Darinka se quedó en silencio un momento. Claro que deseaba ir a su casa pero recordó la terrible situación por la que Eliz estaba pasando.
Aunque tampoco sabía cómo explicarlo, era algo difícil de contar.
—¿Por qué huias de ahí?—Interrumpió Walter sus ideas.—¿Viste algo muy feo?
La joven lo miró pues había dado en el clavo pero aún así no sabía explicar, simplemente tuvo que corroborar con su cabeza.
—Muy bien, ¿Alguien te hizo daño?
Tras esa pregunta Darinka se soltó en llanto. Afirmó con su cabeza y se refugió en los brazos de la posadera quien la acogió sin dudarlo.
Pasaron varios segundos antes de que ella pudiera calmarse por completo. Cuando lo hizo, Walter y Rolando no dudaron en seguir con las preguntas.
—¿Qué ha sucedido? Puedes confiar en nosotros.
Darinka miró al sacerdote quien le pedía información de lo sucedido.
—Ahora estás a salvo.—Dijo Walter reafirmando con una sonrisa.
La chica por fin tomó aire, respiró y pudo poner en orden sus ideas para expresar lo ocurrido.
—Esos hombres comenzaron a perseguirnos, querían atrapar a Eliz por alguna razón.—Su voz seguía temblando, solo podía entenderse poniendo mucha atención.—Luego llegaron esos otros y nos trajeron aquí, eran enemigos. Después llegó ese chico y comenzó a destazarlos, sus ojos brillaban, tenía colmillos como la gente del manicomio, pero más grandes todavía.
Todos se dieron cuenta que la joven aún seguía en shock y aparentemente decía cosas sin sentido, al menos para dos de ellos ya que el sacerdote Rolando si tomaba enserio lo que escuchaba.
—¿Dijiste un chico?—Preguntó con gran temor.
Los demás lo miraron por la sopresa que encontrara una coherencia de lo que ella decía.
—Este pueblo ya tuvo suficiente con uno de esos seres... no podremos con otro.
Walter lo miró deduciendo lo que el padre estaba pensando.
Necesitaba saber más así que ahora él se agachó para calmar a la joven y sacarle información.
—Tranquila, nosotros te vamos a proteger.—Dijo con una voz tan serena y segura que pudo tranquilizarla y hacerla hablar con más calma.
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Editado: 24.03.2025