Haneul
Domingo.
Se sentía extraño estar fuera de casa durante la noche. Ese último mes no había salido mucho, su casa se había convertido en el refugio que necesitaba. Sin embargo, que estuviera solo todo el tiempo no era algo que le agradara a Daniel, su mejor amigo. De alguna manera, no sabía cómo, lo había convencido de dejar su departamento por una noche para ir a beber un poco en su terraza y perder el tiempo hablando y mirando la ciudad que se extendía frente a sus miradas. Había declinado el alcohol, no le parecía respetuoso consumirlo en su situación, pero no pudo negarse al pollo frito.
Con la mente ausente, su mano movía en círculos el vaso de gaseosa que sostenía. Un muslo de pollo apareció frente a él y levantó la vista con las cejas enarcadas. Daniel le tendía la pieza de pollo, de pie a su lado. Haneul la tomó y le dio un mordisco.
—Gracias —farfulló con la boca llena. Daniel hizo una mueca de disgusto y tomó asiento.
—No hay de qué, pero por favor, no hables mientras comes.
El castaño sonrió y asintió.
—Entendido—volvió a decir al mismo tiempo que masticaba. Daniel entornó los ojos y le dio un trago a su cerveza.
Las últimas semanas no habían sido fáciles. Aún llevaba el amargo sabor del llanto en la boca y su corazón parecía pesarle una tonelada. Sentía cómo algo dentro de él había cambiado al ver el rostro del ser que más lo había comprendido en el mundo en un ataúd, incapaz de devolverle la mirada.
Estaba distante, su madre estaba preocupada y su abuela le recomendaba rezar cuando veía su rostro afligido. Que encomendara su alma a los santos y pidiera por el alma de su abuelo, le decía. Pero ¿Cómo podía prometerle rezar si cuando miraba el cielo lo único que veía eran estrellas?
A pesar de que necesitaba hacerlo, sabía que hablar de todos esos pensamientos que pasaban por su cabeza no haría más que entristecer la atmósfera alegre que Daniel había creado para él, por lo que se concentró en comer y escuchar a su amigo mientras le contaba que un par de ex compañeros de clase iban a casarse.
—¿No crees que es extraño que la mayoría de nuestros amigos vayan a casarse y tú y yo seguimos solteros? —le preguntó, alzando su cerveza a los labios y mirándolo mientras le daba un trago.
Haneul movió su cabeza de un lado a otro, analizando la pregunta.
—No creo, aun somos jóvenes...
—Y guapos —se apuró en puntualizar el castaño.
—Y guapos —agregó volteando los ojos, sonriendo—. Tenemos mucho tiempo por delante. Además —levantó un dedo en el aire—. Para casarnos tenemos que tener pareja y para tener pareja hay que salir y conocer gente, cosa que ninguno de los dos hace.
Daniel se apuró en negar con la cabeza y tragó rápidamente el trago que tenía en la boca.
—¡Eso no es cierto! Tu conoces mucha gente, que ninguna te guste es otra cosa —puntualizó. Haneul volvió a blanquear los ojos y lo ignoró. Daniel regresó a su postura anterior y suspiró—. Pero es cierto, en mi caso —hizo énfasis en lo último—. Deberías ir a casa de mi madre y darle ese discurso—agregó con un bufido.
—¿A quién quiere presentarte ahora? —interrogó con burla.
Daniel dejó caer sus hombros y echó la cabeza hacia atrás.
—A la nieta de la hermana de su vecina—una risita abandonó los labios de Haneul mientras se lamía el resto del aderezo de los dedos. Daniel se percató de aquello y le tendió otra pieza de pollo—. Oye—llamó su atención—. ¿Tú crees que las chicas estén saliendo con alguien?
Negó con la cabeza de inmediato.
—No lo creo—la pieza que Daniel le había pasado estaba un poco más picante que las otras y se apuró en tomar un trago de su gaseosa.
—¿Cómo estás tan seguro?
Se encogió de hombros. Lo estaba y ya, Nari y Yoonah les contaban todo, o bueno, al menos Nari lo hacía. No podía confirmar que Yoonah estuviera soltera porque no hablaban mucho, pero definitivamente lo habría notado.
—Solo lo sé. Nari no es buena ocultando cosas y Yoonah, bueno...
—Yoonah es Yoonah—afirmaron al mismo tiempo.
El viento sopló fuerte y su silbido pasó entre las casas. Se habría estremecido por el frío de otoño, pero el picante del pollo lo había puesto a sudar.
De pronto, escuchó una risa nasal saliendo de Daniel. Lo miró masticando y ladeó la cabeza al ver la expresión divertida del otro joven y su mirada brillante fijada en la lata de cerveza en sus manos.
—¿De qué te ríes?
Daniel dejó de reír y se enderezó.
—De nada —aclaró su garganta y tomó un trago. Haneul lo miró con ojos entrecerrados, él le devolvió la mirada—. Si te digo te vas a molestar.
—¿Cómo sabes que me voy a molestar si no me lo has dicho?
—¡Porque te conozco!
—Oh vamos, Dan, dímelo.
Daniel suspiró y se aclaró la garganta. Haneul sonrió para sí mismo, siempre terminaba convenciéndolo.