Hijos de Cielo y Luz

Capítulo 6: al centro del corazón

Yoonah

El estruendo del despertador la levantó de un salto. Su cabello corto estaba hecho un nido y su mejilla izquierda tenía un rastro seco de saliva. La computadora estaba apagada frente a ella y Dante se lamía una pata estirada mientras la veía con sorna en sus ojos gatunos.

No sabía cuándo se había quedado dormida, pero no creía que hubiera sido hace mucho tiempo, pues sentía que apenas había descansado. El sol iluminaba vagamente la habitación y poco a poco Yoonah volvió en sí misma; era el día después de la visita a la morgue, Haneul estaba muerto y su funeral sería en unas horas.

Aparte de esos recuerdos, volvió a su mente la visión de la noche tormentosa y la del autobús. Su piel se erizó y lo empujó al fondo de su cabeza. También recordaba no haber llorado mucho, tal vez todas esas cosas extrañas que le habían pasado era una simple reacción de su cerebro ante el duelo.

Bostezó y chequeó la hora en su celular. La alarma que sonó era la que ponía todos los días de la semana para ir al trabajo, pero ese día no iría a trabajar, por lo que decidió dormir un poco más, al fin y al cabo, Daniel la iría a buscar a las ocho y tan solo eran las seis.

Pero en contra de su perfecto pronóstico de descanso, su mente comenzó a divagar. Su tren de pensamiento atravesó la ciénaga de las pesadillas, la llevó por el valle del silencio y se detuvo en los árboles de la infancia, donde memorias hace mucho olvidadas tenían la forma de frutas maduras y pesadas. Si Yoonah unía los extraños sucesos que comenzaron el domingo en la noche pues... no encontraba nada. la verdad es que no sabía qué le estaba queriendo decir su cerebro, o su alma, realmente no sabía de dónde venía esa sensación de tener todas las respuestas en la punta de la lengua.

Sin embargo, ahora que tenía tiempo a solas para rumiar sus pensamientos, era muy curioso que en sus pesadillas fuera arrollada por una fuerza invisible y que dos días después apareciera Haneul, tras haber muerto en un accidente automovilístico. Pero en sus pesadillas también había llovido espadas y aquello era inverosímil. Suspiró, se sentía pesada, cansada física y emocionalmente. Apenas era miércoles, pero sentía que había pasado una semana entera. Quería sentir el dolor como lo sentía Daniel, Nari y los padres de su amigo. Quería llorar, pero era incapaz de sentir la pérdida, simplemente no había dolor. Por un instante pensó que quizás se debía al fantasma que había visto dos veces el día anterior, pero luego se reía de ella misma y lo dejaba estar; los fantasmas no existían, o tal vez sí, pero definitivamente ella no era una de las personas que podían verlos, ese papel le correspondía a la gente como Nari y su familia.

Yoonah se sentó de un golpe al pensar en Nari. Recordó el extraño mensaje de voz que le dejó su amiga la noche del lunes y al relacionarlo con fantasmas, se le vino a la mente que quizás ella había sentido algo. también recordaba la extraña mirada que tenía el mismo lunes durante al almuerzo cuando Daniel les preguntó sobre Haneul.

Con ese pensamiento en mente, se le ocurrió que podría preguntarle a Nari, a su madre o incluso a cualquiera de sus tías, qué demonios significaba que hubiera visto a Haneul en un bus, tan corpóreo, tan real, incluso si había muerto muchas horas antes.

Alcanzó su celular y abrió su chat con Nari. Sin embargo, cuando estuvo a punto de pulsar la primera letra de su mensaje, decidió que sería mejor si lo hablaban en persona. Su amiga no disfrutaba hablar sobre su don, o más bien la ausencia de este. Era un tema sensible para ella, por lo que si le preguntaba en persona sería menos posible que escapara. Volvió a poner el aparato a un lado de ella y se recostó de nuevo, viendo el techo mientras le hacía cariños a su gato, con la mente en otro lugar menos ahí en su habitación.

La habitación se fue iluminando cada vez más, hasta que Dante maulló, hambriento, clara señal de que eran las siete. La castaña se levantó y lo alimentó, para luego dedicarse por completo a su rutina de todas las mañanas. La pesadez en su pecho le hacía moverse más lento y sentía que cada respiración le arrancaba un poquito de la energía que logró recargar con las pocas horas de descanso que tuvo.

Al salir de la ducha, limpió el espejo empañado por el vapor del agua y se miró en él. seguía teniendo el cabello corto a la altura de la nuca, sus ojos seguían igual de curiosos y oscuros. Tenía el mismo aspecto de siempre, pero no podía ser más diferente. Si hubiera sabido el giro que daría su vida después de aquella mañana, no habría apartado la mirada de su reflejo tan rápido, habría memorizado mejor su rostro y se hubiera dicho a sí misma las palabras que fueran necesarias para aceptar de buena mano lo que estaba a punto de vivir. Sacudió su cabeza, apartando cualquier pensamiento que pudiera entorpecerle la rutina, y siguió secando su cabello con la toalla.

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Al subirse al auto de Daniel, lo primero que notó fue la ausencia de música. Su amigo siempre escuchaba música, a todas horas, todos los días del año, pero el silencio que llenaba todo el vehículo era pesado, cargado de los suspiros quebrados del castaño y del dolor que salía de su nariz cada vez que exhalaba.

—Buenos días, Dan-ah —le saludó con una suave sonrisa mientras cerraba la puerta del copiloto. Le dio un abrazo desde su asiento y Daniel se lo correspondió con su fuerza usual. Al separarse, vio de cerca los orbes cansados del muchacho y sus párpados enrojecidos e hinchados, achicándole más los ojos—. ¿Cómo estás?




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