Hijos de Cielo y Luz

Segunda parte.

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No todas las cosas cuando se rompen hacen ruido. Hay algunas que se derrumban por completo en el más absoluto de los silencios.

– Mario Benedetti

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Min Nari

Lunes

Todo comenzó el día anterior, el malestar físico y la incomodidad en el pecho. Pensó que se debía a una típica gripe producida por el cambio de estación y, sobre su pecho, tal vez fuera solo la cena de ese día que le causó reflujo. No se preocupó mucho, una simple pastilla y todo malestar se había ido.

Hasta esa tarde.

Estaba sentada en su cubículo, editando algunas imágenes para la revista que saldría a final de mes. Habían pasado algunas horas desde su almuerzo con Yoonah y no podía sacarse el mensaje de Daniel de la cabeza. Se leía desesperado, bastante preocupado. Era extraño que Daniel estuviera así y se preguntó si Haneul en realidad estaba tan mal. Sabía que no estaba pasando por un buen momento, pero hasta ahí llegaba su conocimiento.

Sacudió la cabeza, ya casi era la hora de salida y no había avanzado mucho en su trabajo por obsesionarse con el tema, pero era inevitable, solo quería que Haneul estuviera bien.

Se masajeó la nuca con una mano y contrajo el rostro cuando, al apretar la base de su cabeza, sintió que la jaqueca surgía de nuevo. también comenzó a sentirse un poco tibia y mareada. No le gustaba enfermarse, pero no era nada que no se calmara con un antigripal. Empujó el suelo con sus piernas, haciendo que las rueditas de la silla se dieran la vuelta para poder tomar su bolsa que estaba en el estante detrás de ella. Buscó en el interior pulcramente organizado, pero ninguna de las medicinas que guardaba ahí le servía. Suspiró y se sujetó la cabeza, la jaqueca ahora hacía latir sus sienes. Recordó que Yoonah le había comentado de su propio malestar y se levantó para ir a pedirle una pastilla.

Se mareó un poco al ponerse de pie, pero pronto se estabilizó. Vio a lo lejos la cabeza de su amiga sumergida en su trabajo. Al llegar a su cubículo, Nari se apoyó en una de las paredes de este y llamó la atención de Yoonah, quien levantó la cabeza y se quitó los audífonos para escucharla.

—¿Tienes una pastilla para el dolor de cabeza? Si es antigripal mejor —preguntó con una mueca para enfatizar el malestar. La preocupación inundó el rostro de Yoonah inmediatamente.

—¿Te sientes mal? —Nari asintió. Yoonah abrió uno de los cajones de su escritorio y rebuscó en el desorden que había dentro—. No sé si tenga antigripal, pero por aquí debe estar el ibuprofeno que tomé hace rato. ¿Qué sientes? —la castaña levantó la mirada para interrogarla. Nari apoyó su peso en el otro pie.

—Me duele la cabeza y creo que tengo un poco de fiebre. Me siento así desde ayer —se encogió de hombros—. Debe ser solo un resfriado.

—Mmm puede ser, igual no deberías salir mucho hasta que te sientas mejor. Está haciendo mucho frío —puntualizó. Seguía buscando en la gaveta hasta que soltó un gritito de triunfo y le extendió a Nari su mano con un frasquito de ibuprofeno—. Si te duele mucho toma dos, aunque yo me tomé dos y aún me duele un poquito.

La pelinegra tomó el frasco y lo lanzó al aire para luego atraparlo con rapidez. Yoonah blanqueó los ojos y cerró el cajón.

—Gracias, Yoon-ah. En un rato te lo devuelvo.

Yoonah negó y batió una mano, quitándole importancia.

—Quédatelo, tengo otro en mi bolsa.

Nari le agradeció de nuevo con una sonrisa y se dio la vuelta para irse, pero Yoonah volvió a llamarla. Regresó y se quedó esperando a que la castaña hablara. Yoonah se acomodó un mechón de su cabello rebelde detrás de la oreja y se rascó la nuca. Nari enarcó una ceja, esa era clara señal de que su amiga estaba dudando de algo.

—¿Has...sabido algo de Haneul?

Su ceja volvió a su posición natural y sintió que todo su cuerpo se desinflaba. Negó con la cabeza y cruzó los brazos sobre su pecho, bajando la mirada.

—No, Daniel no me ha dicho nada más.

—Ya...—dijo Yoonah, ahora rascándose la cabeza—. Era eso, ya puedes volver a lo tuyo.

Esta vez la sonrisa de Nari fue apretada, sin mostrar los dientes. Cuando se sentó en su escritorio y tras tomarse dos pastillas como había indicado la castaña, no pudo evitar levantar el teléfono que se mantenía con la pantalla hacia abajo y revisar por décima vez si Daniel o Haneul le habían respondido, pero el buzón permanecía vacío.

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—¡Appa*, estoy en casa!

—¡En la sala, cariño!

Una sonrisa instantánea apareció en sus labios al escuchar la voz de su padre. Cerró la puerta con cuidado y se quitó los zapatos, dejándolos en su lugar correspondiente. A su nariz llegó el aroma a comida recién hecha y notó como su estómago rugía desaforado. Hizo una mueca y se sobó la panza.

Unos pasos más y abandonó el vestíbulo para entrar a la sala. Choi, su padre, estaba sentado frente al televisor, usando su viejo delantal manchado. Había insistido muchas veces en comprarle uno nuevo, pero él, terco como siempre, no se lo permitía. A pesar del malestar que aun cargaba encima, Nari sintió un bienestar cálido recorriendo su interior al verlo.

—Hola papá, ¿Cómo estuvo tu día? —le preguntó al acercarse. Lanzó su bolsa al sofá grande y se inclinó hacia su padre para darle un beso en la mejilla.

Choi la miró con dulzura y acarició su mejilla suavemente.

—Muy bien, Nari-yah. Acabo de terminar la cena ¿quieres que te sirva un poco? —la pelinegra estuvo a punto de responder, pero su estómago se le adelantó. Su padre levantó las cejas y sonrió divertido—. Supongo que eso es un sí.

Fueron juntos a la cocina y Nari se apoyó en una pared, viendo como su padre servía la cena en platos grandes y otros mucho más pequeños, pues él no la había dejado ayudar. Se sentaron en sus mismos puestos de siempre: Nari dándole la espalda a la ventana y su padre diagonal a ella. La silla al lado de Choi estaba vacía y recordó que no había visto a su madre al llegar a casa.




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