Hijos de Cielo y Luz

Capítulo 9: verdades a medias

Si le pidieran destacar dos características de Nari, la primera sería su tendencia a preocuparse demasiado por sus amigos. Esa, a su vez, daba paso a la segunda: puede leerlos muy bien. Era una cualidad —o maldición, depende de la situación— que compartía con Daniel. En el pasado, Yoonah llegó a pensar varias veces que serían una buena pareja. Después lo descartó, probablemente terminaran analizándose más de la cuenta. Por eso, esconderle que no había estado durmiendo la mayoría de las noches durante tres semanas seguidas, suponía un esfuerzo sobrehumano.

Las noches que pasaba despierta estaban ocupadas por blogs de lo sobrenatural. Estaba consciente de que podría ahorrarse mucho tiempo y recuperar su sueño si le pidiera ayuda a Nari, quien, probablemente, era la única que podía ayudarle. Pero hacerlo significaba decirle la verdad y la verdad era demasiado dolorosa e inverosímil.

¿Cómo podría explicarle que Haneul seguía allí, viviendo con ella, a pesar de haber muerto hace casi un mes? Estaba al tanto de que su amiga podría creerle, después de todo, Nari sabía más del plano espiritual que ella. Aun así, se había encaprichado con encontrar las respuestas que Haneul necesitaba; si él había regresado de entre los muertos por algo relacionado a ella, entonces Yoonah se encargaría de ayudarlo a regresar por su cuenta.

Era jueves, tres semanas y un día después del funeral. Haneul estaba sentado frente a ella con la cara desbordando aburrimiento. Dante se restregaba contra sus piernas, buscando cariño. Pero el castaño no le prestaba atención, solo miraba las noticias en el teléfono de Yoonah, quien estaba terminando de desayunar.

Las ojeras debajo de los ojos de la castaña eran prominentes y con el frío del invierno, que estaba más cerca de lo esperado, su palidez aumentaba cada día más. Dejó los cubiertos en el plato y tomó un sorbo de agua. Le quitó el celular de enfrente a Haneul, quien la miró con un mohín.

En cuanto a su relación, no había cambiado mucho. Luego de lo que pasó tres semanas atrás, aquel día que ambos se desilusionaron con el prospecto de una promesa sin cumplir, no habían vuelto a ser los mismos. La tristeza que teñía el rostro de Haneul se había ido desvaneciendo, pero seguía allí, omnipresente.

Yoonah se abstenía de hacer algún comentario sobre lo ocurrido, lo menos que quería era provocar más tensión entre ambos. Pero además de eso, también estaba la voz que habitaba un rincón de su mente, aquella que le decía que era su culpa que él siguiese ahí. Pero esa voz no estaba sola, había otra, más fuerte y alta, que tenía el poder de sobrepasar los murmullos venenosos de culpa e intentaba convencerla de que lo dicho no era cierto. Sin embargo, muchas veces los susurros calaban más profundo que los gritos.

—Lo siento. Tengo que irme ya —le explicó a Haneul, con una expresión apenada. Dejó los platos en el fregadero y fue al baño a cepillarse los dientes.

Tenía un pie fuera del departamento cuando recordó que no le dio tiempo de alimentar al felino. Se dio la vuelta y observó a Haneul con súplica en sus ojos. El espectro la miró desde su sofá, expectante.

—¿Puedes darle comida a Dante? Se me olvidó y ya voy tarde.

Haneul asintió y se puso de pie, llamando la atención del gatito. Yoonah sonrió y se despidió del felino antes de cerrar la puerta y dirigirse al ascensor.

A pesar de las diferencias entre ambos, a pesar de los silencios incómodos, Yoonah se encontraba en ocasiones disfrutando de la compañía del castaño, luego sacudía su cabeza y se recordaba que su misión era ayudarle a irse, no pedirle que se quedara.

El otoño ya no teñía las calles, en su lugar, las ramas sin hojas propias del invierno era todo el escenario que se veía a lo largo de la ciudad de Busan. Aún no caía la primera nevada, pero Yoonah creía que sería pronto; el frío inclemente le atravesaba los guantes y el gorro tejido que cubría su cabeza a duras penas.

Al llegar a la parada que la dejaba cerca de las oficinas, caminó a paso rápido, ignorando el mar calmo y oscuro que reflejaba los faroles del malecón. Llegó a su cubículo y suspiró mientras se despojaba del abrigo. Esa mañana debía escribir algunos artículos sobre las festividades que estaban a la vuelta de la esquina, pero la verdad le habría gustado escribir algo relacionado con el insomnio.

Se sentó y levantó la mirada por encima de los paneles que separaban cada espacio de trabajo, percatándose de que Nari aún no había llegado. Hizo un mohín y volvió la vista a la pantalla apagada del ordenador que reflejaba su rostro cansado y desprovisto de la chispa que, tiempo atrás, iluminaba su rostro. Sabía que no tenía sentido seguir quejándose por su falta de sueño, después de todo, ella misma decidía utilizar sus horas libres para seguir investigando, aunque con cada día que pasaba su esperanza de encontrar una solución se cristalizaba como el agua en el invierno, amenazando con quebrarse en pedacitos. Poco sabía que las respuestas llegarían antes de lo esperado.

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El sonido de las teclas y el aroma a café fueron sus acompañantes por el resto del día. Se había enfrascado en el trabajo y aisló cualquier distracción. Guardó el documento antes de ponerse en pie para estirar sus piernas y, de paso, molestar un poco a Nari.

La pelinegra estaba en su cubículo, comiéndose una galleta mientras leía algo en la pantalla de su computador. Yoonah se apoyó en el respaldo de la silla y Nari levantó su cabeza para mirar de quién se trataba.

—¿Qué haces?

—Estoy leyendo un poco, mis ojos están cansados de tanto editar —se quejó la pelinegra con una mueca graciosa. Yoonah rio un poco y se acercó a la pantalla para ver qué estaba leyendo, probablemente alguna noticia que incluyera a Lee Min Ho. Sus ojos se desviaron hacia una de las esquinas inferiores, fijándose en la hora.

—¿La hora está buena?




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