El césped bailaba suavemente con el viento allí donde alguna vez vivió cuando era niña. Estaba sentada en el alfeizar de la ventana, como todas las tardes cuando su madre preparaba la cena. Era un día soleado, los rayos del sol se sentían sobre su piel como los besos de buenas noches.
Su mirada detallaba los pajaritos que volaban hacia las copas de los árboles, listos para empezar la faena de cuidar a sus polluelos. Yoonah tarareaba una canción por lo bajo, su pie se mecía sin parar, y, de pronto, el sol fue cubierto por nubes densas y grises, enormes, atemorizantes.
Su pie dejó de moverse y bajó la mirada de la copa de los árboles a sus troncos. Había un hombre de pie, cuyo rostro estaba cubierto bajo un manto de oscuridad. Ladeó la cabeza, curiosa, y su corazón se aceleró al escuchar la música de los truenos.
Miró sus manos, que se sentían graciosas, y notó que ya no eran pequeñas, sino alargadas y adultas. Se miró en el reflejo de la ventana, viendo su rostro aniñado transformarse en el de una mujer con el cabello corto. Sus latidos se aceleraron, esta vez no por los truenos.
Levantó la mirada hacia el hombre en las tinieblas, pero su rostro ya no estaba oculto. Conocía a ese hombre, algo en su pecho se lo decía. Su rostro era humano, pero en muy mal estado. Una cicatriz enorme y sangrante era visible en su frente y la tonalidad de su piel era gris y amoratada. El hombre abrió la boca y de ella salió su nombre siendo susurrado.
—Yoonah.
Alguien le sacudía el hombro suavemente. Abrió los ojos de golpe y se levantó de su posición encima de la mesa, donde se había quedado dormida mientras trabajaba. Su respiración estaba acelerada y Haneul la veía con clara preocupación en sus ojos amables.
—¿Qué pasa?
—Estabas teniendo una pesadilla—los ojos del muchacho escaneaban su rostro mientras ella se secaba el sudor de la frente—. Te dejé estar, pero te alterabas cada vez más, así que te desperté.
—Oh...gracias —murmuró, dándole una sonrisa apretada. Él se encogió de hombros y se dirigió al sofá, el cual ya era su lugar habitual.
Cuando estuvo medianamente a solas, Yoonah suspiró y se hundió en su asiento con los párpados apretados.
Otra pesadilla.
El corazón latía acelerado en su pecho al igual que lo había hecho en el sueño.
Anotó mentalmente los detalles, un viejo habito que su tía le había enseñado en la adolescencia. La ayudaba a separar la realidad del sueño, funcionando como un tónico para pasar el sabor amargo del miedo.
Esta había sido nueva, desde que Haneul había llegado a su vida la mayoría lo eran, pero nunca se había visto a sí misma, por eso esta era diferente. Solo se podía deber al cansancio y al insomnio. Habían pasado dos días desde el funeral y en ninguno de esos pudo dormir más de diez minutos sin tener sueños colmados de algún tipo de terror.
Tomó una respiración profunda y abrió los ojos. Afuera del balcón la noche reinaba junto a una llovizna que parecía no querer detenerse jamás. Su mirada reparó en Haneul, el muchacho jugaba con Dante con una sonrisa relajada que le fue contagiada.
En esos dos días había aprendido, de primera mano y por lo que le había contado el castaño, que los animales podían verlo. De alguna manera esa información le servía como consuelo: todavía había momentos del día en el que pensaba que estaba loca.
El rechazo y el miedo con el que había recibido a Haneul ese día del funeral fueron transformándose cuando se dio cuenta de que todo era real. Primero había pasado por la negación y luego se instaló indefinidamente en el arrepentimiento. Después de salir de la conmoción del primer día, había andado por su casa de puntillas, la tensión incomoda entre ella y el fantasma solo acrecentándose cada vez más y más.
Hubo una vez en la que el silencio con Haneul era reconfortante, divertido incluso. Ahora el silencio no era más que el acompañante de los restos de una amistad seca y deteriorada, como las raíces de un viejo árbol.
Suspiró y acomodó su postura en la silla. Le dolía la espalda, pero tenía que terminar el artículo del día siguiente. Fijó sus ojos en la pantalla de la portátil y movió el dedo en el cursor para encenderla, pues se había apagado mientras dormía.
Las pestañas del buscador eran una mezcla de cosas del trabajo y documentación sobre fantasmas, ánimas o cualquier cosa mística que los pudiera ayudar a resolver el enredo en el que estaban. Tal vez esas lecturas nocturnas también eran culpables de su insomnio.
Se pasó las manos por los ojos, deshaciéndose de los sucios y del cansancio que pesaba en sus párpados. Bajó en el blog que estaba abierto en la pantalla, uno sobre médiums y el despertar espiritual.
—¿Y si soy una médium? —dijo, medio gritando para que Haneul la escuchara. él volteó a verla y lo consideró.
—¿Habías visto un fantasma antes?
—Bueno...no precisamente.
—Entonces no creo que sea eso —zanjó y volvió a centrar su atención en el felino. El gato negro y blanco ronroneaba contra la mano del castaño. Yoonah gruñó; su propio gato la traicionaba.
Se encogió de hombros y guardó el blog para después, primero debía terminar el artículo.
Estuvo enfrascada en eso hasta que se hicieron las ocho de la noche, cuando su celular comenzó a sonar. Levantó la mirada del teclado del ordenador y miró el emisor de la llamada. Era Nari. Otra vez.
Desde el día del funeral no habían hablado propiamente y, aunque la extrañaba, seguía dolida. Y gran parte se debía a que su amiga estaba en lo cierto.
Apartó la mirada del celular y dejó que sonara hasta que terminara de repicar. Se sentía culpable, pero prefería dejar reposar un poco más sus emociones antes que reaccionar de mala manera. No obstante, cuando entró una segunda llamada, no pudo concentrarse en el trabajo. El sonido llenaba los silencios y creaba una melodía con el chapoteo de la llovizna. Sus ojos se adhirieron a las letras que conformaban el nombre de su mejor amiga.